Una experiencia provechosa
Cuando en marzo de este año caí gravemente enfermo de Covid-19, un buen amigo, dotado de un peculiar sentido del humor, tuvo el detalle de regalarme El jinete pálido, un libro espléndido escrito por la periodista Laura Spinney, que recoge la historia del desastre mundialmente conocido como 'gripe española'.
Leer la historia de la pandemia de 1918 mientras se sobrevive, conectado al oxígeno, durante la pandemia de 2020 no deja de ser una experiencia que me atrevo a calificar de provechosa. Cien millones de muertos. Casi todo el mundo sabe que la gripe española de 1918 no fue española, del mismo modo que no es rusa la ensaladilla rusa, pero lo que pocos saben es que no fue una pandemia centrada en ese año sino que se inició en 1917 y se prolongó hasta 1920.
Cerca de tres años de duración, una presencia extendida por todas las regiones del planeta, salvo la Antártida, y unas cifras -ay, la dificultad de las cifras- que oscilan entre los 50 y los 100 millones de muertos que los especialistas actuales se atreven a establecer.
Con esa capacidad admirable que los humanos tenemos para olvidar aquello que nos incomoda, la gripe de 1918 se ha ocultado de la narración del siglo XX con asombrosa desenvoltura. En un siglo en el que ocurrieron desgracias sin fin -dos guerras mundiales, el comunismo y el fascismo, la shoah, varios genocidios, hambrunas diversas, terrorismos de todo signo, narcotráficos, el sida, el ébola o las vacas locas-, resulta extraño que nunca se paren mientes en el suceso que más muertes ha producido en la historia reciente de la humanidad, con el dato significativo de que, de los mencionados, ha sido prácticamente el único compartido por todos. Discernir el por qué de ese silencio es asunto al que habría que darle alguna vuelta.
La gripe y la guerra
Aunque suele considerarse que el primer enfermo de la gripe española surgió el 4 de marzo de 1918, hoy sabemos que en el otoño de 1917, con los Estados Unidos ya enredados en la primera guerra mundial, muchos jóvenes procedentes de las zonas rurales del país transportaban el virus, y casi todos los campamentos de reclutamiento contaban con un elevado número de enfermos.
El presidente Wilson consultó con el jefe del estado mayor, el general March, si deberían suspender los envíos de tropas a Europa para no propagar la epidemia, pero el general le indicó que una noticia así haría un inmenso favor al enemigo. Del millón y medio de soldados desplazados a Europa en los primeros meses de 1918 un porcentaje elevadísimo estaba enfermo de gripe y la transmisión al conjunto del continente fue inmediata.
En abril de ese año la epidemia había prendido en el medio oeste norteamericano, y ese mismo mes estaba ya en Francia, Alemania, Italia y Gran Bretaña. En mayo, la gripe entraba en España, donde afectó al rey Alfonso XIII, al presidente del Gobierno y a varios ministros.
También en mayo se extendió por el resto de Europa, hasta Rusia, por donde comenzó su tránsito a través de Asia, al tiempo que, por el estrecho de Gibraltar, entró en África. Todo fue muy rápido y en el verano se pensó que la epidemia estaba controlada. Tremendo error, porque lo peor estaba por llegar: en el otoño de aquel mismo año una segunda oleada de gripe, relativamente benigna en su inicio, se convirtió en extraordinariamente virulenta y provocó el 75% de las víctimas. Nuevas oleadas.
En diciembre de 1918 la mayor parte del mundo estaba, ahora parecía que sí, libre de la gripe. Australia fue uno de los pocos territorios que había escapado a la pandemia gracias a una estricta cuarentena. Pero a principios de 1919 las autoridades la levantaron justo en el momento en que se producía la tercera oleada y la gripe irrumpió con fuerza allí donde había estado ausente.
Los europeos y estadounidenses estaban ya bastante inmunizados, pese a lo cual esta tercera oleada golpeó de nuevo Nueva York y llegó a París, justo mientras se celebraban las negociaciones de paz.
En paralelo, algunos países sudamericanos -Colombia, Costa Rica, Chile, Perú- sufrieron esta tercera oleada con mucha virulencia, al igual que determinadas zonas de África y de Asia. Hay dudas de si una cuarta oleada atacó los países nórdicos o si fue una epidemia diferente.
En todo caso, en 1920, un campesino japonés de una localidad a 500 kilómetros de Tokio anotó en su diario, el 18 de marzo, los síntomas griposos de un familiar. Se suele considerar el último caso documentado de la pandemia.
Similitudes llamativas
La gripe española de 1918 tiene, respecto al Covid-19, algunas diferencias notables, la más importante de las cuales es que aquella golpeó con especial dureza a los jóvenes de entre 20 y 40 años, lo que desestabilizó perceptiblemente el tejido social de los siguientes años.
Pero, más allá de eso y de los análisis detallados de los especialistas, a alguien que, como yo, durante estas semanas se ha hecho muchas preguntas en relación con la pandemia actual, se le presentan similitudes llamativas entre ambas situaciones.
¿Qué hubiera pasado si el presidente Wilson hubiera retrasado el envío de soldados a Europa? Quizá la gripe no se habría extendido, pero puede que Alemania hubiera ganado la guerra. ¿Y si tras la primera oleada no se hubieran levantado las restricciones con tanta rapidez? Es muy probable que las empresas y los gobiernos estuvieran preocupados por el desastre económico que se había producido y no supieran prever las consecuencias de levantar las cuarentenas.
¿Qué hubiera pasado si Wilson hubiera retrasado el envío de soldados? Quizá la gripe no se habría extendido, pero puede que Alemania hubiera ganado
¿Cómo afectó la pandemia a cada región y a cada continente en función de los recursos disponibles? Conviene saber, por ejemplo, que en China -en la China de entonces- murieron 30 millones de personas, con una mortalidad del 40% en algunas zonas del país. La historia de la gripe española ayuda a formular muchas preguntas.
A mí me ha impactado de manera especial el capítulo de El jinete pálido en el que Laura Spinney narra por lo menudo la llegada del virus a Brasil -un Brasil de Bolsonaro, como aquel que dice- y el modo en que, mientras arrasaba los barrios pobres de pescadores y peones, la boyante burguesía criolla despreciaba aquella extraña enfermedad de pobres. Durante unas semanas solo, naturalmente: las que la gripe tardó en llegar también a ellos y en llevárselos por delante.
*** Juan Torres es empresario, consultor, fundador de Deva, tesorero de APRI y enfermo de Covid-19.