Ensayo

La montaña de almejas de Leonardo

Stephen Jay Gould

24 mayo, 2000 02:00

Trad. de J. Ros. Crítica. 382 páginas. 3.500 ptas. EL LIBRO DE LA VIDA. Trad. de O. Canals y L. I. López. Crítica. 281 págs., 3.500 ptas.

No dudo en calificar de magistral el modo de acercar la ciencia a cualquier lector de Stephen Jay Gould: sin pérdida de rigor, con un planteamiento inteligible y ameno y engarzando el discurso científico en una comprehensiva unidad cultural

Cincuenta y tantos años hace que oí nombrar por primera vez a la señora Kovalevsky. Fue más que oír, puesto que tuve que estudiar a fondo las formas canónicas que llevan su nombre, una técnica algebraica de clasificación; por cierto, bastante difícil de asimilar. No parecerá, pues, extraño que el capítulo referido a ella haya sido el primero a cuya lectura me he dedicado. Vana ilusión: de quien en realidad se habla en él es de su marido, Vladimir, menos conocido quizá que nuestra matemática, al menos para mí, pero altamente reputado entre los paleontólogos de vertebrados. De sus obras, resultados y también errores, dentro de una concepción darwinista de la evolución, es de lo que trata ese ensayo que, para que resulte más incitante, tiene un comienzo casi novelesco sobre las andanzas nada convencionales del matrimonio Kovalevsky.

Este modo de proceder es común a todos los capítulos del libro, compuesto de veintiún ensayos que mensualmente ha venido publicando el autor, continuando una larga trayectoria, ya que es el octavo volumen de estas características, y aún ofrece llegar al décimo. Dedicados todos ellos a los fundamentos de la evolución, a la interacción de la historia humana en los ambientes naturales, quiere en éste poner énfasis en la formulación de una historia natural "humanista": es humanista de corazón, siente la conjunción inteligente de arte y naturaleza y quiere analizar la historia de cómo los seres humanos han aprendido a estudiar y comprender el mundo natural.
Así, comienza cada uno de los ensayos con una anécdota aparentemente poco relacionada con el tema que va a abordar pero hacia el cual va derivando de modo continuo hasta poner al alcance de cualquier lector un problema, casi siempre apasionante, de su parcela de paleontólogo evolucionista. El propio Gould lo dice: "el detalle íntimo y preciso sirve como fuente de deleite por sí mismo, y también como trampolín para discurrir sobre generalidades de mayor alcance". Como el capítulo que da al libro su extraño título, el de la montaña de almejas, un pormenorizado análisis de lo que pretendía Leonardo al considerar la presencia de fósiles de organismos marinos en estratos de montañas alejadas del mar: refutar algunas explicaciones, como la del Diluvio, y validar una teoría premoderna, hoy anticuada, de la unidad causal de la Tierra y del cuerpo humano como macrocosmos y microcosmos, respectivamente.

Así, este conjunto de ensayos, en general dispares, esta historia natural de un humanista, viene a rendir homenaje al que para él es el más rico en extensión y más perturbador en su implicación de todos los temas generales de la ciencia, la evolución. Difícil sería destacar, salvo preferencias del lector, algunos de ellos. Puede uno detenerse en la recusación de una evolución no en forma de árbol sino linealmente ordenada, del anélido al hombre, que al perderse en el paso de invertebrados a vertebrados busca una pintoresca explicación en la inversión del cuerpo.

No dudo en calificar de magistral este modo de acercar la ciencia a cualquier lector: sin pérdida de rigor, con un planteamiento inteligible y ameno y engarzando el discurso científico en una comprensiva unidad cultural. Es optar "por un espacio abierto entre la simplificación excesiva y el hermetismo académico", las dos trampas en que es fácil caer "cuando se hace una exposición popular de la ciencia". Y esto se dice en el segundo de los textos, El libro de la vida, que hoy reseñamos. Su edición ha corrido a cargo también del profesor Gould y, con un planteamiento distinto del anterior libro suyo, que constaba de ensayos sueltos aunque relacionados entre sí, en éste se describe una historia organizada y sistemática de la evolución.

Para ello han conjuntado sus aportaciones especialistas en cada uno de los períodos que forman la historia de la vida en la Tierra. J. J. Sepkoski Jr. la inicia con el proceso de la formación del universo, la aparición de los primeros organismos y su evolución hacia una vida más compleja de animales y plantas. Otros tres capítulos, además de la introducción, están escritos por M. Benton: "La aparición de los peces", "Cuatro pies en el suelo" y "El verano de los dinosaurios". C. Janis desarrolla "La sucesión mamífera" que toma el relevo de los dinosaurios tras su extinción. Y finalmente "El progreso de los primates" es el trabajo debido a P. Andrews y C. Stringer.

Autores distintos pero una unidad sustancial, tanto en su secuencia como en el enfoque de sus respectivos tratamientos.

No pudiendo resumir aquí descripción tan fabulosa, prefiero situarme en una postura de contemplación admirativa. Como la que surge de una simple presunción: "Un fabricante de hachas de mano de la Edad de Piedra se hiere en un dedo; mil generaciones más tarde, la mancha de sangre puede llegar a ilustrar el parentesco entre aquel fabricante y la familia humana moderna". Pese a todo, y contra lo que algunos piensan, la ciencia es bastante humilde y aquí se va viendo cómo pondera y acoge o rechaza hipótesis que parecen incuestionables y reconoce también sus restricciones. Como dice Benton, en teoría, ni los voluminosos abejorros podrían volar con sus exiguas alas; "o lo que es lo mismo, nuestras limitadas habilidades diseñadoras no pueden en modo alguno equipararse a la evolución". Fascinante retrato de un área de la ciencia el que nos da este par de libros.