La tribuna
La interacción física humana, nuevo lujo en la ‘era de las pantallas’
Se veía venir. Y además es lógico. El flujo a través de las pantallas se ha convertido en una masiva ‘adicción sin sustancia’. No es casualidad. Las redes sociales se han convertido en (casi) universales, gracias al planteamiento de sus modelos de negocio, diseñados para crear adicción. En un desnivel cuesta abajo, los usuarios van abandonando grados de voluntad personal.
Así se llega al consumo compulsivo de tiempo de pantalla. La psicóloga Sally Andrews, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nottingham Trent, ha analizado en un estudio el uso que hacemos de nuestros smartphones: sobre cinco horas al día. Y, en ese tiempo, fijamos la atención en la pantalla más de 85 veces diarias, de media.
En nuestro país, además, lo de ir por la calle mirando la pantalla se ha convertido en una moda, moda que los adolescentes han abrazado con entusiasmo como su nueva religión porque lo asocian con las conductas más modernas entre sus amigos. (En China, en algunas calles, ya les han puesto un carril solo para usuarios de móvil).
Probablemente, estos jóvenes no saben que, en Silicon Valley, el lugar donde han nacido las multimillonarias empresas cuyas apps les han convertido en adictos a las pantallas, la moda es la contraria. Entre los altos ejecutivos de esas compañías, conscientes de la adicción que provocan sus servicios, la tendencia es restringir –o directamente prohibir– el tiempo que sus hijos pasan frente a la pantalla.
Es corriente ‘vanguardista’ desde hace varios años entre estos directivos e ingenieros, tanto en casa como en los colegios de élite, donde sus niños van a formarse, seguramente, para después aplicar a Stanford o a Berkeley. Quieren evitar que sus hijos caigan en la adicción digital. Y hasta tiene nombre en inglés: kids tech-free (chicos libres de tecnología). Pero como suele ocurrir, las personas sumergidas en las modas no saben que, en realidad, lo que hacen compulsivamente pensando que es lo último, ya está obsoleto. Porque las modas son efímeras por definición, sobre todo en el mundo tecnológico, donde además, sabemos que la longevidad digital no existey todo es mucho más frenético.
Adicciones digitales sin sustancia
A quienes ya son presas de adicciones digitales sin sustancia, no se les debe hacer observaciones al respecto de su conducta tecnológica, ya que existe el riesgo de fuertes conflictos, o al menos una experiencia desagradable, por ciertos rebotes ligados al uso del dispositivo digital que alimentan su adicción y que les cambia el carácter y su relación con los no adictos. Y no estoy hablando ahora solo de adolescentes, sino de personas que hasta asocian su calidad de vida con los dispositivos digitales.
En defensa de la conversación 'en persona’
La prestigiosa investigadora del MIT Sherry Turkle, fundadora de la Iniciativa MIT Initiative on Technology and Self, ha publicado recientemente un libro que se ha convertido en un best-seller. En Reclaiming Conversation: The Power of Talk in a Digital Age (En defensa de la conversación. El poder de la conversación en la Era digital), defiende el ‘poder de hablar’ -lo que llamamos hablar 'en persona'-.
La profesora, que no es ludita en absoluto, hace afirmaciones basadas en investigaciones científicas, de una claridad meridiana. Dice, por ejemplo: “Incluso un teléfono en silencio, nos desconecta” o “las conversaciones con teléfonos a la vista impiden la conexión empática”. Y como contraste también afirma: “Las conversaciones cara a cara dan lugar a una mayor autoestima y mejoran la habilidad, tratar con los demás".
Entre sus reflexiones, divertidas e irónicas, destaca: “Mientras tratamos a las máquinas como si fueran casi humanas, desarrollamos hábitos que hacen que tratemos a los seres humanos como si fueran máquinas”. Estas contradicciones de nuestras conductas digitales no son fáciles de reconocer. Y le diría a Turkle que muchas personas en internet y algunas redes sociales están tratando con máquinas creyendo que tratan con otras personas. Yo creo que es de tal fuerza la ‘corriente principal’ en el uso de smartphones que es casi una batalla perdida.
La interacción humana como un lujo
A no ser que en este mundo de la apariencia a toda costa y de las pretensiones -que también se han vuelto digitales, véase Instagram-, surja por reacción de la propia maquinaria, una moda contraria. Pues eso ya está ocurriendo. La concepción de lujo también está cambiando. Lo dice la periodista especializada en cultura digital y de internet Nellie Bowles: “Los ricos ya no asocian a la tecnología con algo lujoso… Los ricos, ahora, temen a las pantallas. Quieren que sus hijos jueguen con piezas de madera. Las escuelas privadas (y caras), libres de tecnología, están prosperando. El trato con humanos es más caro, así que las personas ricas tienen la voluntad y la capacidad de pagarlo. La interacción humana conspicua, estar sin smartphone durante días, renunciar a las redes sociales y no responder a correos electrónicos, se ha vuelto un símbolo de estatus”.
Para los pudientes, estar rodeado de tecnología empieza a ser cosa 'de pobres’. Y concluye: "Emerge una nueva y curiosa realidad: el contacto humano se está volviendo un bien lujoso… Conforme aparecen más y más pantallas en las vidas de las personas pobres, van desapareciendo de las vidas de los ricos. Cuanto más adinerado eres, más gastas para no tener pantallas cerca de ti”.
Bueno, está claro que las modas (y las de lo digital no son una excepción) se basan en imitar a los ricos y famosos, no necesariamente por ese orden. Así que quizá lo que no consiga la racionalidad y el sentido común, quizá lo cambie un ‘virus’ desde dentro. Si se hace ‘viral’ la conversación cara a cara y el contacto humano en persona, tal vez vuelva la empatía perdida. Lo curioso es que así llegaría por una especie de ‘puerta trasera’ de la maquinaria de las modas.
Pero no soy del todo optimista. Seguro que los comerciales de la industria tecnológica actuarán para poner un precio por las nubes al contacto humano, como está pasando con los viajes y los vuelos exclusivos como reacción a la masificación y a los infames viajes aéreos low cost. Estaremos atentos, pero esta vez no se será a la pantalla.