Propósitos. Recordaba Ignacio Echevarría hace un año en estas páginas las cábalas y propósitos que se hace el personal al programar sus lecturas veraniegas: que si libros que no ha tenido tiempo –mentira– de leer en invierno, que si tochazos que cunden más y requieren de asiduidad, que si grandes obras clásicas y modernas vergonzosamente pendientes, que si… En estos planteamientos, junto a la sinceridad y pertinencia del objetivo, también abundan el subterfugio, el autoengaño y el postureo con fatal desenlace. Es como cuando, para el nuevo año, se piensa en dejar de fumar, aprender inglés, hacer dieta y practicar deporte. Para triunfar en estos trances, lo primero que se necesita es verdadera apetencia y firme deseo.
Cualquier cosa menos un sentimiento lábil de obligación. Para eso, lo mejor es lo que se proponen las gentes sencillas: leer libros entretenidos y –lo que quiera que sea eso– “refrescantes”, bien entendido que los lectores mejor tasados y formados encuentran entretenidas y refrescantes las obras completas de Thomas Bernhard o de Elfriede Jelinek.
Memoria. Existe igualmente la modalidad veraniega de diseñar un menú largo y monográfico de lecturas: de un autor, de un asunto, de un género, de un país, de un movimiento, de una época… Practiqué esta variedad en los años de universidad y alrededores, obteniendo, con la ayuda de las otras diversiones, amoríos y sugestiones del verano, muy recordables placeres.
[Álvaro Mutis, el cronista de la tierra caliente que surcó los mares]
El verano, ciertamente, es un gran productor de memoria y, por tanto, de nostalgia, pues no puede existir esta sin aquella. El disfrute de esas lecturas monográficas empieza, antes de leer, cuando especulas sobre cuáles te despiertan más apetito, cuando haces tu definitiva elección del tema y cuando procedes a seleccionar los libros pertinentes y para ti inéditos.
Recuerdo magníficos veranos a solas con Lawrence Durrell, Stevenson, Boris Vian, Scott Fitzgerald, Hammett, Jean Rhys, Pavese… Se me saltan las lágrimas al recordar, pero igual no es por los libros de estos escritores sino por las expectativas sobre la vida que tenía cuando los leí. Este año no me había planteado ninguna monografía, y he disfrutado de lo lindo con Keyle la Pelirroja (Singer), Unos meses de mi vida (Houellebecq), Quinta Avenida 5:00 a.m. (Wasson) y Marca de agua (Brodsky). De todo un poco, ya ven.
El cielo. Pero hice un mal cálculo, desestimé algunos libros de mi maleta y me quedé prontísimo sin lecturas. Entonces, y gracias a una biblioteca doméstica muy próxima y querida, reverdeció el viejo propósito monográfico con la relectura oportunista del breve, en mi línea, El coronel no tiene quien le escriba (García Márquez). Cayeron a continuación y en cascada –o en montaña rusa, más bien–, en una terraza serrana con vistas y en un jardín pirenaico con hortensias, margaritas y lavanda, El marido de mi madrastra (Venturini), Pasado amor (Quiroga), Memorias (ya leído, Bioy Casares), Los que aman, odian (Bioy y Silvina Ocampo), Los pasos de López (ya leído, Ibargüengoitia) y Me verás caer (Travacio).
Recuerdo magníficos veranos a solas con Lawrence Durrell, Stevenson, Boris Vian, Scott Fitzgerald, Hammett, Jean Rhys, Pavese…
También leí una selección de cuentos de Onetti. Y Diálogos, una extensísima y excepcional conversación entre Borges y Sabato, armada por Orlando Barone. Pero, coincidiendo con la celebración del centenario del nacimiento de Álvaro Mutis, he leído también La última escala del Tramp Steamer, una de las siete novelas de Maqroll el Gaviero, esta vez en muy segundo plano.
Con esta novela de amistad, pasiones, paisajes y aventuras, de ecos conradianos, con el “Alción”, un carguero en ruinas que atraca en puertos, recorre mares de medio mundo y simboliza el final inevitable de un amor como no hubo otro igual, he tocado el cielo. ¿Qué hacemos que no leemos a toda hora a los escritores hispanoamericanos? La última escala del Tramp Steamer me ha producido ya la memoria y la nostalgia que, junto a una alergia provocada por un desodorante, me impedirán olvidar este verano.