50 años del golpe en Chile: así lo recuerdan los escritores Rafael Gumucio y Marcela Serrano
El golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende marcó la literatura hispanoamericana. Dos de los más destacados autores chilenos evocan aquel 11-S y cómo vivieron sus consecuencias.
Recuerdo sin recordar del todo
Rafael Gumucio. Narrador, ensayista y dramaturgo. Su último libro es ¿Por qué soy católico? (2019)
Tenía tres años y medio, pero sin recordarlo del todo recuerdo que era martes y estaba nublado ese 11 de septiembre. Recuerdo sin recordar que murió Allende, que era, con Carlos Caszely, mi único ídolo. Recuerdo sin recordar, o recordaron por mí los psicólogos, que decidí moverme lo menos posible desde entonces. Recuerdo sin recordar que los militares se llevaron a mi madre y que yo me acosté sobre mi hermano para que se hiciera el muerto conmigo. Recuerdo sin recordar que hicimos lo mismo debajo de unas mantas en un auto de una desconocida para entrar a escondidas a la residencia del embajador de Francia en Chile.
Recuerdo sin recordar que les decía a los otros exiliados que fueran a pelear por el presidente Salvador Allende y limpiaran la residencia. Recuerdo sin recordarlo yo del todo, porque lo recordaron por mí los diversos asilados que ahí estaban con nosotros, que fue mi primera crueldad, pero recuerdo sin recordar que eso me salvaba de un miedo que no sabía cómo sentir.
Recuerdo sin recordar que tomamos el primer avión de mi vida a una ciudad en invierno donde recuerdo sin recordar que mis padres se separaron y nos quedamos en un departamento sin baño propio.
Recuerdo sin recordar que pillaron a mi mamá robando en el supermercado y nos amenazaron con llevarnos a un hogar de huérfanos y disolver esa alianza indisoluble que ya éramos mi hermano Ignacio y mi madre.
Sabemos que era martes y que estaba nublado cuando todavía no sabíamos los días de la semana ni las fechas de ese septiembre que se repite distinto e igual de año en año desde hace medio siglo.
Recuerdo sin recordar que esos recuerdos míos son también de ellos, o que ellos podrían recordar sin recordar más o menos lo mismo. Recuerdo sin recordar del todo que en eso consiste el golpe militar para mí y para Chile, o por lo menos para gran parte de mi generación: la sensación de que un recuerdo propio, que lo más íntimo de tus recuerdos íntimos ya no es solo tuyo, que lo compartes con otros en sus celdas, sus covachas, sus estadios abandonados. Una canción, un chiste, un miedo en común que no se puede gritar, que no se puede reír en voz alta del todo.
Recuerdo sin recordar que desde entonces quedé ligado a toda una tribu, a toda una especie, a todo un país. Recuerdo sin recordar que otros tantos sabemos que era martes y que estaba nublado cuando todavía no sabíamos los días de la semana ni las fechas de ese septiembre que se repite distinto e igual de año en año desde hace medio siglo. Suficiente tiempo para poder recuperar la memoria propia, demasiado tiempo para que esta no se disuelva del todo en la colectiva.
Recuerdo entonces porque casi todos mis libros son libros de memorias, porque mi memoria es la ficción de eso que recuerdo en detalles, aunque no recuerde ninguno de sus detalles. O mi vida ha sido también lo contrario, el derecho a tener mis propios recuerdos íntimos personales y no los de esa guerra en bruma, la de ese miedo anterior a la palabra miedo, la de ese idioma en que muy luego no pude hablar y solo me quedó escuchar y que no he hecho desde entonces otra cosa que intentar recuperar.
El parteaguas de mi vida
Marcela Serrano. Narradora y artista. Último libro: El manto (2020)
Lo recuerdo todo del 11 de septiembre de 1973, hora a hora, como si fuese ayer. Yo había cumplido veintidós años y militaba en un partido de izquierda. Estábamos de alguna forma organizados, sabíamos, como tantos otros, que el golpe venía. Cuando supimos que el ejército se había sublevado, con otros dos compañeros nos dirigimos de inmediato a una casa de seguridad ya elegida anteriormente, en un barrio popular. La habitaban unos curas jesuitas que fueron verdaderamente muy solidarios.
Mi recuerdo inmediato son los helicópteros en nuestras cabezas, insistentes, amenazadores. (Nunca he vuelto a escuchar ese ruido sin pensar en aquella fecha). Luego sentimos a los aviones, los que venían a bombardear La Moneda y, de inmediato, el humo. Mucho humo, se veía desde toda la ciudad. Uno de mis compañeros cocinó para todos una sopa de cebollas. Varias horas después supimos que el presidente Salvador Allende estaba muerto. Y ahí nos derrumbamos. El toque de queda comenzó muy temprano. La ciudad estaba desierta. El único sonido era el de las balas.
Desde entonces el golpe militar de Pinochet ha sido el parteaguas de mi vida. Muchas veces me he preguntado cómo habrían sido nuestros desarrollos, nuestras vidas, de haber mantenido el otro camino, ya que todo el futuro estaría determinado por ello. Ese terrible 1973 me fui al exilio, a Roma. Los italianos fueron maravillosos anfitriones, pero el exilio es feroz. No perteneces, no tienes control sobre nada, ni el mañana ni el destino. No sabes si hacer o deshacer la maleta, si son diez días o diez años. Y en mi caso, viví además situaciones bastante precarias, incluso trabajé un tiempo para los viveros municipales. Tardé en volver a casa. Fue en 1977.
España pasó a ser nuestro gran referente una vez muerto Franco. Fue, además, un lugar de asilo para muchos compatriotas, especialmente artistas.
No publiqué hasta llegada la democracia. No tenía sentido escribir nada antes de eso, porque cualquier manuscrito pasaba por la censura. Mi primera novela, Nosotras que nos queremos tanto, permaneció inédita hasta el año 1991.
En cuanto a todo lo que vivimos entonces, aún hoy nuestro gran problema es el dolor que nos dejó y mi generación no tiene cómo salvarse de él. Lo cargaremos sobre las espaldas hasta nuestro último respiro, a veces dormido como una cicatriz, otras, vivo como una herida.
Sin embargo, me gusta recordar cómo España pasó a ser nuestro gran referente una vez muerto Franco. Estábamos atentísimos al proceso, pues en muchas ocasiones ha coincidido con el chileno y también inspirado. Fue una bocanada de aire fresco, lo recuerdo bien, además de un lugar de asilo para muchos compatriotas, especialmente artistas, que fueron acogidos allí. Y en mi caso específico, solo cuando España –ya en democracia– se interesó en el mundo editorial chileno, pudimos crecer y ampliar nuestro trabajo. Por no mencionar que culturalmente España nos ha nutrido muchísimo, especialmente frente al tema del feminismo. Las mujeres españolas han estado a la vanguardia del pensamiento y de la acción y desde Chile las leemos y las seguimos. Les tengo una enorme consideración. Tenemos muchas razones para estar agradecidos.