'Low-code': la revolución silenciosa
Estamos en medio de una tormenta perfecta. Las empresas viven desde hace unos años un proceso acelerado de digitalización, pero, al mismo tiempo, faltan manos (y mentes) capaces de llevar a cabo.
La migración de tantas tareas de un entorno analógico y manual a otro digital es un trabajo casi infinito y actualizar los viejos programas a un escenario donde todo está en la nube, disponible en cualquier momento y lugar, y abierto a entenderse con el resto de aplicaciones, también requiere paladas de recursos debidamente formados. La escritura (o reescritura) de millones de aplicaciones para todo tipo de cometidos, desde los más críticos y complejos a los más sencillos y rutinarios, sigue pendiente.
Sólo en España y sólo en el sector informático, hay más de 100.000 vacantes tecnológicas sin cubrir en estos momentos y en el conjunto del tejido empresarial son muchas más. Pero no hay que desanimarse.
Aunque la inteligencia artificial generativa se presenta como una herramienta de gran ayuda para unos programadores abrumados por montañas de tareas pendientes (los famosos tickets), hay otra revolución silenciosa que está llevando las capacidades de programación y el desarrollo de aplicaciones más allá de los departamentos técnicos de las empresas. Y que, por lo tanto, está dando respuesta a las necesidades de digitalización acelerada en estos tiempos de escasez de personal.
Es el low-code, que permite a cualquier empleado generar aplicaciones sin contar con nociones avanzadas de programación y que se vale para ello de bloques de código predefinido y de elementos visuales. Gracias a las plataformas de low-code hoy muchos profesionales sin formación tecnológica pueden conectar programas que hasta ahora no se entendían entre sí, o producir piezas para automatizar tareas que hasta ahora se hacían de forma manual (e imperfecta), o sacar adelante aplicaciones de comercio electrónico, gestión de inventarios o atención al cliente, por poner más ejemplos. Y sin tener que hacer para ello una ingeniería informática o un ciclo de FP.
Esta es una tendencia imparable y los números lo demuestran. Una firma de análisis como Gartner asegura que la cifra de desarrolladores no tecnológicos en las empresas (los llamados citizen developers) multiplica ya por cuatro la de desarrolladores profesionales y prevé que en 2025 el 65% de las nuevas aplicaciones desarrolladas por las compañías utilizarán plataformas de low-code.
Además, según datos ofrecidos por Statista, el mercado de las plataformas de low-code se ha multiplicado desde 2021 y seguirá creciendo el año que viene, cuando supondrá 32.000 millones de dólares. Los jefes de informática (CIO) de muchas empresas ya han puesto el low-code en su agenda, con el fin de impulsar una innovación que en los últimos años ha estado comprometida por la falta de expertos TI.
El low-code está sacando del coto habitual de los informáticos el desarrollo de software, un trabajo que a muchos espanta por su supuesta complejidad, sus demorados tiempos y las largas cadenas de ensayo-error que requiere. Y lo está llevando a otras áreas, como comercial, finanzas, recursos humanos o marketing. La creación de aplicaciones locales ya no requiere un conocimiento técnico profundo y se convierte en un trabajo mucho más rápido y sencillo.
En otras palabras, da un margen de autonomía hasta ahora inédito a muchos profesionales. Y empodera técnicamente a equipos en las empresas que hasta ahora no se han involucrado en la innovación y en el diseño del software que usan.
Para las empresas, el low-code es sinónimo también de ahorro de costes, puesto que no tienen que depender tanto de unos desarrolladores profesionales con salarios casi siempre al alza en los últimos tiempos. Asimismo, reduce la instalación de programas de terceros que escapan al control del equipo informático (el llamado shadow IT) y genera un software con pocos errores y, por lo tanto, fácil de mantener.
Gracias a él, todos los departamentos de las empresas pueden participar en la construcción de los programas y, por lo tanto, afinarlos y tener una mejor experiencia de usuario desde el principio. No es lo mismo una solución de atención a clientes diseñada única y exclusivamente por informáticos, que una donde los mismos integrantes del equipo comercial hagan sus aportaciones desde el minuto uno, aunque luego sea el programador profesional el que acabe de supervisar el resultado.
El low-code mejora la experiencia de usuario del software empresarial y agiliza el proceso de puesta en marcha de las aplicaciones. A este dinamismo contribuye el hecho de que hoy las plataformas low-code están en la nube, funcionan como "un servicio" y se aprovechan de innovaciones como el machine learning, que permite a los sistemas informáticos identificar patrones para acabar realizando tareas de forma autónoma, sin necesidad de ser programados.
El low-code es un buen exponente de una innovación que va de abajo arriba, en línea con los tiempos que corren y con lo que es tendencia en el mundo del software desde hace años. Si hasta ahora la mejora llegaba a las empresas cuando adquirían un programa completamente acabado y proporcionado por terceros, ahora puede surgir en cualquier esquina de la compañía, de forma rápida y personalizada desde el primer momento.
Este es un factor de aceleración que multiplica las capacidades de muchos empleados y, casi sin darnos cuenta, acaba convirtiendo a las compañías en ecosistemas de innovación. Con el low-code todos somos creadores y usuarios al mismo tiempo.
**Enrique Molina es director Power Platform en Prodware