La tribuna
‘Venderse’ como suecos
Cuando una necesidad, convertida en oportunidad, pasa al estadio de fenómeno social se producen varias cosas. Por un lado, aumenta el interés del respetable por el hecho en sí y el respeto por aquellos que lideran ese campo. Por otro, hay quienes aprovechan el circo mediático para "acercarse al calor que más aprieta" y vender como suyas propuestas que distan mucho de gozar de dicha denominación.
Lo que está ocurriendo en torno a conceptos como la innovación, la transformación digital o la -ya también manida- economía digital es fiel reflejo de ello. Hemos pasado del mayor de los ostracismos a ser la gran apuesta de futuro para el tejido productivo, lo que ha de salvar a las empresas y ha de marcar los designios de todas y cada una de las compañías de nuevo cuño. No está mal como planteamiento de base, podríamos pensar; el problema viene cuando esto se usa para remozar ideas y propuestas de negocio antiguas como si fueran la próxima gran disrupción mundial.
En España lo llamamos "vender gato por liebre", pero es un problema bien conocido en muchos otros lares. Recientemente tuve ocasión de conocer el ecosistema innovador nórdico y de asistir al enfrentamiento soslayado de noruegos y suecos a propósito del tema que nos ocupa. "Los noruegos inventamos, tenemos mejores ideas y más tecnología. Los suecos simplemente saben venderse mejor". Así explican nuestros vecinos del norte una diferencia de cuatro a uno en capital riesgo captado por sus startups. Aunque también usan otra de mis frases favoritas en esto de 'vender' o no 'vender' la innovación, muy recurrente incluso en compañías patrias: "Nosotros primero queremos hacer, probar la tecnología y luego lo comunicamos. Otros primero lo cuentan y después, ya si eso, lo hacen".
¿Hasta qué punto es lícito vanagloriarse de una capacidad innovadora que no es tal? ¿Hasta qué punto tiene sentido, por el contrario, no dar a conocer los avances que estás logrando? Como diría Aristóteles, en el punto medio suele estar la virtud, pero si a un servidor le obligan a elegir un extremo, casi compensa la elegancia de la sencillez y la humildad de una innovación donde sí haya algo que rascar tras el bonito cartel publicitario.