Premios al cine español: ¿Son demasiados? ¿Son eficaces?
En vísperas de los Goya, reflexionamos sobre la proliferación de galardones a la hora de promocionar la creación y la industria.
¿Muchos premios o mal otorgados?
Nuria Vidal. Crítica de cine
¿Hay demasiados Premios de Cine en España? ¿Son necesarios todos estos premios y ceremonias que se acumulan en un pequeño tumulto en un par de meses? La respuesta instintiva es: Sí, hay demasiados premios de cine.
Lo que pasa es que una segunda vuelta a la misma pregunta empieza a tener respuestas diferentes, menos viscerales. No es que haya muchos premios, es que todos premian a las mismas películas, en el mismo tipo de ceremonia. El problema no es el número de premios, el problema es la poca imaginación de esos premios.
En España, como en casi todos los países, hay unos premios de cine institucionales que cubren todo el territorio, todas las comunidades. Los más importantes son los Goya, premios a la industria y el arte, en los que se intenta (a veces se consigue) que aparezca lo mejor de la producción del año.
Luego están los Premios de las Academias de las Comunidades Autónomas, Premios Gaudí en Catalunya, Premios Carmen del Cine Andaluz, Premios Berlanga en Valencia, Premios Mestre Gallego en Galicia. Estos premios son útiles y necesarios. Su función es destacar lo que se puede considerar Películas de Kilómetro Cero, por eso en sus nominaciones pueden dar cabida a títulos interesantes que en los Goya, por fuerza, han quedado fuera.
Sería interesante distanciar los premios en el tiempo y buscar fórmulas diferentes
Un segundo bloque de premios son los que otorga la Crítica: los Premios Feroz, los Sant Jordi, Premios Días de Cine. Estos premios sirven en la medida en que son independientes, libres, curiosos, arriesgados. Si sus nominaciones se limitan a repetir como clones las de los Goya, pierden todo interés y toda efectividad. Los premios de la crítica deberían rescatar un cine distinto para darle un nuevo impulso.
Si no cumplen con su función de buscadores de tesoros, no sirven para nada. Hay unos premios diferentes porque es el público, los lectores, los que los deciden. Son los Fotogramas de Plata que la revista Fotogramas lleva entregando desde hace 73 años. Los Fotogramas de Plata son un reflejo de los gustos de los lectores y por eso pueden ser los más inesperados, los menos previsibles.
Quedan un último grupo de premios, los que entregan los distintos colectivos profesionales: Los Premios del CEC (Círculo de Escritores Cinematográficos), los premios de la Unión de Actores y los Premios Forqué, iniciativa de los productores que inauguran la temporada de premios a finales de diciembre. Estos premios hacen falta siempre y cuando enfoquen sus nominaciones en función de su especialidad.
Aquí se puede jugar mucho con películas distintas, pequeñas joyas escondidas que no son redondas en su totalidad, pero destacan por algún motivo. Otra cosa es por qué se tienen que acumular todos en estas fechas, atropellándose unos a otros sin dar tiempo casi ni a buscar nuevo vestuario para unas galas que son siempre iguales, largas y aburridas. Sería interesante distanciarlos en el tiempo y buscar fórmulas diferentes para el espectador que al final no sabe si está viendo los Feroz, los Forqué o los Goya.
Lluvia de invierno
Carlos F. Heredero. Crítico. Director editorial de Caimán Cuadernos de Cine.
Estamos en invierno, pero no solo. También estamos en ‘temporada de premios’: una peculiar estación meteorológica en la que, a pesar de los termómetros, las gentes del cine se quitan los abrigos y se pasean, de ceremonia en ceremonia y de alfombra en alfombra, ligeros de ropa, con sedas y escotes las mujeres, con trajes de verano los hombres, en una pasarela exhibicionista que parece inacabable.
No pasa semana sin que asistamos – en los papeles, en las televisiones y en las redes– a una ristra de candidatos, nominados y premiados, todos ellos a la espera del polen primaveral (otra paradoja estacional) que fertilice sus trabajos para que puedan florecer de nuevo en las taquillas antes de que las carteleras los conviertan en hojas otoñales fatalmente caídas.
Entre medias, el calor del verano (el valor estético y creativo de las películas, su verdadero relieve para la Historia del cine) permanece ausente, porque a nadie parece importarle una ‘temperatura’ que queda tan lejos en el horizonte.
Embebidos en los fastos glamurosos de los photocalls, lo que importa es salir en la foto lo más guapo posible, hacer las declaraciones más tópicas en la alfombra –o alfombrilla– de turno y soltar el discurso más ocurrente, o más lacrimoso, sobre el escenario. Y así hasta la próxima, que casi siempre es a la semana siguiente…
Capaz de ofrecer un fugaz balón de oxígeno, la invernal lluvia de galardones cumple su función
Entiéndase bien: claro que los premios (los grandes y los pequeños, los más respetables y los más oportunistas) pueden contribuir ocasionalmente –aunque en realidad no siempre, ni tampoco como ungüento mágico– a impulsar la carrera comercial de las películas.
Capaz de ofrecer a veces un fugaz balón de oxígeno a una industria cultural siempre frágil y necesitada de apoyos, la invernal lluvia de galardones cumple su función. Y de eso se trata, para qué vamos a engañarnos. Es una función comprensible: un mecanismo de marketing y de promoción. Bien está lo que bien se entiende.
Y claro que los premios sirven también, en ocasiones, para distinguir a buenas películas (a la vez que se olvidan de muchas otras que a veces son mejores), para ofrecer alguna guía a una audiencia no especializada, aunque casi siempre la verdadera naturaleza de los galardones quede completamente opacada.
Quizás porque a nadie le interesa recordar que los premios de las academias (todos ellos, los de la española igual que los de la francesa o los de Hollywood) en realidad expresan –exclusivamente– los muy respetables gustos de los profesionales (técnicos, actores, guionistas, montadores, directores, etc.) que hacen el cine de cada país. O que otras distinciones son el resultado de votaciones igualmente corporativas, ya sean estas industriales o periodísticas.
A fin de cuentas, el reconocimiento gremial de tu profesión es siempre una recompensa tan noble como gratificante, qué duda cabe. Entre los flashes del glamur, la hojarasca de las alfombras y el cansino ruido mediático de tanto freak dedicado a hacer quinielas infantiles, los premios son solo un indicador más. Lluvia de invierno para un juego divertido.