Image: El viaje de las palabras

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Novela

El viaje de las palabras

Clara Usón

29 septiembre, 2005 02:00

Clara Usón. Foto: Mitxi

Plaza & Janés. Barcelona, 2005. 225 páginas. 15 euros

Aunque se licenció en Derecho y trabajó en diversos bufetes de abogados y como traductora jurado en leyes del inglés al español, la vocación literaria ha acabado derrotando a Clara Usón. El viaje de las palabras nació mientras su autora paseaba por las aceras de Londres y se le ocurrió escribir sobre una de sus grandes pasiones, Antón Chéjov.

Un poso -diría la Duras- razonable separa cada una de las entregas narrativas de Clara Usón (Barcelona, 1961). Noche de San Juan, la primera, se publica en 1998; Primer vuelo, la segunda, en 2001; las dos celebradas con el reconocimiento abierto de quienes valoraron su fuerza inventiva y verbal, su original manera de recrear temas y modos expresivos.

Ahora llega la tercera, también a una prudente distancia de las anteriores, El viaje de las palabras, una apuesta valiente, más arriesgada por ensayar un registro diferente, ofrecer un insólito despliegue escenográfico y regar la trama con un hilarante sentido del humor. En realidad, un divertimento que burla la trascendencia con una pirueta argumental también inusitada. No renuncia su autora a merodear por recurrentes lugares comunes para sustentar la sensación de veracidad del relato, ni a vertebrar la historia en dos tiempos, ni a reivindicar el remedio a tantos males en la posibilidad de esconderse en fantasías siempre necesarias.

Ahora bien, en esta ocasión parece dispuesta a avalar su haber creativo con un despliegue tal de documentación, imaginación y decoro que no cabe sino reconocer que desde su firme y discreta primera incursión hasta la historia representada dentro de El viaje de las palabras no deja de sumar méritos que confirman su buen hacer. Sus páginas, desde las citas de arranque, están acotadas por el motivo que las anima: la admiración, casi obsesiva, de Lucía Almandoz -la protagonista, veintiséis años, licenciada en Filología- por Chéjov, y el conocimiento que resulta de vivir entregada a una tesis doctoral sobre el gran maestro de la literatura rusa; y se abren con un desconcertante reparto de personajes y una única acotación explícita antes de la representación: "La acción se desarrolla en Barcelona, en 1987, y en Melijovo, Rusia, 1892, en la finca propiedad de Antón Chéjov". Comienza la función.

El presente no es demasiado alentador para Lucía en ese "fatídico fin de semana" en el que se recupera de un bajón emocional difícil de digerir. El pasado le ofrece la oportunidad de presentarse ante la familia de Chéjov como una condesa española y colarse en la vida de éste como biógrafa; de hecho conoce todo sobre su vida, su debilidad y sus secretos, su enfermedad, que los demás desconocen, y su admirable manera de afrontarla; pero lejos de apuntar hacia el dramatismo de situación alguna, el teatral argumento crece sobre una ironía desdramatizadora que articula escenas y recrea situaciones con tal soltura expresiva que logra deleitarnos con situaciones carcajeantes y momentos soberbios.

Su estancia abarca unos meses marcados por el propósito oculto de corregir, en lo posible, errores de la biografía del Chéjov. Esa idea da juego a un riguroso y divertido desfile de familiares y amigos del autor, y a un enredo colmado por toda suerte de despropósitos y contratiempos, de mínimas incursiones al presente, que le hostiga de lejos y que la condesa rechaza pues además de soporte de datos -que no duda en ir incorporando a su personaje ante la perplejidad de éste y sus allegados- soporta pesares que prefiere soslayar.

Lo admirable, y lo paradójico, es que semejante arquitectura imaginativa se presente con tal modestia, como rindiendo homenaje formal al propio Chéjov en su idea "antiteatral" del teatro. Crece el enredo y el movimiento escénico y parece como si detrás no hubiera un detallado trabajo escenográfico, como si la máxima del maestro -"en la escena es necesario que todo sea tan complejo y tan sencillo como en la vida"- fuera el postulado estilístico sobre el que se levanta la trama. Ahí reside su mayor valor.

También cabe un reproche, no a la voz narradora, que gana aplomo cuando la imaginación se dispara, y su relato crece con el relato de otros relatos del autor; pero sí a la excusa que sirve de puente entre pasado y presente, más débil, menos trabada. El resto reafirma sus cualidades narrativas y dramáticas. El disfrute está garantizado.