Victoria para Facebook, ¿una oportunidad perdida?
De vez en cuando, la justicia tiene la oportunidad de innovar. Casos como la querella del gobierno de EEUU contra Facebook por presunto monopolio ilegal ponen sobre la mesa debates muy necesarios, que hay que abordar con urgencia. Por eso, la desestimación de la demanda por parte de la justicia estadounidense no puede ser calificada de otra forma que como una oportunidad perdida.
Salvando las distancias, y desde el punto de vista legal, la decisión recuerda a otros tiempos, en los que la justicia no era capaz de reaccionar ante los cambios que la sociedad clamaba -como la todavía existente batalla por la igualdad de género- y aprovechar para perfeccionar su capacidad de resolución, sentar precedentes y recuperar la confianza de la sociedad a la que debe servir.
Este enfoque conservador de la justicia contrasta con las aspiraciones de muchos países de impulsar la adopción de nuevas tecnologías. Se quiere proyectar modernidad, pero parece que la modernidad no se entiende. Veamos, por ejemplo, el caso de las criptomonedas. Este tipo de divisas nacieron con el objetivo de descentralizar la moneda y diluir el poder institucional. ¿Qué sentido tiene que haya gobiernos que propongan crear su propia criptomoneda para controlar el uso de la misma?
Se quiere proyectar modernidad, pero parece que la modernidad no se entiende
Estas contracciones, sumadas a la nula capacidad —o voluntad— de reacción ante los retos que plantea la economía digital, dejan entrever que ni siquiera las mayores potencias mundiales están realmente preparadas para abordar este tipo de proyectos de forma eficaz.
¿Significa eso que los gobiernos deberían desvincularse de las tecnologías? Ni mucho menos. En los últimos años, varios escándalos han puesto de manifiesto la necesidad de una mayor regulación de las grandes tecnológicas. Por ejemplo, las redes sociales, que surgieron como una forma de conectar con amigos, colegas y familiares, han demostrado tener un poder de influencia inaudito y es imposible entender hechos históricos como el Brexit o la elección de Donald Trump sin ellas.
Con todo el poder que tienen las empresas que controlan estas redes, es necesario exigirles más transparencia, y sancionar cualquier tipo de negligencia que ponga en peligro la privacidad de sus miles de millones de usuarios.
Sin ir más lejos, este verano, una brecha de seguridad en LinkedIn resultó en la filtración de datos personales del 92% de sus usuarios (700 millones de personas). No hay duda de que estos incidentes deben de tener consecuencias, ¿pero hasta qué punto es lícito controlar la estrategia de las grandes tecnológicas?
Vamos a dar una oportunidad a la paz, al diálogo y a la negociación. Si eso fracasara veremos qué hay que hacer
Hoy más que nunca, necesitamos que expertos en el campo jurídico, tecnológico y empresarial se sienten y establezcan las normas del juego. Por este motivo, que un juez federal de Washington haya desestimado la demanda contra Facebook es una oportunidad perdida para innovar en materia de regulación.
A la hora de regular, hay que ir con cuidado y no poner palos en las ruedas de la innovación. Hay que dar espacio a las tecnológicas para crear, pero no tanto como para que puedan acabar con sus competidores. La línea que separa ambos escenarios es muy difusa. Cojamos el caso de Amazon, por ejemplo. ¿Hasta qué punto puede la empresa de Jeff Bezos aprovechar los datos de las firmas de moda presentes en su tienda online para detectar tendencias, crear prendas que se ajusten a ellas, promocionarlas y comercializarlas bajo su propia marca y a menor precio?
La querella invitaba a reflexionar acerca de la prohibición de adquirir compañías como táctica para acabar con la competencia. Con este tipo de medida, se pretende regular el mercado y evitar un monopolio, pero, en muchos casos, los consumidores son los mayores beneficiados de las adquisiciones. Por ejemplo, antes de que Facebook comprase Whatsapp, la plataforma de mensajería no contaba con aplicación para escritorio ni versión web. Facebook detectó esa necesidad entre sus usuarios e invirtió para satisfacerla.
Otro ejemplo lo encontramos en el sector de los supermercados. Antes de Amazon, los servicios en línea que ofrecían las mayores cadenas de supermercados de nuestro país eran muy limitados. La experiencia de compra por internet era nefasta. De hecho, hasta que Amazon no puso de manifiesto el apetito del consumidor por el e-commerce, muchos supermercados no contemplaban invertir para ofrecer un mejor servicio digital a sus clientes.
Hasta que Amazon no destapó el apetito del consumidor por e-commerce, muchos supermercados no contemplaban invertir en digital
La competencia es fundamental para fomentar la innovación y por ello es vital redefinir qué es un monopolio. ¿Se trata meramente de poseer un porcentaje del mercado? ¿Y qué ocurre con los nuevos sectores, en los que todavía no hay un número elevado de actores? Por otra parte, muchos emprendedores y emprendedoras sueñan con llamar la atención de estas grandes compañías, vender sus proyectos y alcanzar la independencia financiera. ¿Sería justo bloquear una adquisición en un caso así? ¿Y qué ocurre si la operación se traduce en mejores condiciones laborales para el personal de la sociedad absorbida?
Es el momento de tener conversaciones difíciles y sentar las bases del futuro de la economía global. Hay que regular con firmeza, garantizar la seguridad y la privacidad, pero sin comprometer el espíritu innovador.
No olvidemos que los gigantes tecnológicos tienen el poder porque los consumidores así lo han decidido; en el momento en que el público deje de estar contento con el servicio que se le ofrece, tendrán que reinventarse, como tantos han hecho a lo largo de la historia. De lo contrario, estarán destinados a deambular por sus respectivos sectores —como Nokia o Blackberry— o a ser adquiridos por otras empresas de su mismo mercado —como Jaguar y Land Rover, comprados por Tata.
*** Benito Méndez Sánchez es CTO de HeyTrade