Innovación: ¿creyentes o practicantes?
En el año 2000, el Consejo Europeo de Lisboa marcó como estrategia hacer de Europa la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo para 2010.
En el Consejo Europeo de Barcelona de 2003 se propuso concretar el objetivo general en un compromiso de invertir el 3% del PIB (2% privado y 1% público) en investigación, con especial énfasis en la innovación tecnológica. En 2010 no se alcanzaron los objetivos fijados, pero se insistió en mantenerlos. ¿Cómo puede ser que hoy, dos décadas después, no se hayan cumplido?
La diferencia entre investigación e innovación tecnológica es importante. La innovación requiere siempre que haya un resultado comercial que llegue a la ciudadanía. Nosotros tenemos una regla fácil: si se no genera IVA, no hay innovación. Mientras que la investigación, que se realiza principalmente en las universidades y centros tecnológicos, no genera euros, sino ciencia y tecnología.
En Europa, y sobre todo en España, se genera más investigación que innovación. Si miramos a Estados Unidos y el desarrollo de las grandes empresas tecnológicas, vemos que han generado innovación de impacto mundial, y las encontramos en el mercado y en nuestra actividad cotidiana. Sin embargo, no es así en el caso de Europa.
¿Dónde ha quedado el desafío del Consejo Europeo de Lisboa del año 2000? ¿Y el de Barcelona del año 2003? ¿Cuál es el balance?
Si miramos la evolución de Europa, que partía en el año 2000 de una inversión media en I+D del 1,77% del PIB, comprobamos que ha ido creciendo a un ritmo constante pero insuficiente: sin alcanzar el objetivo del 3% en 2020, se queda en un 2,18% (dato de 2019, el último disponible, publicado en 2020). Más allá de la media, algunos países sí aprueban: es el caso de Alemania, con un 3,1% del PIB. ¿Y en España?
Los hechos confirman el pecado grave. Crecimos desde el 0,91% en 2000 hasta el 1,40% en 2010. Si la respuesta en la primera década fue baja, en la siguiente no solo no hemos crecido, sino que hemos bajado del 1,40% a un 1,25% de inversión sobre PIB.
Todos sabemos que la innovación es el factor clave de competitividad de las empresas y de los países. Vimos en la crisis del 2008, y en la actual, que los países que primero se recuperan son los que más invierten en innovación. Muchos de los que más innovan son países ricos, sí. Pero no innovan por ser ricos, sino que son ricos porque innovan.
¿Qué hacer? ¿Cómo?
Ha llegado el momento de actuar, de 'hacer', ya no caben excusas. Un convencimiento y un compromiso de los actores principales que juegan en esta partida: empresas, administraciones, universidades y centros tecnológicos, plasmado en planes de acción.
Las empresas, como principales artífices en generar innovación. No en vano, según el Consejo de Europa de Barcelona del año 2003, deben aportar dos tercios de la inversión en I+D del país. Si llegasen al objetivo del 3%, la industria contribuiría con el 2% del PIB en inversión en I+D.
Según los últimos datos (2019), España invirtió un total de 15.572 millones de euros en I+D. La industria contribuyó con 8.720 millones de euros, que supone el 56% del total, es decir, muy por debajo del 66,6% de la recomendación del Consejo de Europa de Barcelona que hubiesen supuesto 10.370 millones. La industria española no invierte lo suficiente en I+D
¿Y por qué? Porque las empresas más avanzadas del mundo no consideran la innovación como un gasto sino como una inversión. Amazon gastó 2018 unos 22.600 millones de dólares (18.500 millones de euros), más que el total de España (14.946 millones de euros). Una sola empresa hace más esfuerzo en I+D que todo España. Volkswagen, con más de 15.000 millones de euros, está entre las cinco empresas con mayor gasto en I+D. Y ya abriendo el abanico hasta las mil empresas que más invierten en I+D, figuran (solo) ocho españolas, siendo la primera, en el puesto 151, Telefónica, con 1.000 millones.
Las administraciones, con un papel de máxima relevancia en la innovación de un país. No solo por el sistema de apoyo financiero y desgravación fiscal a la innovación en I+D, sino creando un clima con un entorno favorable, y logrando retos o trabajos relevantes.
Un buen ejemplo es la Comisión Europea: lanzó en el año 2001 un objetivo acompañado de una directiva para que el 12% del consumo energético y el 22,1% del eléctrico proviniese de fuentes renovables en el año 2010. Se alcanzó con creces. En estas dos décadas la CE ha sido la única administración que no ha levantado el pie del acelerador en inversión en I+D con los programas Marco.
Sin embargo, la administración estatal y las autonómicas no han seguido este rumbo. Aún quien más se esfuerza, como la comunidad autónoma vasca con ese 1,97% en I+D, no llega a la media europea. Sólo la provincia de Guipúzcoa es la única zona que aprueba el nivel de la media europea, alcanzando un 2,402%.
En alguna charla sobre innovación suelo poner estos ejemplos: ¿Si Bill Gates hubiese nacido en Ghana creéis que podría haber creado Microsoft? ¿Y si hubiese nacido en España? Dejo los interrogantes abiertos para el lector.
Las universidades y centros tecnológicos, como actores necesarios en la investigación, esencial para el avance de la ciencia y la generación de tecnología. Es fácil constatar que las grandes empresas tecnológicas de fama mundial, como Apple, Google, etc., han surgido muchas veces en los entonos de grandes universidades.
En una visita que hice a Silicon Valley, en la universidad de Stanford vi una lona enorme en uno de sus edificios con las figuras de dos antiguos profesores: William Hewlett y David Packard. Lucían con orgullo, no es para menos, a los impulsores de Hewlett-Packard.
¿Somos creyentes o practicantes?
Hemos visto que como país no pasamos de ser creyentes en innovación. Tenemos que dejar de hacer planes, comisiones, diagramas, grandes presentaciones, charlas… y pasar a la acción, a ser practicantes y hacer innovación de verdad. Hace falta la implicación de los tres actores citados –empresas, universidades y centros tecnológicos y administraciones (europea, nacional y regional)–.
La propuesta es de cuatro puntos:
1. Hacer de la innovación un elemento esencial que sea parte de la estrategia de los tres actores, no un elemento de decoración. Una forma de ver la implicación de directivos en los planes es ver el tiempo que dedica a ello.
2. Dedicar medios humanos (personal de valía e innovador) y materiales (financiación adecuada).
3. Planificación con un objetivo cercano a hitos revisables.
4. Incrementar de forma importante tanto la cooperación entre universidades y centros tecnológicos con empresas, como entre empresas.
El siglo XXI es el siglo de la cooperación, para desarrollar la innovación hay que cooperar con actores fuera de los muros de las empresas. Ya en el año 95, Chesbrough definió muy bien la Open Innovation, con repercusión mundial.
España se tiene que europeizar en cuestión de apoyo a la innovación. Tenemos que aceptar que, en estas dos décadas, no solo no hemos avanzado, sino que hemos retrocedido en inversión en innovación, respecto a Europa y al mundo. Esto lo estamos pagando y lo vamos a pagar muy caro. No podemos dejar pasar esta década que acaba de comenzar. La conciencia ha llegado ya a amplias capas de la sociedad, aprovechémoslo.
Tenemos además el viento a favor desde Europa. Comienza el Marco Europeo Plurianual de 2020-2027 con 1.074.300 millones de euros. A ello, hemos de sumar las oportunidades de Next Generation EU con 750.000 millones de euros para Europa. Y de ellos, 140.000 millones para España. Sería más que imperdonable, letal, dejar pasar este último tren dos décadas más tarde.
*** José Mª Zabala Martinez es Presidente de Zabala Innovation y miembro de la Comisión de I+D+I de la CEOE.