Cuadro del pintor francés Edouard Dantan que representa a un discóbolo de la Antigua Grecia.

Cuadro del pintor francés Edouard Dantan que representa a un discóbolo de la Antigua Grecia. Wikimedia Commons

Historia

Así eran los Juegos Olímpicos en la Antigua Grecia: entrenadores de élite, 'fast food' y okupas

Los atletas se preparaban a conciencia durante diez meses y grababan sus hazañas deportivas. Un libro se sumerge en la competición de un año concreto: 248 a.C. 

25 julio, 2024 09:01

Dromeo de Estínfalo revolucionó el universo atlético de la Antigua Grecia a principios del siglo V a.C. El corredor de fondo arrasó en todas las competiciones de los juegos panhelénicos en los que participaba: los Píticos, que se celebraban en Delos en honor de Apolo, los Ístmicos o los Nemeos; y también en los más famosos y prestigiosos, los Juegos Olímpicos. La clave de su éxito, al parecer, fue contratar a un entrenador personal (gymnastes), un tal Epicarmo de Sicilia, y comenzar a ganar fondo en sesiones diarias de entrenamiento. También cambió su dieta: repudió el queso fresco y apostó por las proteínas de la carne.

Hasta entonces los atletas se alimentaban de pan de cebada o de ácimo hecho con trigo sin tamizar y, después del ejercicio, se ungían con aceite de olivas silvestres. Acostumbraban a bañarse en ríos y a dormir en el suelo o sobre lechos de paja que ellos mismos recogían. Pero en el año 248 a.C. el deporte griego se había profesionalizado: los gimnasios —literalmente significaba "hacer ejercicio desnudo"— al aire libre discretamente protegidos por árboles y que disponían de vestuarios o baños estaban llenos de jóvenes que ejercitaban su cuerpo y también la mente. Por eso pululaban por estos lugares filósofos y profesores de retórica como Sócrates y Platón.

Los entrenadores tenían además conocimientos en fisiología y biología humana, y como relató el panegirista Píndaro, muchos de sus nombres aparecían reflejados en las victoriosas inscripciones de sus discípulos. Al acabar las sesiones los atletas realizaban ejercicios respiratorios para eliminar la tensión del corazón y se tumbaban en mesas pulimentadas donde recibían masajes para aliviar las contracturas y les retiraban la suciedad y el sudor. También descansaban en la sala de vapor y se recuperaban en piscinas de agua fría. Y como el descanso era igual de importante, muchos preparadores acotaban un periodo de relaciones íntimas y no les dejaban dormir acompañados. 

Detalle del ánfora panatenaica de Eufileto que representa a unos atletas.

Detalle del ánfora panatenaica de Eufileto que representa a unos atletas. Wikimedia Commons

En 248 a.C. se celebraron los 133º Juegos Olímpicos, y esos son los doce meses que reconstruye Philip Matyszak, doctor en historia romana por el St John's College de Oxford, para presentarnos cómo era Un año de vida en la Antigua Grecia (Crítica). En esta suerte de ensayo novelado, el autor introduce a una serie de personajes ficticios —un velocista, una esclava fugitiva, un mercader, una novia fugitiva o un diplomático— en un relato construido con evidencias históricas y arqueológicas para mostrar la última fase de la Olimpiada, sus preparativos, el furor con el que se vivían las competiciones de lanzamiento de disco, salto de longitud o pentatlón y cómo Zeus calmaba temporalmente las rencillas entre las distintas polis.

Una de las figuras más interesantes del dramatis personae la encarna Similo de Nápoles, un corredor que pretende coronarse campeón en la prueba más antigua —fue la única durante casi un siglo—, el stadion o estadio, de casi 200 metros, distancia que el poderoso Heracles podía recorrer con una sola bocanada de aire, y que se celebraba en la pista de cuadrigas homónima. Gracias a su gira de preparación por la Hélade se revelan datos curiosos de las competiciones, en las que los jueces, en vez de descalificar a los velocistas que cometían salida nula, les propinaban varios latigazos o les golpeaban con sus largas y flexibles varas.

Acceso al estadio de Olimpia.

Acceso al estadio de Olimpia. Wikimedia Commons

Todo atleta que avisaba de su intención de participar en los Juegos Olímpicos se comprometía a entrenar durante diez meses antes del evento y eran vigilados. A falta de cuatro semanas debían presentarse en la ciudad de Elis, donde los jueces olímpicos los distribuían entre los gimnasios de la urbe para seguir preparándose. Desde allí iniciaban una de las procesiones más largas del mundo antiguo —32 kilómetros a pie, completados en un par de jornadas— hasta el recinto sagrado de Olimpia. La competición arrancaba tras el tradicional sacrificio de un jabalí en el templo de Zeus y los juramentos de los deportistas.

Además de cuestiones comerciales, diplomáticas y matrimonios dinásticos que se desarrollaban durante las jornadas de los Juegos Olímpicos, Matyszak enumera en su literario relato otra serie de curiosidades: por ejemplo, había okupas que acampaban sin reparos en las fincas aledañas al recinto deportivo para estar más cerca de los atletas. Entre los más famosos de la historia de la Antigua Grecia se contabilizan Leónidas de Rodas, coronado doce veces en el estadio de Olimpia con la rama de olivo; Ages de Argos, que tras ganar su prueba en 328 a.C. recorrió ese mismo día los cien kilómetros que lo separaban de su ciudad natal para dar la noticia en persona; o el panadero Corobeo de Élide, el primer corredor registrado que ganó la prueba de velocidad.

Un curioso paisaje lo constituían los establecimientos que se organizaban en la improvisada villa olímpica. El público podía comprar todo tipo de alimentos, desde pan de cebada recién hecho para desayunar como platos de comida rápida —huevos duros, aceitunas, higos frescos, pescado saldado— al mediodía para no perderse ninguna prueba. Y para cenar, ya con más calma, carne de añojo, de lechal o de ternera libre de moscas. Según los filósofos más crédulos, hasta estos molestos insectos respetaban la tregua olímpica.