Image: Poesías completas

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Poesía

Poesías completas

José Luis Hidalgo

19 julio, 2000 02:00

José Luis Hidalgo

Edición de J. A. González Fuentes. DVD. Barcelona, 2000. 349 páginas, 2.000 pesetas

José Luis Hidalgo es el poeta de Los muertos, como quiere el tópico, y es también algo más. Su muerte temprana, mientras esperaba la publicación de su último libro, de título y tema tan premonitorios, le convirtió en mito y en melodramática anécdota, difuminando un tanto sus verdaderos perfiles de escritor. Todavía hoy nos estremece leer el pliego de descargos con que José Luis Cano, director de Adonais, trata de evitar que la censura mutile Los muertos: "El autor del libro, José Luis Hidalgo, joven poeta y pintor, está gravemente enfermo, con una tuberculosis incurable, en el Sanatorio de Chamartín. Su médico no le da ya más que unas pocas semanas de vida. Todos los amigos de J. L. Hidalgo tenemos la impresión de que éste sólo espera ver su libro publicado para morir y descansar de su terrible año último de enfermedad. La misma impresión puede atestiguar el Padre Oswaldo Lira, amigo suyo, el cual le hace frecuentes visitas y prepara su último momento. El Padre Lira, gran conocedor de la poesía española de hoy, puede además responder de la religiosidad de este muchacho, y de su libro. Decir ahora al enfermo que la Censura ha suprimido seis poesías de su libro -ya de por sí breve en extremo- agravaría seguramente su estado y posiblemente el disgusto que con esto se llevaría le sería fatal por su tremendo estado de postración".

Publica ese "pliego de descargos" Julia Uceda, una de las mejores conocedoras de la poesía de Hidalgo, en su reciente edición de Los muertos (Esquío, Ferrol, 1999), que González Fuentes no ha tenido en cuenta al preparar la suya ni parece conocer. En la antología temática que completa esa excelente edición, "Ciclo de Los muertos", hay poemas que faltan en las Poesías completas, a pesar de que éstas se quieren verdaderamente completas.
Algún otro leve reparo habría que hacer al benemérito trabajo de González Fuentes. En su edición -que no se quiere "crítica ni de carácter filológico"- añade algunas notas "que sirven para enriquecer y contextualizar los poemas". Esas pocas notas se limitan a indicar las variantes de algunos poemas respecto de su primera publicación en revista; en algunos casos, cuando esas variantes son numerosas, reproduce íntegra -y en el mismo tipo de letra- la versión primitiva a continuación de la definitiva. No nos parece adecuado tal procedimiento. Una buena edición se limita a reproducir el texto tal como el autor quiso que fuera conocido por los lectores, eliminando erratas y errores en la transmisión. Las únicas notas pertinentes son las que explicitan las intervenciones del editor, pero ésas González Fuentes no las cree necesarias. El último verso del poema "Muerte" decía así en la primera edición: "la eterna paz o la eterna borrasca", con lo que el endecasílabo tenía un acento antirrítmico en la séptima sílaba. Vicente Aleixandre escribió un artículo para decir que él recordaba habérselo oído leer al autor con el adjetivo "eternal" en lugar de "eterna". González Fuentes restituye esa "l", pero no explica esta historia.

Tres libros publicó José Luis Hidalgo en su breve vida. Raíz (1944), el primero de ellos, es una heterogénea selección que sirve sobre todo como testimonio de un aprendizaje: hay en él poemas existenciales, preludios de la poesía social y ejercicios métricos -sonetos, décimas- con algo de redicho garcilasismo. Hay también ecos de la libertad imaginativa de Gómez de la Serna, a quien Hidalgo había homenajeado en la serie de greguerías que constituye una de sus primeras publicaciones: "Cuando dos coches van de noche por la carretera, se guiñan un ojo, se entienden y ya no chocan".

El siguiente libro, Los animales (1945), de mayor brevedad y homogeneidad, fue considerado por Gerardo Diego uno "de los más intensos y originales de la joven poesía contemporánea". Pero la obra que hace que José Luis Hidalgo sea algo más que una figura de la época, aquellos años cuarenta de Hierro y Gaos, de Morales y Bousoño, es, sin duda alguna, Los muertos, con poemas que llevan muchos años resonando en nuestra memoria: "Has bajado a la tierra, cuando nadie te oía,/ y has mirado a los vivos y contado tus muertos./ Señor: duerme sereno; ya cumpliste tu día,/ puedes cerrar los ojos que tenías abiertos".

Alguna razón tenía la censura: el Dios enigmático y terrible que cruza por estos versos no tenía mucho que ver con el Dios domesticado al que habían hecho tomar partido en la guerra civil. Los muertos, al margen de la patética peripecia que envuelve su publicación, es una de las indagaciones más hondas y estremecidas que se hayan escrito nunca sobre la condición humana.

Se añaden a estas Poesías completas los muchos poemas que Hidalgo no recogió en libro. Buena parte de ellos son ejercicios y borradores que el autor no habría publicado nunca, pero hay también, sobre todo en la sección final, "Poemas varios (1944-1947)", un puñado de textos que no desmerecen entre los mejores suyos.