Poesía

Cielo en rehenes

Emilio Ballagas

24 mayo, 2000 02:00

Signos. Huerga & Fierro. Madrid, 2000. 125 páginas, 1.650 pesetas

Creo que es la primera vez que (antologías de poesía cubana aparte) aparece en España un libro de Emilio Ballagas (1908-1954), fue uno de los grandes poetas cubanos de la generación en que estuvieron Lezama Lima, Nicolás Guillén o Eugenio Florit. Con prólogo algo contundente pero cierto de Virgilio Piñera -poeta oculto él, más proclamado como narrador- y epílogo de José Lezama Lima, abarrocado y sabroso (ambos escritos en 1959 para un homenaje póstumo a Ballagas) se publica esta antología poética levemente escorada, desde el título, al Ballagas final, pues Cielo en rehenes es el título concreto del último libro escrito por el poeta, premiado en 1951, pero inédito hasta la póstuma edición de su Obra poética, editada en La Habana, en 1955. Y ese libro, que se reproduce entero, supone la mitad de la antología. Acaso algo injustamente, si se cree -como es mi caso- que el mejor Ballagas está en Sabor eterno, su libro amoroso y elegíaco de 1939. Pues en el poeta nacido en Camagöey hubo tres etapas bien diferenciadas: sus inicios como "poeta puro", algo tardovanguardista, en 1931 (Júbilo y fuga), que es lo menos singular de su labor. Su primera madurez, con la edición en plaquette del poema "Elegía sin nombre" en 1936, época que José Olivio Jiménez llama "neorromántica" y que culmina en el aludido Sabor eterno; y otra etapa final (dada la muerte relativamente precoz de Ballagas) signada, a partir de 1943, por la búsqueda espiritual, la conversión, y la poesía religiosa y católica de Cielo en rehenes. Homosexual sufriente, Ballagas padeció el desamor y la dificultad social de su opción erótica (léase el poema "De otro modo") y concluyó en otra vía espiritual y en el matrimonio.

La poesía de Ballagas tiene, siempre, una muy alta calidad literaria y una palabra enormemente bella, pero al lector español (quizá más que a otros lectores hispánicos) se le hará patente que Ballagas no es escasamente deudor, en su mejor época, de algunos poetas de nuestra Generación del 27. Desde luego del Luis Cernuda de Invocaciones en "Elegía sin nombre", el Aleixandre de La destrucción o el amor en cierto surrealismo, más atenuado en Ballagas, y aún -más lejanamente- del Lorca de Poeta en Nueva York. A Lorca debe estar sin duda dedicado un soneto de Ballagas, "En la muerte de un poeta", que se abre así de lorquiano: "¡Qué penumbra de dalia desterrada!" Aunque, en este caso antes y sin conocerlos, la poesía de Emilio Ballagas (por la comodidad de estética y referentes) puede identificarse también con altos momentos de nuestro grupo Cántico de Córdoba. Todo esto no debe, por lo demás, hacer suponer en Ballagas algo así como un brillante epígono. No. Su poesía posee fuerza, dicción y calidad muy propias, pero su arranque o su parentesco no se disimulan. Los sonetos finales, menos metafísicos que suntuosos y emotivos, pueden recordar la poesía del religioso Manley Hopkins (que nombra Lezama en su epílogo) pero también el caudal sonetismo -en su vertiente mayor- que en esos años pululó también en la poesía española.

No sería erróneo decir entonces que la buena, la vivísima poesía de Emilio Ballagas -incluso su evolución literaria- nos sonará familiar a los españoles. E insisto, familiar no vale por voz pequeña y ya oída. Supone uno que Ballagas (maestro de profesión, muchos años) debió ser un hombre honrado y profundo que aspiró a una verdad, que le hizo sufrir. Se lo dijo a Piñera: "Ahora estoy bien metido en el sufrimiento". Pero el quiebro de su voz lírica, su dualidad poética, la expresó bien Lezama Lima: "La lucha de su Eros con la ‘Ananké’ marca uno de los momentos esenciales de su poesía". Marca el antes y el después de un muy notable poeta.