Ensayo

El testigo indiscreto

Manuel Hidalgo

10 noviembre, 2005 01:00

Manuel Hidalgo. Foto: Carlos Miralles

T & B. Madrid, 2005. 359 páginas, 37’5 euros

Desengañémonos. Un libro recopilador de columnas de opinión o de críticas literarias se vende mal. Un libro que recoge artículos de cine, se ha de vender, se ha de leer mucho más. Pero este libro de Manuel Hidalgo es imposible leérselo. Sólo podemos zampárnoslo.

Despierta a la bestia golosa que hay en nosotros, porque está demasiado bien guisado. A fuego lento. Puso en marcha los fogones hace muchos años en la revista "Fotogramas". Ingredientes mágicos: la chispa y la información. Virtud principal: el tema. ¿Con cuántos amigos puede usted hablar de sus últimas lecturas? En cambio, de cine… El cine es casi lo único que nos queda, aparte del tiempo y de la gripe aviar, para comunicarnos. David Trueba, en el prólogo de este libro, otea el horizonte y escribe que tal vez algún día "el cine sea un entretenimiento viejo". Opina Trueba que hoy es más necesario que nunca escribir de cine, y más útil hoy que en los años gloriosos de "Cahiers". Con Trueba, agradecemos a Hidalgo su falta de prejuicios, seguramente debida a la triple condición de cinéfilo, crítico y guionista cinematográfico.

Por eso El testigo indiscreto nos conquistará rápido. Vamos a caer en una banquete self-service de tapas cinéfilas, porque querremos saber si este gran erudito del séptimo arte piensa lo mismo que nosotros de Julia Roberts o Gregory Peck, si hay algún argumento que salve un tostón como Urga, de Mikhalkov, o si Woody Allen es humano y puede equivocarse. Al prólogo de Trueba siguen una introducción del propio Hidalgo y ocho partes, que reúnen los textos según se trate de comentarios de estrenos, de ejercicios de estilo o sobre figuras de especial interés para el autor, etc. Los textos más largos vienen bajo el epígrafe de "De largo metraje", y son especialmente sabrosos los de "Imágenes y palabras", donde se ahonda en la conexión entre cine y literatura.

La suerte del lector está en que Manuel Hidalgo, además de saber de cine, es muy divertido, ha metabolizado físicamente sus armas de escritor. Es un cruce de Jerry Lewis, a quien imita desde niño con pericia, y Francisco Umbral. Cada artículo ofrece alguna frase ingeniosa y muchos son piezas redondas. De muestra, el primer párrafo de Títulos y subtítulos (Woody Allen), dedicado al director premiado con el Príncipe de Asturias de las Artes 2002, en el que nos describe el icono de "unas gafas tan conocidas como la papada de Hitchcock".

Hablábamos de una mirada sin prejuicios. ¿No es alentador leer que Martin Scorsese, en El cabo del miedo, narra con técnicas de un telepredicador fanático, que su estilo es paroxístico y crispado? En efecto, como avisa David Trueba, es necesario que alguien diga que el Allen de Sombras y Niebla es "egoísta y autista". Es necesario que alguien como Manuel Hidalgo nos contagie su entusiasmo y expectación ante la, en su día, promesa de una carrera brillante como la de Phil Joanu. Hidalgo se ha dejado la piel durante décadas hablando a sus lectores de cine, exprimiendo los estrenos, contándonos cada relato, interpretándolos, enjuiciándolos, situándolos en un amplio contexto cultural, tomándole la temperatura al cine.

Es una fiesta leer años después, que Hitchcock, "un anormal", si viera a Sharon Stone (en Instinto básico) se volvería de un bote a su tumba. Seguro que querremos volver a ver muchas películas, después de descubrir ciertas claves gracias a El testigo indiscreto. Disfrutarán mucho, como niños, quienes coincidan en juicios inclementes, como el que recibe Herida, de Louis Malle. Viendo la cara de Jeremy Irons, "todo el mundo comprendió que esa película iba a ser una mentira de las más gordas". ¿Ha sobrevivido el cine español con la calidad que prometía La ardilla roja de Medem? ¿Dejará Joseph Cotten de ser un actor invisible algún día? Al menos Manuel Hidalgo remueve la mahonesa fílmica con brío para que no se corte.