“¿Te has perdido, chica?”
Desde que, hace unos años, por casualidad, empecé a contar historias dentro del sector tecnológico, me han ido llegando, uno tras otro, comportamientos machistas que han sufrido las mujeres que se relacionan en mayor o menor medida con él.
Emprendedoras, consejeras delegadas, inversoras, gamers, investigadoras, ingenieras, desarrolladoras o, simplemente, aquellas que son entusiastas de lo tech se han tenido que enfrentar a situaciones (a veces con resignación y otras con rabia) en las que, como mínimo, se ha puesto en entredicho su potencial, simple y llanamente, por no ser varones.
Entre todos estos perfiles, hay uno en el que me quiero centrar porque, al final, para bien o para mal, es el que me toca más de cerca: las periodistas tecnológicas.
Una de las primeras cosas de las que te das cuenta cuando te dedicas a escribir sobre este mundillo es que se pone en duda tu conocimiento sobre el tema en tantas ocasiones que se convierte en algo habitual. También, que eso no les suele pasar a tus compañeros.
Además, si mezclas ser mujer con ser joven, ya no solo es que se cuestione tu conocimiento, sino que tampoco se entiende que estés allí como profesional. De nuevo, algo que no afecta de la misma forma a las personas del otro sexo.
Me faltan manos para contar la cantidad de veces que he llegado a una rueda de prensa y la persona de comunicación me ha mirado de arriba abajo y me ha preguntado, de forma seca y cortante, qué hacía allí. Una vez, fueron más directos conmigo y, sin pudor, me soltaron: "¿Te has perdido, chica?"
A pesar de que las caras cuando explico el motivo y enseño la acreditación de prensa no tienen precio, lo cierto es que preferiría no tener que luchar el doble para que me tomen en serio.
Eso sí, creo que una de las que más me afectaron fue la que vino directamente de un antiguo compañero del sector.
Mientras estaba haciendo fotos durante una rueda de prensa, él creyó pertinente arrebatarme la cámara de las manos delante del resto de colegas, cogerla y ponerse a disparar mientras me explicaba de forma paternalista cómo se hacían "de verdad".
Recuerdo mirar alrededor y darme cuenta que era la única mujer periodista en la sala y que él no había tenido a bien hacer lo mismo con el resto de colegas presentes, todos hombres.
Mi reacción fue quedarme en silencio, pensando en la cantidad de tiempo que había dedicado a formarme en fotografía y en la ironía de que él me estuviese explicando cómo utilizar una cámara que llevaba conmigo casi siete años y que había utilizado tantas horas y en tantos lugares que era imposible contar.
Al final, lo peor es que estas no dejan de ser anécdotas al lado de las situaciones graves a las que se tienen que enfrentar las mujeres a diario, simple y llanamente, por el hecho de serlo.
Es verdad que la situación ha mejorado, en este campo y en otros, respecto a años atrás, pero aún queda mucho por luchar para que dejen de preguntarnos si nos hemos perdido al hacer nuestro trabajo.