Los inversores se enfrentan a un escenario de vida o muerte
Howard Marks, co-fundador de Oaktree Capital en 1995 junto a Bruce Karsh, es uno de los inversores de referencia de los que siempre que tengo la oportunidad de aprender, lo hago. Lo que me atrae de Marks no es únicamente su performance, que por cierto es brillante, sino su visión multidisciplinar de la realidad. El análisis sintético de cada momento aplicado a la inversión y cómo simplifica conceptualmente los eventos que analiza, son para mí una fuente de valor incalculable.
En su último memo, Marks expone de forma precisa la dualidad que puede surgir en un proceso de toma de decisión. Se refiere en concreto a la incertidumbre derivada de la eventual decisión de reabrir o no la economía cuando la misma se encuentra semi paralizada por la pandemia del Coronavirus. Marks dice que no existen algoritmos en cuestiones vitales. El escenario que se cierne es complejo pues lleva a tener que decidir entre “salvar a unos pocos (unos miles) frente a la mejora económica de millones”. Para mí es como si el capitán de un barco, para salvar la vida de unos náufragos, expone la vida del total de la tripulación.
Una cuestión que se debate en torno lo moral y lo pragmático pasa a convertirse en un dilema. El discurrir de la pandemia no ha sido uniforme pues no parte de un punto común en el tiempo como podría ser un terremoto, una inundación o cualquier otra magnitud catastrófica. El contagio se ha extendido de forma irregular de tal forma que el pico de impacto llegó a Estados Unidos, el país más afectado en términos absolutos, cuando China, origen del virus, reabrió sus ciudades y reactivó su economía.
De lo que no hay duda es que la incertidumbre es alta pues se desconoce
cómo podría evolucionar la curva en el corto plazo, y por supuesto, no se puede dar
por controlada una emergencia cuando no hay precedentes y tampoco capacidad de
predicción sobre el futuro. Tampoco ayuda el desconocimiento de la población civil en medio del caos informativo que provoca que los ciudadanos no tengan la certeza de los nuevos hábitos de vida que tienen que adoptar y de los riesgos que incurrirán ante un eventual riesgo de rebrote de la epidemia, como ya ha sucedido en Japón o en Singapur.
En una reciente entrevista escuché decir al siempre clarividente Yuval Noah Harari que estamos ante una crisis sanitaria que ha generado una crisis política. Yo añadiría la crisis económica. Según Harari, hemos visto episodios generales de nula cooperación en los que muchos países han mostrado las miserias de sus gobernantes con acciones insolidarias todo ello rodeado de una dosis increíble de improvisación y descoordinación.
Harari lo describe magistralmente bajo la forma de un nuevo nacionalismo creado que nada tiene que ver con la doctrina que reafirma una autodeterminación política basada en el racismo o la xenofobia sino el concepto de defensa extrema de lo propio, de elegir unos ciudadanos frente a otros de la misma nacionalidad. El nacionalismo asociado al concepto del “America first” que muchos países han abanderado.
En ese contexto emergen dos cuestiones con un nexo común, la supervivencia. Las autoridades tienen que tomar una decisión sobre el efecto que tiene mantener las medidas de confinamiento y aislamiento de la ciudadanía cuando la economía del país languidece. Por mucho que las bolsas y los especuladores jueguen a una “V” de recuperación económica, es un hecho sobre el que vengo alertando que la economía financiera se ha desacoplado por completo de la realidad económica. Las bolsas no suben por el optimismo de una recuperación económica rápida sino porque un nuevo índice compuesto por solo cinco acciones (las FAAAM) supone nada menos que un cuarto de la capitalización del SP500.
El crédito no se recupera porque haya garantías de repago de la deuda sino porque hay bancos centrales que ejercen de compradores masivos de deuda a cualquier precio que han roto de manera definitiva su ortodoxia monetaria. La situación de las materias primas y la futura debacle del dólar, dan pistas de lo irreal de la situación en los mercados. Una lección que debería trascender es que hoy por hoy no se puede disociar el análisis económico del fundamental, como defiende la escuela de valor.
Si las autoridades levantasen las restricciones más extremas, los nuevos hábitos de comportamiento que se desarrollarán van a impedir la normalización de la economía. Basta hacer un simple cuestionario en el que debemos responder a preguntas sencillas como si estamos preparados para tomar un avión en los próximos meses, la seguridad de llevar a nuestros hijos a las escuelas o si estamos dispuestos a retomar nuestros hábitos sociales habituales como salir a cenar, alternar con los compañeros de trabajo o acudir a lugares de ocio como un concierto, una piscina o un cine. Cuando las autoridades amenazan con multar por no llevar mascarillas pero no se dispone de ellas, cuando no hay tests para todos, qué garantías tenemos de que “volver a la vida” no supondrá una reversión fatal.
La visión económica de la situación lleva a que el parón económico se analice bajo un prisma de análisis coste-beneficio. Cuanto más tiempo dure el confinamiento de personas sanas más vidas se salvarán pero el daño económico será más duro y se traducirá en una insoportable pérdida de empleo. Estados Unidos ha generado 22 millones de nuevos parados tan solo en un mes. Sumada esta cantidad a los 7,1 millones de desempleados que tenía la economía el 13 de marzo, llevando a que ese ritmo lleve al país a pasar de una economía de pleno empleo a una tasa histórica. En Europa es mucho peor la situación.
No deberíamos caer en el maniqueísmo de tener que elegir entre una crisis sanitaria o una depresión global pero asistimos a un proceso de toma de decisiones desordenado que abre un escenario impredecible, y sin duda, alejado de toda idea de normalización.