El nuevo ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque.

El nuevo ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque.

La tribuna

Apartad diletantes, dejad trabajar al ministro

El nuevo ministro de Ciencia, Innovación y Universidad tiene el reto de configurar al fin un ecosistema innovador en España, por encima de nichos y pesebres, tanto territoriales como institucionales.

6 junio, 2018 16:00

Para aquellos que creemos en la necesidad de configurar un ecosistema de innovación en España -uno real, no sus trasuntos de inspiración marketiniana, ni esas celdas de ideas a la sombra que tanto gustan a nuestra Administración- la denominación “Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades” suena a música celestial. Esa formulación debería esculpirse en el frontispicio del edificio del conocimiento de cualquier país avanzado, sobre los tres pilares que lo sostienen: el laboratorio, la empresa y la Academia. Bienvenida esta esperada iniciativa y su encarnación en el genio de Pedro Duque.

Ahora, por favor, apartaos los diletantes. Dejad trabajar al ministro. Dejad de ser un freno. Basta ya.

No es sencillo describir los obstáculos que impiden día a día la creación de un ecosistema innovador en España. Acudí al Congreso de los Diputados invitado por los voluntariosos parlamentarios del PP de Tarragona, Ceuta, Teruel y Badajoz que estaban definiendo la estrategia del partido en materia de innovación. Pude constatar que estaban enredados en una madeja de líneas rojas: no se puede cuestionar las competencias autonómicas, ni las universitarias, ni la estructura y la jerarquía de los centros de investigación, ni la política fiscal… Participé en un Consejo del Emprendedor que acabó definiendo un ecosistema de innovación plagado de instituciones, en el que sólo faltaba un actor indispensable… no había empresas. Un exresponsable público encargado de conceder ayudas públicas me confesaba que no hay medios materiales para estudiar todas las peticiones que se realizan a la Administración… y para comprobar que se usan para el fin para el que se conceden.

Patentes que acaban en los cajones porque centros superiores de investigación científica no disponen de una estrategia y de recursos para hacer transferencia de conocimiento al mercado. Y sin empresas no hay innovación. Departamentos universitarios plagados de irregularidades, grupos de investigación mediáticos a los que se les conceden anualmente ayudas sin que hayan presentado un avance significativo en años, manifiesta malversación de fondos públicos… Institutos tecnológicos convertidos en cortijos semifuncionariales, con directores generales perpetuos, laboratorios regionales y regionalistas a los que se les impide cooperar con los de otras comunidades (es más fácil obtener ayudas europeas que españolas para hacerlo)... Bloqueo a la meritocracia, salvaguarda instintiva de privilegios, ideología por encima del culto a la excelencia. Sobredosis de planes y observatorios diseñados y costeados por políticos, sencillamente absurdos.

Ha sido imposible diseñar un modelo de innovación en cascada: con centros de investigación de excelencia que nutran de conocimiento a centros de I+D cada vez más próximos a la pyme, con incentivos como los retos tecnológicos. Porque no existen canales de transferencia en España, porque España es un enjambre de hexágonos cerrados cuya única preocupación es mantenerse tal y como están. Recuerdo cuando le planteé el modelo en cascada al presidente de la Federación de Institutos Tecnológicos: “Pero tú ¿qué te has fumado?”, respondió resignado.

Y en el sector privado no andan mucho mejor las cosas. El Ibex 35 que debería actuar, como sucede en otros países, de locomotora de la innovación, localizando ideas excelentes, incorporándolas, promoviéndolas, abierto a la cooperación y a la propia transformación, es un dinosaurio pesado, con directivos reacios a compartir conocimiento con startup y centros de investigación por si resulta que van demasiado lejos… y los que sobran son ellos. Ay, si las consultoras que implementan productos de digitalización pudieran hablar, la de anécdotas que acumulan de la batalla de directivos en España a cuenta de la transformación tecnológica.

Nada ha hecho el Gobierno de Mariano Rajoy por revertir esta situación. La innovación no es un problema de izquierdas y derechas, sino de gestión y lucha por situarse en la vanguardia del conocimiento. El ya exministro de Economía, departamento del que incomprensiblemente dependía el CSIC, sin conexión con el área de Universidades, Rafael Escolano, visitó en más ocasiones que su predecesor, Luis de Guindos, este centro de excelencia en sus tres meses en el cargo.

Que pese a todas estas dificultades, España haya producido avances científicos e innovaciones únicas a nivel mundial, se antoja un auténtico milagro, un motivo de fiesta permanente que hace que valga la pena mantener la esperanza.

Lo que hay que pedir a los diletantes que llevan dos décadas frenando la creación de un verdadero ecosistema de innovación en España es que ayuden o se aparten. Que no pongan palos en las ruedas del proyecto de Pedro Duque. Ya está bien de actuar como unos consentidos irresponsables. El desafío de la revolución tecnológica no permite más contemplaciones.

Pongo en boca del nuevo ministro esa grandiosa frase de El Festín de Babette de Isak Dinesen: «A través del mundo se propaga un grito prolongado que brota del corazón del artista: ¡dejad que lo haga lo mejor que me sea posible!»

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