Image: En la quietud del tiempo (Antología)

Image: En la quietud del tiempo (Antología)

Poesía

En la quietud del tiempo (Antología)

Pablo García Baena

31 julio, 2002 02:00

Pablo García Baena

Renacimiento. Sevilla, 2002. 262 páginas, 12 euros

Muy oportunamente relaciona José Pérez Olivares en el prólogo a esta espléndida antología de Pablo García Baena la significación de las revistas Cántico y la cubana Orígenes (Gastón Baquero, Cintio Vitier, José Lezama Lima, etc.) más allá de su coincidencia en el tiempo y salvadas todas las diferencias.

Dos núcleos contemporáneos de poetas afines en su visión de la vida y de la belleza que crearon, en medio de un ambiente de mediocridad y contra el silencio interesado, una poesía de arte, de exigencia verbal, de culturalismo interiorizado, una poesía que es, ante todo, "encantamiento, sensible delicia, esplendor", en palabras de Lezama.

Nunca habría podido quedar en el olvido aquella aventura inicial de este grupo de poetas cordobeses que tendía puentes hacia la poesía del 27 y hacia las mejores tradiciones poéticas: como recordaba Fernando Ortiz, Pablo García Baena y sus compañeros influyeron pronto en la obra de otros poetas andaluces de los años cincuenta y sesenta (Vicente Núñez, María Victoria Atencia, Alberto García Ulecia, etc.) y, casi al tiempo, en la de algunos poetas del setenta, con la mediación decisiva del libro (estudio y antología) de Guillermo Carnero sobre el grupo. Desde entonces buena parte de aquellas creaciones no ha hecho sino afianzarse, como lección interminable de poesía y porque se mantiene viva como muy pocas aportaciones de aquellas décadas iniciales, y de las siguientes.

Intuitivo y profundo, sensual y lúcido, barroco y delicado, Pablo García Baena ha sabido acrecer su poesía en cada nueva entrega. Si los cinco libros publicados hasta óleo (1958) constituyen una obra de extraordinaria belleza, su vuelta a la poesía tras un silencio editorial de veinte años ofrece, en Antes que el tiempo acabe (1978) y Fieles guirnaldas fugitivas (1990) dos obras maestras fundamentadas en una conciencia afanosa de realidades concretas, de lugares y de personas que hasta en los poemas más sombríos de su elegía logra salvar, incluso con humor, el esplendor del mundo, el vuelo del erotismo, el homenaje al arte, a las ciudades, a los cuerpos juveniles: "No será todo humo".

José Pérez Olivares ha realizado una amplia antología de la obra poética de García Baena que reúne 102 de los 162 poemas de Recogimiento (Málaga, 2000), la última edición de la poesía completa del autor. A la cantidad se añade el acierto en una selección que tan sólo prescinde de los poemas más miméticos de Rumor oculto y de los menos representativos de los libros mayores que siguen, nunca más de cuatro o cinco de cada uno. De Almoneda y de Gozos para la Navidad de Vicente Núñez, más circunstanciales, salva la mitad y (esta es mi única discrepancia) prescinde de las prosas de Calendario.

En toda antología resulta inevitable que cada lector eche de menos algunos poemas: yo habría incluido "La muchacha desnuda entre vidrios", de Mientras cantan los pájaros, por su ambiente surreal; "La calle de Armas", de Antiguo muchacho, por su evocación de un ambiente urbano que ya es sólo un recuerdo; "Amantes", de Junio, y "Cándido", de Antes que el tiempo acabe, por la belleza de su erotismo inmediato, así como varias prosas de Calendario, dado su interés distinto: por ejemplo "Mayo", "Septiembre (Palacio de Fernán-Núñez)" o "Diciembre (El abejaruco)". Pero esto son minucias: En la quietud del tiempo ofrece, sin lugar a dudas, una selección escrupulosa en la que tienen cabida todos los registros de la poesía de Pablo García Baena, con el añadido de cinco de los seis poemas no recogidos en libro que incorporaba Recogimiento (se elimina "Ronda") y con el regalo de un inédito recentísimo e impresionante, "El coche de punto": "Alguien baja y es ella. Silencioso el cochero,/rígido en su capote, tiende la grada breve./La espera se hizo larga. Ya me conoces, entra/al frágil hospedaje que me diste: la muerte,/la poesía".

El coche de punto
En aquella ciudad que conocías de libros,
el fragor de las ruedas sobre el adoquinado
te despertaba, y era el coche de heroínas
vivas en folletines de Karr o Montepin.
Volvían del festín benéfico del hambre,
Madame de Tres Estrellas o Simona y María,
las camelias ahogándose entre los pechos duros.
Bajaban, rutilantes, el escalón movible
y su risa lujosa llegaba con el frío
del estanque y los tilos allá en el Luxemburgo;
contra el amanecer, la silueta del coche
alzaba su cadalso de hules y negrura.

Ahora, si despiertas, y también en los libros,
en el mismo portal de tu casa detiene
el brío de los caballos una mano enguantada
de gemas cuyo brillo es agöero de luto.
Alguien baja y es ella. Silencioso el cochero,
rígido en su capote, tiende la grada breve.
La espera se hizo larga. Ya me conoces, entra
al frágil hospedaje que me diste: la muerte,
la poesía.