Miranda es una mujer madura que compone canciones. Destaca por su inteligencia y conoce a fondo a la alta sociedad europea. Carga con un copioso equipaje cultural. Tiene la cara llena de ojos azules y una belleza que algunos califican de extraterrestre. Vivió en su juventud un pasaje lésbico con Gadea. Pero su amante era una mala persona que apuñaló su ego. A través de unas fotos altamente pornográficas, trató de chantajear a la madre de Miranda, Cata de Arce, que, antes de entregarle el dinero de la extorsión, había contratado detectives y grabaciones. Y aplastó a Gadea, que se despidió de Miranda con un agrio mensaje de móvil. El amor de la epífisis, de la glándula pineal, le había devuelto al principio del fin.
Bajo la cúpula azul Chagall del hotel Palace madrileño, la protagonista de la novela de Cruz Sánchez de Lara, Cazar leones en Escocia (Espasa), se repuso de la aventura lésbica y disfrutó luego del amor y la pasión con varios hombres. Su lema vital, como el de Albert Camus, se centró siempre en el carpe diem de Horacio a Leucónoe. No tuvo hijos porque le restaban libertad. Gustaba del champán Pol Roger y también de una copa de tinto, porque el vino es metonimia y metáfora. Admiraba la pintura de Genovés y de Rafael Alberti y odiaba a Dalí. Su madre, Cata, vivió un largo adulterio con el potentado Paul. Dejó para ella una copiosa herencia y seis cartas, que debía abrir por orden, en los tiempos establecidos. Paul también murió y donó para ella un Twombly, cuadro de gran valor, y una caja fuerte que una vez abierta robusteció la herencia con joyas extraordinarias, compradas algunas a Elizabeth Taylor.
Camille, la hija del amante de su madre, visitó en Madrid a Miranda, sacó una pistola de su bolso Kelly de Hermès y le disparó en el cuello. Negro y sangre. Gracias al doctor Abarca y al hospital Sanchinarro, Miranda sobrevivió y entabló un insólito romance con Bertrand, hijo del amante de su madre y de Amélie, la esposa corneada. Vive Miranda con Bertrand en el hotel Crillon de París, almuerza con él en La Tour d’Argent y baila con su amante definitivo que se la come a besos. Se acuesta con él y encuentra la paz de quien duerme en su destino.
Cata de Arce, madre de Miranda, fue una mujer excepcional, amiga de Marc Chagall. Leía a Proust, asistía a la ópera. Su poema favorito era If de Kipling. Amiga de Balenciaga, se casó dos veces. Su primer marido, Ciro, era gay. Su segundo, Martín, se recreaba en el esnobismo. Murieron los dos, pero ella mantuvo su profundo amor adúltero con Paul. Vivió como una tortuga en su caparazón. “Sentí su muerte –afirma tras el fallecimiento de Martín– pero sentí mi vida. Volví a ser libre”. En su juventud, Cata creció siempre en pos de lo que no podía tener. Perdió a sus padres en un accidente de tráfico por culpa de una vaca. Vivió, como luego su hija Miranda, el presente. “El futuro nos eludirá siempre –afirmaba–. Solo existe el presente”.
Su primer matrimonio fue la tapadera de un homosexual. Su segundo, vida de boato y gola. Explica luego que su gran protagonista, Cata de Arce, enferma de cáncer. “Muero sin creer en Dios y en la vida eterna”, escribe. Pero se lamenta de ello. Traza entonces un plan para asegurarse de que Miranda disfrutará de su herencia. “Un día, como yo hoy, sabrás que la luz se apaga”. Paul, su amante inmóvil, no puede vivir sin ella y al poco tiempo muere también.
Silvana, la abuela, fue amante de un ministro de Franco, célebre por su meyba. Es la tercera mujer clave en la novela y junto a ella quedan psicológicamente muy bien dibujados los personajes menores, Antonio, Alejandra, Rafael, Bertrand, Amélie…
Cruz Sánchez de Lara ha escrito una novela de sólida arquitectura literaria que mantiene el interés y la originalidad de principio a fin y que está narrada con una escritura limpia y clara. Se trata, en todo caso, de una primera novela y la crítica especializada señalará los defectos que tiene. Pero la autora ha sabido coger de la mano a Hitchcock, escuchar sus macguffins, diálogos del absurdo, y marcharse con él a cazar leones en Escocia y panteras de Java en la República de las Letras española. Ha acertado, en fin, Cruz Sánchez de Lara. Novelista habemus.