Image: Antología poética

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Poesía

Antología poética

Friedrich Hülderlin

14 noviembre, 2002 01:00

Friedrich Hülderlin

Ed. Federico Bermúdez-Cañete. Cátedra. Madrid, 2002. 251 págs., 6’25 euros

El 16 de octubre de 1861 Nietzsche explicita en una carta que Hülderlin es su "poeta preferido" y, acorde con ello, escribe un juvenil estudio sobre él.

Koberstein, el profesor encargado de corregirlo, le da un notable bajo y fundamenta su calificación así: "Quiero dar al autor el consejo amistoso de que dedique su atención a un poeta más sano, más claro y más alemán", un consejo que, por fortuna para la literatura, Nietzsche desestimó. Charles Andler ha explicado muy bien lo que, en el pensamiento inicial de Nietzsche, Hülderlin representa: la idea de que "el futuro será un retorno: el retorno de Grecia"; la idea, pues, de Grecia no como pasado sino como porvenir. Lo mismo, pues, que imantará muchos años después a Cernuda, que encontrará en él el tono de la elegía, el sentido del himno y la fuerza de la invocación: algo que, antes que la suya, había atraído la atención de Gundolf, de von Hellingrath y de George, que -como Hesse y Rilke después- encontrarían en él un sentido poético-religioso, común a Hamann y a Herder, que se manifiesta en la íntima unidad del himno, la profecía y la plegaria: lo que Romano Giardini ha llamado "la experiencia numinosa del mundo". Su poema "An die Deutschen" ("A los alemanes" que, en cierto modo, puede considerarse una de las posibles fuentes de "A sus paisanos" de Cernuda) supone un concepto sagrado del Estado y una fibra religiosa que -como dice Walter Muschg- sólo Kafka continuará: la de la catástrofe y derrota y quiebra del espíritu, en la que la generación que hizo la guerra del 14 se autorreconocerá. "Hülderlin -recuerda Paul Bückmann- nos sirvió de guía en aquel ámbito de la vida alemana sobre el que silenciosamente teníamos que fundar nuestra existencia en tiempos de miseria y confusión". "Ningún otro poeta -explica Dilthey- ha superado a Hülderlin en la adaptación de las antiguas formas métricas a las características de la lengua alemana y a las posibilidades de expresión del alma moderna". Nada menos que "la esencia de la poesía" lo consideró Heidegger. Como una mezcla de germanidad y de helenismo lo vio Albert Béguin. En relación con la égloga IV de Virgilio analizó "Friedensfeier" Karl Kerényi, y sobre su recepción en la lírica española del siglo XX ha escrito Anacleto Ferrer. Hülderlin no es, pues, un desconocido sino un poeta pluralmente presente entre nosotros, co-mo Luis Díez del Corral y Ricardo Molina nos han hecho ver. Federico Bermúdez-Cañete describe su figura en un certero prólogo; ofrece una muy satisfactoria introducción a su escritura; y elige un conjunto de textos que dan exacta cuenta de lo que la poesía de Hülderlin significa y es. Sus versiones -las más cernudianas que conozco- no son ni demasiado libres ni demasiado esclavas: se mueven en la frontera exacta entre la recreación y el respeto debido al original. De algunos poemas se ofrecen traslaciones excelentes: "Grecia", "Cuando era niño...", "Fantasía de la tarde", "Mi propiedad", "El Neckar" -del que hay una traducción rítmica de Antonio Tovar en la revista Zurguén de Salamanca-, "La Patria", "Heidelberg", "Canto del alemán", "El Amor", "La despedida", "Pan y vino", "El Rhin", buena parte de "Patmos", "Mitad de la vida" -al que Félix de Azúa hizo un muy inteligente comentario-, "Recuerdo", "Lo delicioso de este mundo" y "A Zimmer". De otros hay zonas o versos que se podría retocar: pienso en "Bonaparte", en la última palabra de "Der Frieden", heiligfreien, que podría traducirse por "sacrolibres" o "sagradamente libres"; en la preposición entre del último verso de "Desciende, hermoso sol..." que debiera ser "sobre"; en el octavo verso de "Curso de la vida" y en pequeños detalles que mejorarían tan valioso conjunto. Las versiones de Bermúdez-Cañete confirman lo que sobre Hülderlin escribió Stefan Zweig: que "al ser transportado fuera de la realidad, quedó más allá del tiempo". Estar más allá del tiempo es lo máximo que a la poesía le puede pasar. La nuestra está siempre tan dentro que es casi imposible que, como la de Hülderlin, quede más allá.