El dilema del petróleo tras el confinamiento
Al igual que la edad de piedra no terminó por falta de piedras, la era del petróleo no terminará por falta de petróleo. Esta máxima me vino a la cabeza cuando, por primera vez en la historia, la cotización del crudo de referencia en Estados Unidos, West Texas Intermediate, estuvo cotizando en negativo. Era una situación puntual, vinculada a la entrega física de barriles en el vencimiento del mercado de futuros.
Sin embargo, en Estados Unidos la capacidad de almacenamiento de petróleo está al máximo, y los productores no previeron una caída de la demanda de la magnitud que se ha producido. En consecuencia, se ha seguido extrayendo petróleo cuando lo económicamente razonable era simplemente haber parado la producción.
Obviamente, ahora el petróleo cotiza en positivo, aunque su precio es muy inferior al que había antes de la epidemia. De hecho, en términos reales, para encontrarnos con unos precios como estos habría que retroceder más de medio siglo. Resulta muy aventurado realizar predicciones, pero estando la demanda mundial muy débil, el almacenamiento al mayor nivel que se recuerda, y habiendo países que dependen de la exportación de crudo, la perspectiva no es precisamente a que el precio del petróleo repunte.
Las implicaciones de este hecho son históricas. Pensemos que el abastecimiento de petróleo es una de las claves del resultado de la Segunda Guerra Mundial. Posteriormente, ha habido guerras y golpes de estado, especialmente en Oriente Medio originados también por el petróleo. Y ahora buena parte de la industria está amenazada.
¿Se recuperará la demanda? Sí. El mundo sigue utilizando petróleo para desplazarse, y cuando se levanten las restricciones derivadas del Gran Confinamiento al que estamos sometidos, una parte de la demanda se recuperará.
¿Se recuperará la demanda? Sí, el mundo sigue utilizando petróleo para desplazarse
Sin embargo, algunas cosas cambiarán hasta que haya vacunas y tratamientos efectivos. Pensemos, por ejemplo, en la aviación de bajo coste. En los años 60 del siglo pasado solo volaban los ricos, porque el precio de los billetes era prohibitivo. La clave para reducir el precio de los billetes era algo tan simple como llenar el avión de pasajeros y asegurarse de vender todos los asientos.
Ahora con las restricciones del Covid, esto simplemente no será posible. Si estas restricciones se extienden un cierto tiempo, la oferta que ha tardado décadas en desarrollarse ya no estará allí. Por otra parte, las preferencias del público habrán cambiado. La demanda de viajes por placer y turismo se va a resentir muy probablemente, incluso después de que la epidemia haya desaparecido de nuestras vidas. Incluso muchos negocios pasarán a hacerse a distancia.
Esto supone una revolución, y las consecuencias, tampoco las económicas, no se reparten ni se repartirán con justicia. Esto es una obviedad, pero a menudo se nos olvida. Y no sólo es una cuestión de que el confinamiento destruye actividad económica y riqueza, sino que las restricciones posteriores también lo hacen y no se sabe cuánto tiempo durarán. Y los efectos de todo esto dependen mucho más de la estructura económica de un país que de la política que pueda seguir el Gobierno de turno. Y sí todos hemos podido ver medidas discutibles y algunos errores evidentes.
No solo el confinamiento destruye actividad económica y riqueza, sino que las restricciones posteriores también lo hacen
Por ejemplo, a todos nos gustaría tener ahora mayor capacidad presupuestaria en España. Pero, aunque así fuese no por eso nos íbamos a librar de una crisis económica gravísima.
En cualquier caso, esta crisis se puede afrontar con mayor facilidad desde la solidaridad europea. De hecho, nos estamos ya beneficiando del euro y de las compras de deuda del Banco Central Europeo. Si no fuese por eso, nuestros mercados financieros ya habrían colapsado y el Estado no habría podido endeudarse, estaríamos en una situación económica todavía peor. Hace falta bastante más Europa, pero de eso hablaremos otro día.
Eso sí, los países que peor lo van a pasar, desde un punto de vista económico, son, precisamente, los que dependen del precio del petróleo para cuadrar su presupuesto. A todos nos parecía una bendición ser un emirato petrolero y no tener que cobrar impuestos a los ciudadanos. Ahora estos países se han quedado, de golpe y porrazo sin buena parte de los ingresos públicos. Y en algunos casos, necesitan estos ingresos y, al mismo tiempo, su coste de extracción es muy bajo.
A todo esto, hay que añadir un enorme esfuerzo de la Administración Trump para mantener artificialmente viva y produciendo su industria petrolífera. El cóctel previsible es que la oferta de petróleo no se adapte a una demanda muy disminuida.
Para la economía española, cuando empecemos a salir del confinamiento, los bajos precios del petróleo serán una pequeña ayuda. Por supuesto, esto no va a compensar el gravísimo problema que se cierne sobre el turismo que supone el 13% de nuestro Producto Interior Bruto. Y el dilema al que nos enfrentaremos es: ¿seguimos apostando por la transición ecológica o nos intentamos aprovechar al máximo de estos precios del petróleo?
Es cierto que quemar petróleo tiene muchos más costes que el precio de los hidrocarburos. Pero todo eso se veía muchísimo más claro cuando éramos más ricos, el precio del petróleo era más caro y los niveles de polución asociada al petróleo, CO2 y sobre todo dióxido de nitrógeno eran muy superiores. Irónicamente, la polución asociada al dióxido de nitrógeno, emitido por los automóviles diésel, está relacionada, según algunos estudios, como el de la Unversidad Martin Luther Halle-Wittenberg, con una mayor mortalidad por Covid-19.
Al igual que el Covid-19 ha afectado ya a la geoestrategia, y también al crecimiento económico, la epidemia tendrá un efecto en la transición hacia una economía con menor dependencia del carbono. Es otro dilema más que nos planteará esta terrible epidemia: lo que es mejor a corto plazo no siempre lo es a medio y largo plazo.
Como siempre en estos días, con mi agradecimiento a los que se están dejando su vida y su esfuerzo por nosotros y en recuerdo de los que nos dejaron.
*** Francisco de la Torre Díaz es economista e inspector de Hacienda.