Un Nobel de Economía de sentido común
Los directivos del Banco de Suecia acaban de otorgar su premio anual de Economía a la académica de Harvard Claudia Goldin por la labor investigadora sobre el papel de las mujeres en el mercado laboral que ha desarrollado a lo largo de su carrera universitaria. Un trabajo académico, el suyo, muy meritorio desde el punto de vista de ayudar a la toma de conciencia colectiva sobre la asimetría evidente entre los roles económicos tradiciones de hombres y mujeres, pero acaso no mucho más relevante que eso.
Y es que una obra de pesquisa intelectual (sin ir más lejos la de la propia Goldin) puede resultar acreedora de un profundo valor ético sin por ello aportar demasiado conocimiento nuevo y original a propósito de la naturaleza profunda (la no evidente a simple vista para cualquier observador) de la materia objeto de estudio.
En el fuero interno de un economista dotado de cierto espíritu crítico, lo más frustrante de su profesión reside en tener que escuchar con tanta frecuencia eso de que comprender las reglas internas de la Economía sólo requiere apelar al simple sentido común. Y es que nunca nadie ha oído a un astrofísico decir que las leyes del Universo responden a la lógica elemental que se desprende del vulgar sentido común. Y tampoco químico o biólogo alguno han sentenciado jamás que los grandes misterios sobre el origen de la vida en el planeta resulten evidentes con la única condición de aplicar algo de sentido común al empeño de descifrarlos.
Al cabo, el sentido común remite a una vía de acceso al conocimiento que queda al alcance de cualquiera. Y desengañémonos, ese tipo de saber, el que resta a disposición de todo el mundo, difícilmente suele poseer un valor demasiado relevante.
Dicho lo dicho, procede ya acusar recibo de que la idea dominante en torno a la que gira la obra por la que acaba de recibir el Nobel Claudia Goldin no se aleja en exceso del sentido común, toda vez que atribuye el origen último de las desigualdades manifiestas que se dan entre hombres y mujeres dentro de la esfera laboral al hecho específico de la maternidad. Una constatación empírica tan indiscutible como, permítaseme enfatizarlo, algo prosaica.
"Las mujeres ganan menos que los hombres no por factores ideológico-culturales, sino por el hándicap competitivo específico de la maternidad"
Porque lo que se desprende de la labor de la Nobel Goldin es la existencia insoslayable de eso que se ha dado en llamar "brecha salarial", la diferencia estadísticamente significativa entre los ingresos laborales de hombres y mujeres en términos agregados.
Si bien tan real resulta que el conjunto de la población laboral masculina gana más que el subgrupo integrado por las mujeres trabajadoras, primera certeza, como que tal diferencia procede no de la disparidad de géneros sino de un condicionante biológico, el asociado a la gestación, algo que afecta en exclusiva a las mujeres. Porque ellas ganan menos que los hombres en el mercado laboral no por factores ideológico-culturales derivados de la hegemonía crónica del patriarcado, sino por ese hándicap competitivo específico, el causado por la maternidad.
El problema, pues, tiene que ver no con el azar de haber nacido adscrito a un género concreto, sino con el hecho contingente de desear engendrar hijos. Algo que los trabajos estadísticos de Goldin acreditan al certificar que las diferencias relevantes observadas entre los ingresos de hombres y mujeres desaparecen, y de modo súbito, cuando se calcula la correlación entre las retribuciones de los varones, por un lado, y, por el otro, las correspondientes solo a las mujeres que han renunciado a la maternidad.
Llegados a ese punto, se extinguen de golpe las diferencias. He ahí la explicación de Goldin, bastante obvia por lo demás, a las disparidades de ingresos que se observan en las estadísticas laborales entre hombres y mujeres pertenecientes a idénticas cohortes de edad, y que comparten similares niveles de cualificación académica.
"La tensión crítica no radica entre la circunstancia de ser mujer y la de ser madre, sino entre ejercer de madre y llegar a empleos de alta dirección"
Es la paternidad y la maternidad, en consecuencia, aunque el primer término nunca lo utilice la flamante Nobel -ella solo habla de maternidad-, lo que se penaliza en el mercado de trabajo, no la adscripción a un género biológico. Y se sanciona en esa dimensión doble, toda vez que también los hombres se ven forzados a renunciar a su plena realización vital, la asociada a la condición de padres, si ansían alcanzar la cumbre de lo que socialmente se entiende por éxito profesional.
Ellos, ciertamente, gozan de una ventaja competitiva de partida frente a las mujeres por el hecho de no poder concebir seres vivos en sus vientres. Los hombres no ven marcada su peripecia laboral por los imperativos de un reloj biológico interno.
No obstante, esa prima natural que beneficia a los varones en la carrera hacia la cumbre se puede corregir, y sin demasiadas dificultades intrínsecas, con una buena legislación. Lo que no se puede resolver con leyes, ni con leyes ni tampoco con retórica antipatriarcal, es la honda contradicción que se da en el seno del meritocrático e hipercompetitivo capitalismo contemporáneo entre dos anhelos colectivos simultáneos pero incompatibles entre sí. Una contradicción cultural, por lo demás, básica para entender la quiebra civilizatoria de nuestro tiempo presente. Y a la que Goldin, sin embargo, no ha prestado atención alguna en su obra.
Me refiero a la definitiva imposibilidad material de compatibilizar la expectativa de coronar una posición relevante en los tramos superiores de la pirámide económica y de, al tiempo, gozar de una relación tradicional y plena con los hijos en su infancia y adolescencia.
De hecho, la tensión crítica no radica entre la circunstancia de ser mujer y la de ser madre. La genuina contradicción es la que se da entre el ejercer de madre de verdad, por un lado, y llegar a ocupar empleos de alta dirección dentro de una corporación empresarial regida por criterios competitivos internos, por el otro. Los dos objetivos vitales, simplemente, no resultan factibles a la vez.
Se impone, pues, elegir. Y otro tanto de lo mismo, en fin, cabría decir de los varones. Qué gran objeto de investigación para un futuro Nobel.
*** José García Domínguez es economista.