Ensayo

Adorno y Thomas Mann: Correspondencia

Theodor W. Adorno

30 noviembre, 2006 01:00

Mann, a principios del siglo XX. Foto: Archivo

Thomas Mann. Traducción de Nicolás Gelormini. FCE. México/Madrid, 2006. 355 páginas, 24’95 euros

Siempre me han aparecido juntos, desde mi juventud, Goethe y Thomas Mann, a quienes hermané, a fines de los años setenta, en sendos ensayos. Uno de ellos, el dedicado a Goethe, vuelve a circular gracias a los buenos oficios de la editorial Acantilado. El de Thomas Mann se halla, todavía, en zona durmiente (para decirlo en alusión a los inicios de toda Durchföhrung en las sinfonías de Bruckner).

No se entienda como gratuidad esta alusión musical: el libro que comento, que recoge la correspondencia de Thomas Mann con el filósofo y musicólogo T. W. Adorno es, sobre todo, un libro sobre música. Pero es muchas más cosas. Es, sobre todo, el testimonio del encuentro entre dos influyentes inteligencias alemanas del pasado siglo. Se habla en este texto, a través de su correspondencia epistolar, de todo lo que era relevante en esos años agitados en todos los ámbitos: cultura, política, guerra y paz; arte y literatura; música y filosofía.

Me han vuelto a la memoria, al recorrer sus páginas, los grandes momentos del lector ávido que un día descubrió el Doctor Faustus de Thomas Mann, así como su Novela de la novela (en donde cuenta la gestación de aquella novela musical, y en la que aparecía el filósofo T. W. Adorno como consejero principal y asesor en la construcción del personaje).

Hoy más que nunca lamento que ese engolado y antipático personaje, encarnación -helada- del orgullo propio del ángel caído, Adrián Leverkhön, no hubiese traspasado el terreno de la ficción. ¡Tan necesaria sería para nuestros oídos escuchar su Apocalipsis cum figuris, primera gran cantata que compuso (con soprano de coloratura que encarna la figura de la Gran Prostituta, la Babilonia del libro de la Revelación)! ¿Cómo se podría plasmar musicalmente la inversión de armonías y disonancias con las que Adrian Leverkhön quería describir, en su cantata, infierno y cielo, respectivamente, en sacrílega convulsión de las tradiciones musicales de siempre? ¿O esa Lamentación del Doctor Faustus en el que culminaba su tendencia musical y teológica filo-diabólica? ¿Cómo podría sonar esa música-ficción?

Se entiende perfectamente que Arnold Schünberg se horrorizase en haber servido de posible modelo e inspiración (junto con Mahler y Nietzsche) para ese personaje de ficción que Thomas Mann creó, y que Adorno ayudó a perfilar. Este libro que comento permite calibrar esa reacción. Si hay dos figuras opuestas, antagónicas, éstas son el Schünberg real y (el ficticio) Adrián Leverkhön. Se comprende muy bien que el inventor de la música serial sintiese un altivo menosprecio por ese filósofo -Adorno- que tanto le adulaba a través de su crítica musical, pero que tergiversaba en profundidad el mensaje de su música.

Adrián Leverkhön, personaje de ficción, hermanó en idéntico desasosiego negativo a Thomas Mann (que creaba una alegoría del arte moderno y de la ideología nacionalsocialista), y la dialéctica negativa de este filósofo tan influyente (como necesitado de crítica). Schünberg, ávido lector de Seráfita de Balzac, auténtico homo religiosus, no podía soportar un negativismo metafísico-estético que sólo simpatizase con sus juveniles posiciones atonales y expresionistas. Advertía en el texto adorniano sobre su música las más precavidas reticencias respecto al "neoclasicismo" de sus creaciones dodecafónicas. Ni siquiera podía aceptar la envilecida crítica de Adorno a Stravinski (reconocido rival del gran compositor judío-alemán). Se entiende que apelando a pequeñas mezquindades relativas a la autoría del sistema dodecafónico optase, como expresión de su disgusto, por criticar (y pleitear) con Mann. La verdadera discrepancia era mucho más honda. No podía aceptar Schünberg el anti-modernismo olímpico de Mann. Y mucho menos el dogmático negativismo de Adorno (incapaz de acercarse a nada que no sugiriese sufrimiento trágico).

El lector puede ahora recrear toda esta trama decisiva de la literatura, de la música y de la filosofía alemana en este magnífico libro, en el que se recoge la relación epistolar de T. W. Adorno y Thomas Mann, tan iluminadora respecto a sus respectivos proyectos creadores (filosófico y literario). Ambos hermanados en el mismo interés apasionado por el porvenir del mundo, de Europa, del arte moderno. Y sobre todo de la música.