Ryan Gosling y Margot Robbie en 'Barbie', la película del verano.

Ryan Gosling y Margot Robbie en 'Barbie', la película del verano.

Opinión

El verano y la cultura: ¿es buena época para el ocio?

En esta estación se publican menos libros y remiten los estrenos de cine, teatro y exposiciones, pero hay festivales por todas partes y más tiempo para leer y visitar museos.

Gustavo Martín Garzo Elvira Navarro
25 julio, 2023 02:24

Tiempo de verano

Gustavo Martín Garzo

Escritor. Último libro: El último atardecer (Galaxia Gutenberg, 2023)

"Aun en la nota más ligera –escribe George Steiner–, el judaísmo es una conversación con Dios. ¿Para qué se molestó el Todopoderoso en crear a los hombres?, pregunta el hasidí. Para que pudieran contarle historias". Si pensamos en esta piadosa reflexión bien podemos aventurar que la cultura es el conjunto de las cosas que los hombres le han contado a Dios a lo largo de la historia para tenerle entretenido. En ella caben desde las historias más esenciales y turbadoras hasta la más simples.

Dicho en términos cinematográficos, desde Ordet hasta Aterriza como puedas. No es extraño que sea así, ya que los seres humanos no dejamos de ser bastante previsibles y limitados en tantos otros. Mas como también las cosas que hacemos y pensamos entonces forman parte de lo que somos, ¿por qué no íbamos a pensar que ese Dios que cita Steiner pudiera complacerse con ellas? Aún más, ¿y si fueran esas tonterías las que de verdad le gusta escuchar?

El verano es ciertamente propicio para ellas y, de hecho, los grandes estrenos cinematográficos y los libros más prometedores se reservan para ser publicados en el otoño. No se trata solo de un asunto estacional, pues es patente que nuestra vida cada vez se parece más a un ocio interminable en que lo único importante es pasarlo bien. No se trata, por tanto, de editar en ese tiempo libros que se le puedan atragantar al lector, sino de distraerle y hacerle más gratas las vacaciones. Razón por la cual esta cultura que disfrutamos hoy se ha vuelto cada vez más utilitaria, y sus productos suelen venir acompañados de un manual de instrucciones para su correcto aprovechamiento. Lo que explicaría, por ejemplo, el auge inesperado de esas listas que de un tiempo a esta parte aparecen tanto en periódicos y suplementos culturales como en redes sociales. Listas de libros para ser leídos en la playa, para enfrentarnos a la ansiedad, para ayudarnos a sobrellevar las labores de la crianza y las penas del amor, y que parecen concebidas antes que para hacernos pensar para transformar nuestra vida en lo más parecido a una verbena de verano.

Bienvenido sea el verano con sus niñerías, sus listas y sus pequeños deleites. Y que cada uno se quede luego con la lista que le guste más, especialmente si hay en ella algún deslumbramiento inesperado 

Cuando Dios culminó la creación debió sentir un hondo sopor. Habría creado el mundo y a sus criaturas, pero en aquel paraíso no pasaba nada digno de ser contado, ya que era el reino eterno de lo mismo. Y tomó la decisión de añadir a su obra un árbol misterioso que tentando a Adán y Eva introdujera una fractura inesperada en sus anodinas vidas. En esa historia, que es a la vez la de una transgresión y de una pérdida irreparable, está la fundación de lo humano y el germen de todas las historias que vendrían después. Puede que a ese Dios del que habla Steiner no le gusten por igual todas, como nos pasa a nosotros, pero eso qué importa si nos ayudan a combatir el tedio. De forma que bienvenido sea el verano con sus niñerías, sus listas y sus pequeños deleites.

Y que cada uno se quede luego con la lista que le guste más, especialmente si hay en ella algún deslumbramiento inesperado. No conviene olvidar, sin embargo, lo que Pascal Quignard dice de nosotros. "El pensamiento prefiere lo difícil de pensar porque lo más difícil es lo que menos abandona".

El difícil momento de la cultura

Elvira Navarro

Novelista y editora. Último libro: Las voces de Adriana (Random House, 2023)

Cuando la oferta cultural es continuada e inabarcable, como las estanterías atestadas de un hipermercado, solo quiero salir corriendo. La saturación me genera un cansancio anticipado de lo que no he visto o leído, y también una devaluación. Todo se anuncia a bombo y platillo y con honores para luego quedar arrasado en cuatro u ocho semanas: las obras maestras de marzo han sido sustituidas por las de mayo, de los estrenos imperdibles de enero no se acuerda nadie en abril.

Nada suscita demasiado debate, todo es como un champú, que te gusta o no, y una obra hace más ruido si su contenido coincide con alguna agenda social o política, en la que queda subsumida, triturada. No se lee o discute en los términos propuestos por el propio libro, donde reside su aportación, sino que se reduce a la etiqueta en la que ha caído, que también es marketing.

La cultura, dependiente cada vez más del mercado en la medida en que desaparecen o pierden importancia las instancias que hacen de contrapeso (academia, crítica o simple resistencia lectora), se considera un producto de consumo más, y su valor lo acaban determinando las ventas. El producto cultural estrella ha de ser comercial, facilito, leído del tirón.

Sin embargo, una obra de teatro o un libro no son un mero producto de consumo, no son pasta de dientes cuya eficacia para blanquear el esmalte pueda medirse. Lo que llamamos arte no tiene una función inmediata y asume el riesgo de no gustar, ya que nos obliga a mirar de otra manera, nos sacude la complacencia, propone formas nuevas y no obedece consignas. Sumergirse en, por ejemplo, Volverás a Región de Juan Benet o Las olas de Virginia Woolf requiere generosidad por parte del lector, tanto de tiempo como de suspensión de los automatismos estéticos, pues son novelas que están ofreciendo algo distinto.

En verano la maquinaria del ocio, esa mercantilización del tiempo libre donde la cultura es consumida como una hamburguesa, sigue en pie en forma de extenuante turismo 


Estoy dando este largo rodeo para hablar de si a la cultura le sienta bien el verano porque, en primer lugar, habría que ver si los meses estivales nos devuelven esa sensación de tiempo libre que toda buena obra de arte requiere para que podamos sumergirnos en ella.

En principio, que en estos meses se publiquen menos libros y haya menos estrenos teatrales o cinematográficos sienta muy bien en un contexto tan saturado como el nuestro: el ruido sobre lo que hay que ver o leer al fin cesa. Pero en verano la maquinaria del ocio, esa mercantilización del tiempo libre donde la cultura es consumida como una hamburguesa, sigue en pie en forma de extenuante turismo, de ahí la insistencia en que las lecturas ligeras son las ideales para estas fechas, algo rapidito entre atracones de paella y visitas a museos y a oceanográficos.

Por último, cabría preguntarse si realmente estamos dispuestos a desconectarnos, a desatender la actualidad y sus mandatos. Porque, ahogados por el frenesí mercadotécnico, se nos ha olvidado que a menudo lo valioso nos sale al paso cuando no buscamos nada y estamos dispuestos para la entrega.

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