Image: Antología de la poesía inglesa

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Poesía

Antología de la poesía inglesa

Ángel Rupérez

6 septiembre, 2000 02:00

Col. Austral. Espasa Calpe. Madrid, 2000. 459 páginas, 1.400 pesetas

El criterio de intensidad y de brillantez seguido por Rupérez le lleva a arrancar de la poesía inglesa del XVI y a seleccionar de manera más copiosa autores del XIX y XX

Siempre necesitados de esas visiones generales y amplias de la poesía extranjera, se nos ofrece ahora un nuevo enfoque con la Antología de la poesía inglesa que ha traducido y prologado el poeta y profesor ángel Rupérez. Tiene esta antología algún precedente notable, como La poesía inglesa de Marià Manent (Janés, 1958), pero las antologías -como los poemas- también padecen el paso del tiempo. De ahí la necesidad de versiones puestas al día, con un lenguaje más actual y vivo. Rupérez ha asumido ese reto del traducir con brillantez y avalado por otros precedentes que sólo a él mismo pertenecen, como su espléndida Lírica inglesa del siglo XIX (Trieste, 1987), de tan insuficiente como lamentable eco.

Rupérez aborda también su nuevo reto desde su sensibilidad de poeta. No insistiré yo aquí en el viejo tópico de que hace falta una sensibilidad poética -o de poeta- para traducir la poesía, pero qué duda cabe de que estamos, una vez más, ante unas versiones de tono convincente y de notable intensidad porque su autor ha sabido imprimirles un sello inspirado y personal. Algo dice de ello Rupérez en su prólogo, al recordarnos que la poesía no es ni única ni prioritariamente "un hecho lingöístico, sino algo más vasto y misterioso". Estamos, pues, no sólo ante la versión emocionada y fiel de un poeta, sino del poeta ángel Rupérez, el cual ha buscado en su propia obra lírica (en Una razón para vivir, por ejemplo, Tusquets, 1998), una forma clara y distinta de la poesía mayoritariamente escrita en nuestros días. Rupérez hace uso de su don poético, pero busca las concomitancias entre la lírica inglesa y la castellana, en aras de esa sintonía o "rango" universalizado a que antes me refería. De ahí que haya que recordar a Garcilaso al leer a Spenser, a Quevedo y a cierto Lope al leer a Donne, o a Góngora si nos aproximamos a Milton.

Como suelen ser habituales en los proyectos de Austral el criterio de selección suele ser tan personal como sentido. Me refiero a que esta antología -¿cuál no lo es?- es fruto exclusivo de su autor. De ahí que el criterio de intensidad y de brillantez seguido por Rupérez le lleve a arrancar de la poesía inglesa del XVI, a mostrarnos los poemas más representativos o a seleccionar de manera más copiosa autores del XIX y XX. El traductor revalida, por ello, su oferta de los románticos ingleses modificada. Es la poesía algo esencial, porque atañe a lo primordial humano y es esencial, por tanto, el hecho de traducir. De ahí que no merezca la pena reparar en lo que puede sobrar o faltar en una antología de estas características. Está sometido el traductor a la disciplina de un determinado número de páginas y a ese gusto selectivo, personal que -por logrado en este caso- está justificadísimo. Ahí quedan, para empezar, a salvo las versiones actualizadas y sentidas de ciertos poemas emblemáticos: "Insinuaciones de inmortalidad en la niñez" (Wordsworth), "Oda a un ruiseñor" (Keats), "Oda al viento del oeste" (Shelley), "Helada a medianoche" (Coleridge) o "La noche estrellada" (Hopkins). Suponemos que a la dependencia del espacio haya que atribuir la ausencia de "Fern Hills", de Dylan Thomas, aunque no falta su espléndido "Poema de octubre".

Hay también en el criterio seleccionador (y selectivo) de Rupérez un afán de subrayar una línea de contenido, o estética. A ello contribuye, sin duda, ese sentido universalista que tiene de la poesía. De ahí que, más allá de los cambios generacionales y de los enfrentamientos tan usuales entre poetas, el traductor haya puesto a salvo el sentido unitario que la poesía tiene como fenómeno del espíritu y que tan mal se lleva con las "guerrillas" estériles del mundo literario. Viene a decirnos Rupérez con sus versiones y con sus interpretaciones que, por ejemplo, tan alejados quedaríamos de la verdad si defendiéramos a ultranza el vanguardismo de Eliot como el paisajismo de Larkin. Ambos tópicos son aparentes y la poesía está siempre más allá.

La "hilazón" entre autores, en el tiempo, pasa por características universalizadas entre las que caben la influencia renacentista italiana (muy concreta la del petrarquismo), el desgarro metafísico o religioso, la presencia de la naturaleza en prácticamente todas las épocas, la aspiración romántica, los siempre contrapuestos afanes del racionalismo y la meditación, de la vanguardia y la emoción. No hay, a la larga, teorías y generaciones, sino individualidades que buscan su sintonía con precedentes ilustres. Con ello se vertebra su libro. También con lo que es el reflejo de esa base o "afinidad electiva": con el concepto que traductor y antólogo tiene de la poesía. No se pierde, pues, en una visión abarcadora e imposible, en la frialdad del testimonio "completo" o en su contrario: el sectarismo del gusto. Al seleccionar y traducir, busca esa atmósfera que revelan la poesía verdadera y la poesía bella, por recordar los versos de Keats.

No se pierde tampoco Rupérez en la "selva" de lo novedoso o lo actual. El resultado final no es otra cosa que ese libro asequible que concede al lector de la calle -no sólo al especializado- un resultado conmovedor. Abrir por cualquier página esta antología es todo lo que el lector sabe y necesita en su aventura de aproximarse a una de las poesías más fértiles e influyentes de la cultura universal.