
Yolanda Díaz muestra a Pedro Sánchez el libro que ha llevado esta mañana al Congreso. Efe
Yolanda aconseja a Sánchez un libro del anarquista que soñaba con la jornada de 15 horas y el fin de los "trabajos de mierda"
En "La utopía de las normas. De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia" (Ariel, 2015), David Graeber llamaba a la izquierda a acabar con la burocracia –la consideraba una forma de violencia social– y a no ceder esa bandera a la derecha.
Si Yolanda Díaz cumpliera con los mandamientos del autor que ha recomendado a Pedro Sánchez esta mañana en el Congreso, se dispararía de golpe hasta los cincuenta escaños. Puede que incluso la votaran los más liberales. ¡Hasta los libertarios! Podríamos enviarla a Argentina a solventar la crisis diplomática con Milei y, por qué no, aprovecharnos de su renovado pensamiento para seducir a Elon Musk y traerlo a España a dar una conferencia.
Yolanda Díaz suele utilizar el libro, el objetivo más sagrado que existe según Borges, como una herramienta de propaganda. Aunque en el bolso le entraría la biblioteca de Vargas Llosa que vimos en casa de la Preysler, ella prefiere llevar el libro en la mano y colocarlo sobre el escaño. Que la gente vea que lee y que los suyos vean que milita hasta cuando lee.
El de hoy, que ha llamado la atención de Sánchez, era "La utopía de las normas. De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia" (Ariel, 2015). Lo firma David Graeber, un antropólogo anarquista, hijo de un combatiente de las Brigadas Internacionales, un líder del movimiento que ocupó Wall Street, un académico que soñó con la semana de 15 horas laborables que vaticinó Keynes para los años tecnológicos. Hasta ahí todo previsible, pero...
Por su condición de anarquista, David Graeber (Nueva York 1961-Venecia 2020), que murió de una pancreatitis aguda sin haber cumplido los sesenta, escribía de tanto en cuando alegatos contra las costumbres de la izquierda que, a su juicio, hacían ganar a la derecha. Por ejemplo, su olvido a la hora de combatir la burocracia.
Es una pena que Graeber no se hubiese puesto a estudiar a conciencia el caso español, donde el Estado de las Autonomías provoca a diario la triplicación del trámite; una telaraña que atrapa cada mañana en las ventanillas a millones de españoles. Si a eso se le une nuestro carácter iconizado por Larra en su "vuelva usted mañana"... Graeber podría haber impreso una edición especial y haberse inflado a vender libros desde Cádiz hasta Bilbao.
Para Graeber, la burocracia era una forma de "violencia estructural" que atacaba directamente al corazón de la felicidad de las personas. Lo explicaba con dos caminos: es infeliz el burócrata y el burocratizado. El que te obliga a llevar los papeles que ya tiene la Administración y el que tiene que llevarlos siete veces porque falta no sé qué.
Graeber lamentaba que sea la derecha la que abandere la causa de acabar con la burocracia porque –según explicaba–, lo hace con el objetivo espurio de camuflar así la privatización de los servicios públicos.
La burocracia y la jornada laboral –para Graeber– van de la mano. La burocracia es uno de los factores que impide que trabajemos menos. Este antropólogo anarquista alcanzó la fama cuando publicó un ensayo titulado "Trabajos de mierda". Tras entrevistarse con un montón de gente de distintas clases sociales, llegó a la conclusión de que un 95% siente que su trabajo no sirve de nada, de que es un "trabajo de mierda".
Keynes pensó que, con la llegada de la tecnología, se podría acabar con muchas de las labores que, entonces, tenían que realizar los seres humanos. Graeber, que luchaba por alcanzar esa jornada, estaba convencido de que es el consumismo el que impide pasar esa motosierra por la actual jornada laboral. Trabajamos más porque pensamos todo el tiempo en consumir.
Llegue desde la izquierda o desde la derecha, el líder que realmente se atreva a asesinar la burocracia, resucitará aquello tan perdido en España del voto en positivo. Ni Sánchez –el recomendado– ni Yolanda –la recomendadora– han exhibido nunca tal intención. Pero para eso están los libros: para soñar.