Las culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades
José Antonio Marina
10 diciembre, 2010 01:00José Antonio Marina. Foto: Juan Hidalgo
El relativismo cultural refutó la posibilidad de hallar un criterio para medir las diferentes formas de organización social. José Antonio Marina se rebela contra esa simplificación, alegando que la inteligencia personal puede evaluar la inteligencia social. Las sociedades que propician la transformación del individuo en masa, que no respetan el necesario equilibrio entre identidad personal y colectiva y que menoscaban la iniciativa, la responsabilidad y la creatividad individual, son claramente deficitarias. Los totalitarismos del siglo XX son el ejemplo perfecto de este fracaso de la inteligencia social. Todos aspiramos a vivir en sociedades inteligentes. Ese objetivo es irrealizable sin la invención de normas, que son el fundamento del comercio, la familia, la religión y el derecho.
Se puede afirmar que hay una convergencia en la evolución normativa. La pobreza, la ignorancia, el miedo o el dogmatismo son indicadores que nos permiten medir el grado de excelencia de una cultura. Marina rescata una vez más el proyecto de una ética mundial. Es una meta posible y probable. Si hay un progreso, ¿por qué la historia se atasca en guerras o genocidios? La educación no se puede basar en una obediencia ciega, pues mata el pensamiento crítico y nos devuelve al automatismo de las hormigas. La respuesta de Marina nos recuerda la tesis de Michael Haneke en La cinta blanca (2009), una película espeluznante y hermosa que establece una relación causal entre la educación represiva y el totalitarismo. Casi todos los criminales nazis eran hombres pavorosamente normales en una sociedad donde se había pisoteado la justicia en nombre de la autoridad. ¿Hay alguna forma de evitar que esto se repita? Marina invoca el principio de dignidad como el mejor invento del pensamiento. La dignidad no es un bien natural. Es un bien cultural, pero su preservación no depende de lo que escriban los filósofos. Dependen de los lectores, de los individuos.
Por eso, Marina concluye su obra con una serie de preguntas que nos recuerdan nuestra responsabilidad en la realización de una sociedad donde todos los hombres sean siempre un fin y nunca un medio. Las culturas fracasadas es la última entrega de un proyecto inédito en el pensamiento español. Al igual que Ortega, Marina pertenece a la estirpe de los filósofos con estilo de literatos, pero también se caracteriza por una tenacidad sistemática. Es la tenacidad del maestro de escuela, que trabaja diariamente para que sus alumnos no abandonen el aula sin una brizna de esperanza.