Miracielos
Ramón Mayrata
26 julio, 2000 02:00Con esas intenciones y el rigor de una prosa cuya intensidad sólo en contadas ocasiones se hace excesiva, reconstruye las vivencias iniciáticas de un niño de la guerra en el único confín de la Península en el que la vida transcurre sin grandes gestos dramáticos, por callejas llenas de movimientos que improvisan el día a día y se muestran ajenos al rumor de amenazas que nadie confirma. En ese universo concilia el autor una trama ficticia, de impecable factura argumental, con la exactitud del trasfondo histórico correspondiente a lo sucedido desde el final de la guerra civil española hasta que, en 1945, acabada la segunda guerra mundial, caen los regímenes totalitarios y con ellos "termina la última dictadura de tufo fascista que queda en Europa". Cádiz, el puerto mirando al exterior, abierto al desembarco de expatriados y refugiados que no logran su destino, a rumores de guerra incrustada en la paz aparente de sus calles, al murmullo de las atrocidades que suceden fuera.
En uno de sus rincones, en el Hotel Atlántico, cada día ameniza las veladas vespertinas la orquesta de Abraham Hilda y sus veinte músicos, todos ellos judíos que un día huyeron de Alemania con rumbo a Brasil y acabaron aquí, enmascarando su origen y su identidad. Su música envuelve a todos los asistentes: falangistas, soldados alemanes; concilia todas las lenguas allí reunidas, es el único lenguaje capaz de conquistar la armonía en medio del temporal de devastación. El último fichaje es un guitarrista de doce años, un gitanillo crecido al amparo de la guerra y hecho al trajín de los tugurios. Quienes le conocen le llaman Miracielos, "porque su mirada siempre anda perdida en el infinito, pero su nombre es Rafael Olivares" y es hijo de una cantante y un ilusionista. De ellos ha heredado una capacidad inusual para arrancarle a su guitarra sonidos que evocan todos los sentimientos. Los efectos de su música envuelven la realidad de esta novela narrada por la impostura de una tercera persona que crea la acción vocablo a vocablo y siempre en un presente acorde con el inmovilismo de ese tiempo y ese espacio sin futuro, aunque es desde su perspectiva desde la que tenemos noticia de su perplejidad, de sus cambios, y de la batalla de emociones librada por él y los que componen su mundo: un excelente cuadro de personajes pensado para redimir la intolerancia y el horror con acciones dirigidas por el único fin de no ser engullidos por el desamparo y el miedo.