Novela

Sonko 95

José Ángel Mañas

31 octubre, 1999 02:00

Destino. Barcelona, 1999. 283 páginas, 2.400 pesetas

Hay sobradas razones para exigirle más versatilidad en los temas, más profundidad, más soluciones argumentales y técnicas a la descripción de una realidad llena de aristas...

"Con Sonko 95 considero cerrada la serie novelesca que empecé con Historias del Kronen y Mensaka y que luego amplié con Ciudad Rayada, cuatro novelas ambientadas en el mundillo juvenil madrileño de los años noventa que conforman la actual Tetralogía Kronen", dice la "Nota del autor" que sirve de colofón a esta última entrega de José ángel Mañas. La primera se remonta a hace seis años y llegó con dos circunstancias favorables a un escritor novel: la resonancia de ser finalista del premio Nadal (1994) y el enfático apoyo a la narrativa joven con el que grandes grupos editoriales iniciaron esta década.

En esa apuesta ante la quiebra de moldes clásicos que transparentaban las nuevas propuestas de narrar la realidad; de polémicas sobre la conveniencia de aglutinar los rasgos de un estilo diferente con el rótulo de "nueva generación"; de defensores y detractores de la validez literaria de determinados códigos y poco pulidas fórmulas narrativas; de nombres que el tiempo se encargará de certificar... En esa apuesta, decíamos, Mañas figura como una de las presencias más pertinaces (cinco novelas -a las mencionadas hay que añadir Soy un escritor frustrado- suman el total de sus haberes); sus libros, entre los más conocidos por un público joven poco dado a la lectura (algo le debe a las versiones cinematográficas de Historias del Kronen y Mensaka); y el significado de su repetido afán por novelar el reducido horizonte de una sección del mundo urbano como un episodio narrativo hacia el que muestran justificadas reticencias muchos lectores con sobradas razones para exigirle más. Más versatilidad en los temas narrados, más profundidad en las vicisitudes tratadas, más soluciones argumentales y técnicas a la descripción de una realidad llena de aristas... Y menos complacencia en una fórmula que a base de creer ante todo en sí misma, de crecerse sobre la observación y sin apenas indagación, ha ido desaprovechando posibilidades insinuadas en sus primeras historias y, quizá por eso, ahora, desgastadas.

Así lo percibe quien haya seguido los pasos de ésta por él llamada "Tetralogía Kronen": un rótulo pretencioso para defender la unidad de la serie novelesca que completa este último título. Que, a semejanza de los anteriores, cuenta las peripecias de una cuadrilla de jóvenes que pululan por el escenario de un Madrid sórdido y realista, con sus "malos rollos" a cuestas y un ambiente de fauna nocturna impregnada de "música a toda caña y pestazo a peta". Eso por un lado.

Por otro está el asunto de un asesinato cuya investigación corre a cargo de dos tipos duros y estereotipados -el caso de un travesti muerto-, una doble acción tan floja y carente de interés que sus deficiencias sólo puede justificarlas su intencionada vinculación argumental con uno de los "mendas" protagonistas del relato principal. El que se presenta como "novelista" en crisis de ideas reconociendo su autoría y su fracaso. A él deberíamos adjudicar el empeño por sostener su estilo en una crispada sucesión de frases y sonidos chirriantes, por articular su relato calcando los modos de un guión cinematográfico y por ceder prioridad a los diálogos para que sean las voces las que retraten ese mundo que parece empeñado en limitarse a sí mismo. Poco más.

Al menos eso juzga "el lector" interpelado por el "autor" en su "nota" final mientras le confiesa sentirse "satisfecho" por haber "profundizado" en las "cualidades estéticas -velocidad, autenticidad y crudeza-" perseguidas a través de "un género capacitado como ningún otro para darle forma artística al lenguaje vivo". Y piensa, el lector, que vale que en la novela valga todo, incluso que defienda sus méritos en una fórmula expresiva recreada con autosuficiencia. Pero además, y por encima de todo, novelar es recrear, interrogar; no sólo reflejar una idea, sino dotarla de significado y de sentido. Ese es el objetivo de la literatura. Y por él debe pelearse un novelista.