Image: Los surcos de la sed

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Poesía

Los surcos de la sed

EUGÉNIO DE ANDRADE

7 noviembre, 2001 01:00

Trad. J.A.Cilleruelo. Calambur. Madrid, 2001. 100 páginas, 1.650 pesetas

Desde hace veinte años, desde que en 1981 ángel Crespo publicara una nutrida Antología poética, la poesía de Eugénio de Andrade se ha hecho familiar al lector español. Ya habñia traducciones anteriores, como las de Pilar Vázquez Cuesta, pero es a partir de entonces cuando Andrade, a quien no resulta difícl leer en su depurado portugués original, se pone a hablar en todas las lenguas, incluido el asturiano.

La estrecha relación de Eugénio de Andrade con nuestra literatura culmina con la edición simultánea en Portugal y España de su libro, Los surcos de la sed. La edición española está a cargo de un poeta que es, junto a ángel Campos, uno de los primeros lusistas, José ángel Cilleruelo. No hacen desmerecer su trabajo riguroso algunos mínimos reparos. La minucia más importante se encuentra quizá en el poema "Venidas del mar": "Son cosas venidas del mar./O de otra estrella./Guijarros, erizos, astros/pequeños y vagabundos, sin brújula,/sin norte, con paso incierto. Poco/tardan. Como la felicidad./ Acompañan otra canción, otra bandera".

¿La felicidad tarda poco?, se pregunta el lector extrañado. Afortunadamente, la edición es bilingöe, y no hace falta saber portugués para entender mejor el original que la versión: "Pouco/se demoram./Como a felicidade". Esas cosas venidas de otro mundo no es que tarden poco en llegar, como la felicidad (¿cuándo la felicidad se caracterizó por su puntualidad?), sino que se demoran poco entre nosotros. Como la felicidad. No es el único caso en que el traductor, por no incurrir en los falsos amigos, añade cierta confusión al texto al tratar de evitar la palabra castellana más parecida a la portuguesa: "Acompañan otra canción, bandera" habría sido más preciso como "Siguen otra canción, otra bandera" ("Seguem outra canção, outra bandeira").

Eugénio de Andrade es un poeta afortunado. Sus primeros poemas memorables datan de la adolescencia, de los salazaristas y pacatos años cuarenta. Andrade se opuso a la dictadura de otra manera que el neorrealismo: quiso ser el poeta de la felicidad, de las cosas elementales, del goce de vivir. Abrió las ventanas de su poesía para que entrara el aire libre en un país que apestaba a cuarto cerrado, a cuartel y sacristía.

Mucho ha cambiado la poesía de Andrade a lo largo de 60 años. El adolescente que en una quinta encantada de los alrededores de Coimbra escribió el alado cancionaro amoroso de Las manos y los frutos es hoy un lúcido anciano que ve cómo el mar de la Foz del Duero y las palmeras del Passeio Alegre se asoman a su ventana, que contempla los más hermosos crepúsculos del mundo sabiendo que cualquiera de ellos puede ser el último. ¿Cuántos golpes, traiciones, muertes caben en sesenta años? Con los ojos abiertos, como su amiga Margueritte Yourcenar, los ha recibido todos -los públicos y los privados- Andrade: nunca ha querido encubrir con poéticas veladuras la miseria del hombre.

Su poesía ha cambiado mucho, ha ido haciéndose "más hermosa, más seca", pero ha seguido siendo fiel a sí misma, fiel a esa vocación de transparencia y felicidad que la singularizaba desde los comienzos. Poesía que se aproxima a la música, que puede considerarse como una serie de variaciones sobre unos pocos temas, como una melodía que nunca nos cansamos de escuchar.

Cumplidos ya los setenta años, Andrade alcanza la más difícil maestría, esa a la que pocos llegan, la que parece pura espontaneidad, desdén por todos los trucos del oficio. "De la manera más simple" se titula uno de los poemas de Los surcos de la sed que vale como síntesis de su poética.

No es un logro sin fisuras Los surcos de la sed (pocos libros lo son). Sobra un texto de circunstancias, "Algunas reflexiones sobre la mujer", y a veces, pocas veces, la exigente vigilancia del poeta parece haberse tomado unas vacaciones ("La difícil pregunta", "A la orilla del agua", incluso, aunque por otras razones, "En la boca del cántaro").

Pero cuántas obras maestras, hechas de nada, de música y magia, de mar y cielo, del eco de unos versos de Li Po y el resplandor de un verano antiguo, del virgiliano rumor de abejas, de los jacarandás de Lisboa que siguen floreciendo en la memoria, de un barco que cruza el Tajo y viene de la infancia y no sabemos a dónde va. Eugénio de Andrade, como en la adolescencia, sigue alargando las manos, "sedientas de deseos", a todos los frutos. Y su fidelidad resulta compensada con el machadiano don de "unas pocas palabras verdaderas".


úLTIMA CANCIóN

Si aún puedes
óyeme, río de cristal, ave
matutina. óyeme
luminoso hilo tejido por la nieve,
esquiva y siempre aplazada
señal del paraíso.
óyeme si aún puedes,
devastador deseo,
cobrizo animal de la alegría.
Si no eres alucinación
o espejismo o quimera, óyeme
aún: ven ahora
y no en la hora de nuestra muerte
-dame de beber la propia sed.