Apegos feroces
Vivian Gornick
3 noviembre, 2017 01:00Vivian Gornick
Pese a su invencible juventud, el libro autobiográfico de Vivian Gornick (Nueva York, 1935), llega con treinta años de retraso. Bienvenido sea. Cuando se publicó en Nueva York, en 1987, con el subtítulo: A memoir, supuso una revolución en la escritura autobiográfica de mujeres. Su distanciamiento, su humor, la aspereza y sinceridad en la observación de una madre judía de origen ucraniano, tan omnipresente y poderosa, que apenas deja a la narradora espacio para respirar, mostraron la destreza de una autora cuya intimidad familiar resultaba más que nunca política. Vivian Gornick era, a esas alturas, una conocida escritora y periodista feminista, que había sido durante diez años reportera del Village Voice y colaboradora de The New York Times y de la revista Atlantic Monthly.Apegos feroces, mejor libro del año según los libreros de Madrid, comienza con una humorística conversación entre mujeres judías, en el rellano de un edificio del Bronx neoyorquino, y, enseguida, el relato resulta ser la relación de amor/odio entre una madre y una hija. "Nuestras broncas hacían saltar la pintura de las paredes, resquebrajarse el linóleo de los suelos y temblar los cristales de las ventanas".
Por ponerlo en palabras de la propia Gornick, especialista en escritura autobiográfica, no cualquier libro de memorias alcanza el calificativo de literatura. Si no me equivoco, el único ensayo publicado en nuestro país de la autora es, precisamente, Escribir narrativa personal (Paidós, 2003).
Hacer literatura con la propia vida, requiere la habilidad de convertirte tú misma en personaje, dirá Vivian Gornick, y además conseguir crear drama, tener pulso narrativo y visibilizar los conflictos. Todas estas características, en un movimiento que atrapa, hace reír y hace pensar, están presentes en este relato subjetivo, que se proyecta sobre el resto de la sociedad. El escritor Jonathan Lethem afirma en el prólogo de esta edición que Vivian Gornick le ha enseñado todo lo que sabe "sobre limpiar las tonterías que uno escribe sobre sí mismo".
Pero la distancia, la ironía y la depuración de las vivencias no sólo tienen aquí una función estética, sino que con esa lupa aplicada tras las puertas cerradas, Vivian Gornick nos está mostrando su intención de alumbrar lo social. Su madre y ella, además de las vecinas del inmueble, cargan con el doble signo de lo despreciado: como judías y como mujeres.
Sólo el discurso articulado de la joven que accede a la universidad podrá arrancarla del destino de la generación precedente, pero también le procurará el desconcierto y la incomprensión de la madre porque pronuncia palabras que ella no conoce y ha dejado de decir cosas comprensibles. "¿Qué estás diciendo? […] En esta casa todos hablamos el mismo idioma. ¡Háblalo tú también!", gritaba la madre a la joven universitaria.
En varias ocasiones vemos esa dialéctica paradójica: la madre desea que la hija ascienda en la escala social, no mucho más que para pasar del Bronx obrero al Bronx de clase media, con una buena boda judía, pero no soporta que la joven Vivian se aleje de su esfera de influencia y crezca lo suficiente para liberarse del todo. Con precisión de entomóloga, la narradora va dibujando la dificultad para desasirse de una madre absorbente y controladora. Y lo hace en dos planos, por un lado, los paseos por Nueva York con la discutidora madre ya anciana ("como contendiente le daba mil vueltas a cualquiera") y el relato de las relaciones afectivas de la propia Vivian ya madura, y por otro, las feroces historias de lo que ocurrió en su infancia y juventud en el bloque del Bronx, con las demás vecinas, y sobre todo con la bella Nettie, gentil, viuda de un judío, que encarna el aislamiento dentro del aislamiento, y al mismo tiempo la conexión con una complicada noción de libertad.
La alternancia temporal servirá para observar a través de la mirada de Vivian y también de su psicoanalista, el efecto que su pasado va a ejercer sobre sus relaciones afectivas y sexuales con los hombres de su vida. La contradicción de la futura intelectual entre ser el ama de casa perfecta que le exige el entorno familiar, y su lucha y esfuerzos para convertirse en escritora, transpirará en las reflexiones, pero no cargará de peso lo mejor de la historia: la lucha encarnizada y, al mismo tiempo, la fusión con esa madre todopoderosa.