Para qué sirven los libros
Sobrenaturales o sagrados, los libros exigen al escritor, por encima de todo, libertad. Libertad de acción y de pensamiento. Y empatía, dice Orhan Pamuk. Y el derecho a contradecirse a sí mismos, que decía Camus
Los escritores se preguntan una y otra vez para qué sirve lo que escriben. Cada uno tiene sus motivos, claro. Hay quien les encuentra una función sobrenatural. La rabina Delphine Horvilleur, autora del ensayo Vivir con nuestros muertos, cuenta en ABC que “los relatos sagrados abren un pasadizo entre los vivos y los muertos” y explica que el papel del narrador es “quedarse junto a la puerta para asegurarse de que permanece abierta”.
Álvaro Pombo, según confiesa en Vozpópuli a Vidal Arranz, también le ve una función sobrenatural a la escritura. Asegura que en su último libro enfoca la idea de Dios a partir de un texto de Petrarca, que dice que “la poesía es teología y la teología poesía (…) Hay una conexión directa”.
“Ser rusófobo es ser, de algún modo, antieuropeo”
El turco Orhan Pamuk relataba en Canarias 7 cómo se encontró con el destino mientras escribía. Llevaba cuarenta años preparando un libro sobre la peste. Todo el mundo le preguntaba “por qué escribía sobre la peste cuando ya no existía, y de repente irrumpió el coronavirus”. Considera que su obligación como escritor es adentrarse “en situaciones distintas a la mía y entender a todo el mundo. He intentado hacerlo con fundamentalistas y terroristas (…) La singularidad humana radica en esa empatía”.
Para Laura Dave, según confesaba en Mujer Hoy, “escribir es una conversación (…) Mientras escribo, leo mi trabajo en voz alta para tratar de escucharlo como lo haría cualquier lector. Luego, gracias a las firmas de libros o a los comentarios de las redes sociales, he llegado a hacerme una idea de qué cosas les gustan y cuáles no”. La conversación debió de ser fructífera, porque el último libro de Dave ya lo han leído un millón de personas en EE.UU. Pero ella se muestra modesta: “si cinco personas leen mi novela y se conmueven, ya habrá merecido la pena haberme embarcado en la búsqueda”.
Para explicar por qué se dedica a la literatura, Bernardo Atxaga recuerda en Deia una cita de Rafael Sánchez Ferlosio. “Ferlosio decía que no pretendía hacer un jersey, una bufanda o una chaqueta, lo que él quería era tejer, es decir, escribir”.
El biógrafo de Antón Chéjov Donald Rayfield revelaba en Letras Libres a Daniel Gascón una necesidad esencial para todo aquel que se dedique a la literatura: la libertad. “Demostró cómo ser libre de ideología, cómo ejercer el derecho que reclamaba Camus a contradecirse a sí mismo. Eso da a los escritores coraje para resistir a las presiones ideológicas o de la corrección política”.
“Me saca de mis casillas el novelista o el ensayista cariacontecido, con mueca de seriedad extrema”
A propósito de la libertad del autor, Bernat Castany cuenta en Crónica Global a Anna María Iglesia que “el ensayo va de la mano del error: el ensayo implica, como la improvisación musical, aceptar convivir con el hecho de equivocarse. Si no se tolera la equivocación, es imposible pensar con libertad y sin barreras”. A propósito de la libertad del escritor frente al movimiento de la cancelación, explica que tiene en Estados Unidos “muchos amigos que siempre de forma temerosa y en privado me comentan que existe miedo a decir ciertas cosas. Se ha llegado a extremos un tanto absurdos.”
Hay preocupaciones menos trascendentes. Laura Revuelta recuerda en ABC un artículo de Ignacio Echevarría en el que “se mofaba del gusto de ciertos escritores (no escritoras) por dejarse fotografiar en las más extravagantes poses”. Revuelta apostilla que “a esta modalidad fotográfica (…) yo le sumo otra que me saca de mis casillas: la del novelista o el ensayista cariacontecido, con mueca de seriedad extrema que se repite antipáticamente en reportajes, entrevistas o perfiles de Twitter”.
P.S. La guerra tiene mucho que ver con la cultura. Arturo Pérez-Reverte se lo explica a Antonio Lucas en Zenda. “Para mí Rusia es Europa, no el oriente ni el telón de acero. Si has leído a Tolstói, a Dostoievski, a Gógol, a Chéjov… Si has escuchado la gran música rusa… Si sabes reconocer lo que ha sumado ese país a la cultura occidental, no puedes decir que no sea Europa. Digamos que es otra parte de Europa. Ser rusófobo es ser, de algún modo, antieuropeo. Yo soy un militante de la Europa que va de Homero a hoy. Así que esta otra consecuencia de la guerra hay que considerarla una tragedia más”.