Con el Teatro Español abarrotado, el público se puso en pie al concluir La isla del aire y dedicó a Nuria Espert una ovación que no se terminaba y que me recordó a la cosechada por Antonio Buero Vallejo con La Fundación.

Adolescentes, jóvenes, hombres y mujeres maduros, ancianas y ancianos aplaudían a Nuria Espert, rendidos todos por la admiración hacia una actriz inconmensurable que lleva 75 años en pie sobre la escena española.

Me bastó escuchar sus primeras palabras para saber cómo reaccionaría el público al final. Perfecta la vocalización, exacta la expresión corporal, certeros los silencios y el énfasis, activa en una silla de ruedas, Nuria Espert, con su sola presencia, incendió el escenario del Teatro Español y pasó la batería como un misil. Inolvidable espectáculo.
Y con el mérito adicional de que la obra de Alejandro Palomas no pasa de endeble.

Activa en una silla de ruedas, Nuria Espert, con su sola presencia, incendió el escenario del Teatro Español y pasó la batería como un misil

Bien las interpretaciones, mejor de lo que ha opinado la crítica especializada, de Vicky Peña, Teresa Vallicrosa, Candela Serrat y Claudia Benito. Discreta la escenografía de Brosa; acertado el vestuario de Belart; eficaz la iluminación de Ariza. Y excelente la dirección de Mario Gas que ha exprimido hasta la última gota el zumo de limón de la comedia.

He repasado en mi archivo y resulta que he asistido a 43 obras interpretadas por Nuria Espert. Por ella han desfilado Shakespeare, Lope, Arthur Miller, Terenci Moix, Zorrilla, Eugenio O'Neill, Bertolt Brecht, Genet, inolvidable en Las criadas; Sartre, Casona, Rojas y su Celestina; Valle-Inclán, el japonés Hisashi, Sanchis Sinisterra, Chéjov, Albee, Mouawad, un Dürrenmatt sorprendente junto al gran José Luis Gómez. Y, sobre todo, el autor más admirado por Nuria, Federico García Lorca.

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Nuria Espert ha dirigido óperas del circuito en todo el mundo. En compañía de Rafael Alberti se paseó por España y Europa con su Arte y canto de la poesía. Y se tensaba su voz cuando decía: “Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza, que los años en mí no son hojas, son flores, que nunca soy pasado sino siempre futuro”.

Con toda justicia ganó la actriz el más alto galardón español: el Premio Princesa de Asturias. Y varias decenas de premios más, entre ellos el Lázaro Carreter y, de forma especial, por su interpretación inolvidada de La casa de Bernarda Alba, el premio Valle-Inclán al acontecimiento teatral del año. Después presidió el Jurado de este premio, el más prestigioso del teatro español, interrumpido por la epidemia de la Covid, porque se falla en una cena cara al público.

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Nuria Espert es la solidaridad con todos, la mano siempre tendida a los desfavorecidos. Es la simpatía, la sencillez, la buena educación. Es la ausencia de presunción, el elogio hacia los demás, el esfuerzo permanente para comprender, no juzgar. Es mucho más que una mujer muy inteligente, de extraordinaria cultura, de sólido pensamiento. Es tal vez la actriz que ha representado de la forma más profunda el teatro español de todos los tiempos.

Sé que el elogio, si no se acompaña de crítica, pierde una parte de su valor. Pero no encuentro ni deficiencias ni debilidades en la contribución que Nuria Espert ha hecho al teatro español. Y me complace más que nunca a estas alturas de la vida decir lo que pienso, lo que considero justo y objetivo.

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Hace 65 años la vi por primera vez en el Teatro Recoletos de Madrid. Representaba Gigi de Colette. Y despertó mi admiración y mi asombro. Desde entonces la he seguido desde la distancia o la presencia en todas sus actuaciones artísticas.

En el ABC verdadero publiqué en 1959, hace sesenta y cinco años, un recuadro sobre su actuación en Gigi y escribí: “… aquí es cuando la obra de Colette alcanza su más intensa emoción, pues Nuria Espert, la bella actriz catalana, ha traído, prendida en torno a su delicada juventud, una Gigi perfecta que aprisiona al espectador con su atractivo irresistible”.