Image: La rara invención. Estudios sobre Cervantes

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Poesía

La rara invención. Estudios sobre Cervantes

Edward C. Riley

30 mayo, 2001 02:00

Traducción de Mari Carmen Llerena. Crítica. Barcelona, 2001. 286 páginas, 2.900 pesetas

Riley logra una síntesis extraordinaria en pro del reconocimiento de que en la obra del autor de El Quijote está en germen todo el programa de la novela moderna

Edward C. Riley tuvo tiempo de firmar la nota previa a estos "Estudios sobre Cervantes y su posteridad literaria" semanas antes de su fallecimiento, de modo que este nuevo libro suyo, que inaugura además una prometedora colección titulada "Letras de humanidad", viene a constituir un homenaje póstumo a su memoria, sumándose además a las traducciones anteriores de dos de sus obras fundamentales, Teoría de la novela en Cervantes (1966) e Introducción al Quijote (1990).

El profesor de Edimburgo dedicó casi medio siglo de su vida a la reivindicación de Cervantes como una figura fundamental en la historia de las letras universales, y especialmente para el nacimiento de la novela moderna. Para ello investigó en los antecedentes teóricos y creativos, sobre todo medievales y del Cinquecento italiano, que explican la originalidad de la narrativa cervantina, y luego rastreó su influencia en la literatura posterior hasta llegar a nuestros días. Para Riley, Cervantes fue "uno de los lectores más inteligentes de su tiempo" (pág. 60), y es difícil negarle a él la condición, bien merecida, de ser uno de los lectores más inteligentes de Cervantes.
El primero de los quince artículos o conferencias aquí recopilados data de 1956, y los más recientes fueron escritos en los últimos años 90. Diez de ellos se agrupan bajo el rubro "Temas del Quijote", mientras que los dos siguientes tratan de cuestiones teóricas sobre géneros literarios, y los tres finales están centrados en las novelas ejemplares, entre las cuales Riley siempre tuvo especial interés por el Coloquio de los perros. Consideraba que en ella Cervantes volvía sobre algunos de los aspectos más destacados de su teo-ría novelística, a la que dedicó su imprescindible contribución, en forma de extenso capítulo, a la Suma Cervantina que el propio Riley coeditó con Juan Bautista Avalle-Arce en 1973. En general, puede decirse que todos y cada uno de estos estudios, incluso los que aparentemente tratan sobre aspectos más puntuales o meramente temáticos, obedecen al bien trabado sistema de esclarecimiento sobre la narrativa de Cervantes que Riley elaboró con el concurso de la crítica y la historia literaria, pero también de la teoría y la literatura comparada. Cierto es que a veces todas estas ramas de los estudios literarios no caminan en armonía, pero Riley, haciendo uso de la misma virtud que una y otra vez pondera en el Cervantes escritor genial, la de hacer concordar los contrarios, logra una síntesis extraordinaria siempre en pro del reconocimiento de que en la obra del autor de El Quijote está en germen todo el programa de la novela moderna, idea que el propio Riley se complace en destacar en autores varios, desde Lionel Trilling (pág. 153) hasta Milan Kundera (pág. 167).

Lejos de cualquier autismo académico, lo que desea es convertirse en un activista de la lectura cervantina, para que la posterioridad sea justa con el primer gran libro de la Galaxia Gutenberg en el que se noveliza, precisamente, "la experiencia de los libros" (pág. 143). Para ello no sólo proyecta sobre las novelas de Cervantes referencias tomadas de Ian Watt, Frye, Bloom, Harry Levin, Paul de Man, Benjamin, Lukacs o Nabokov, sino que dedica todo un ensayo, con sobrada materia para ello, a relacionar el Coloquio de los perros con el psicoanálisis de Freud, quien se hacía llamar Cipión por su íntimo compañero de estudios Silberstein, que era para él, lógicamente, Berganza. Mayor sorpresa podrá producir, acaso, que Riley rastree la huella cervantina en Buñuel y en el ciné-roman francés de los 60, o que nos recuerde cómo el George C. Scott derrotado de Patton, Lust for Glory se retira al final por un escenario de molinos. El profundo humanismo integrador de Riley le lleva a justificar cumplidamente que la pareja Don Quijote/Sancho da continuidad a un arquetipo que puede venir de don Carnal y doña Cuaresma y terminar, por caso, en Laurel y Hardy, Abbott y Costello o los robots C3PO y R2D2 de La Guerra de la Galaxias.

Porque el eje conceptual que vertebra todos los capítulos de La rara invención es el de que el genio armonizador de Cervantes fue capaz de fundir en un nuevo crisol tanto el idealismo y la pragmaticidad de la condición humana como dos géneros narrativos diferenciables, el "romance" imaginativo, fantasioso, desatado y cautivador por una parte, y la "novela" realista, detallada, municipal y espesa por otra. A Riley le ayudó en este acierto su cultura británica, como también para entender el humor constitutivo del universo cervantino, irónico, socarrón, paródico pero también inteligente. Fue precisamente una escritora británica, Clara Reeve, la que en el siglo XVIII definió con toda precisión ambos géneros, que están ya esbozados en la antigöedad clásica tardía, cuando nacen las primeras historias en prosa que narran argumentos ficticios de aventuras amorosas. En ello seguimos: Robbe-Grillet y Cien años de soledad. Ya lo advierte Riley: "En la actualidad parece existir un nuevo resurgimiento del romance popular fantástico, sobre todo en el cine" (pág. 190).

En definitiva, el Riley de La rara invención se nos muestra también como el estudioso que supo justificar cabalmente -desde las ideas literarias que Cervantes manejaba- aquel clarividente alcance que Ortega y Gasset formuló en términos de que la interrelación mutua de las perspectivas ideal y real vino a ser, con El Quijote, decisiva en la construcción de una novela genuinamente realista.