Vientos y timoneles que manejan el barco de la economía europea
Tener un timón en las manos no es lo mismo que tener un volante.
Las diferencias entre un barco y un coche son más que obvias, pero quizá la más sorprendente para un conductor es la del tiempo de reacción. Cuando tienes un volante en las manos, desde que decides girar hasta que el coche gira, el avance es de unos metros, en función de la velocidad a la que vayas. Cuando lo que tienes es un timón, desde que decides girar hasta que el barco gira, su avance en la dirección inicial es tan prolongado, que a veces te preguntas si giraste lo suficiente. Y cuanto más grande es el barco, más grande es la masa de agua que hay que mover para poder virar.
Sí, esta es una columna de economía, y por eso nuestro barco tiene pintadas en su casco, en tipografía azul, las letras “Economía europea”, y entre sus capitanes, está el Banco Central Europeo.
Su objetivo, mantener la estabilidad de precios y salvaguardar el valor del euro para llegar al puerto del crecimiento económico y la creación de empleo. Su problema, que el mar que surcamos no aparece en las cartas de navegación y toca navegar en la incertidumbre. Como en tantas ocasiones, por otra parte.
Hace poco más de un año, el Consejo de Gobierno del BCE, empezó a girar el timón para alejarnos de la inflación, una tormenta que, sin duda, podía hacer zozobrar el barco y hacerlo peligrar. Cuando inició la maniobra, en julio de 2022, la inflación de la eurozona llegaba al 8,9% en tasa interanual.
Pero, aunque el timón giraba, el barco seguía su rumbo inicial (es mucha la masa económica que hay que mover para poder cambiar la dirección), y tardamos más de un trimestre (la inflación alcanzó su máximo en la zona euro en octubre de 2022, un 10,6%) en apreciar que se iniciaba un viraje.
Sin embargo, el Banco Central Europeo no giró de nuevo el timón aunque el rumbo ya era el deseado, sino que ha mantenido su posición desde entonces, y las operaciones principales de financiación del Eurosistema (el tipo al que el BCE presta dinero a los bancos a una semana, con colateral) se realizan al 5%.
La inflación en la eurozona, por su parte, empieza a acercarse al objetivo a medio plazo del 2% del BCE y se situó en el 2,9% en octubre.
¿Qué hará en esta situación el timonel? ¿Mantendrá el rumbo o rectificará un poco la dirección? Porque si bien nos alejamos de la tormenta de la inflación, empezamos a acercarnos peligrosamente al escollo de la contracción de la economía.
La subida de los tipos de interés no sólo tiene efectos en la inflación, sino también sobre el crecimiento de la economía, y si bien la renta disponible de las familias europeas se ve favorecida por el descenso de precios, se ve por otra parte penalizada porque el coste de su financiación es cada vez mayor y ven crecer la cuota de su hipoteca o, directamente, no adquieren una vivienda.
La subida de los tipos de interés no sólo tiene efectos en la inflación, sino también sobre el crecimiento de la economía
Por su parte, la actividad de las empresas desciende y prefieren tirar de capital propio que de ajeno para hacer frente a sus necesidades de financiación.
Y aunque parece que España no sale muy mal parada en la foto, los tipos de interés también afectan a un Estado con una deuda pública muy superior a la deseable. Y no sólo por el cumplimiento de las reglas fiscales que nos hizo pertenecer al Eurosistema, sino porque tener un déficit estructural cercano al 4% y una deuda pública equivalente al 111% de toda la riqueza que genera el país en un año, su PIB, no hace sino reducir el margen de maniobra del Gobierno ante cualquier nueva crisis.
Y tenemos unas cuantas crisis sobre la mesa, o bajo el mar, si seguimos con la metáfora naval: la guerra de Ucrania y su amenaza a los precios de los alimentos, las materias primas y la energía, a la que se suma la de Gaza; la del envejecimiento de la población y su efecto en las pensiones; o la crisis climática y su efecto en la producción de alimentos, entre otros.
Pero por estas razones, la economía no sólo se contrae por la subida de los tipos de interés, sino porque toda esta incertidumbre afecta a los agentes económicos, minando su confianza y extremando su cautela.
Y cuando las familias deciden no consumir, o las empresas deciden no invertir, no ya por las medidas de política monetaria, sino como respuesta ante la incertidumbre, pueden convertirse en un viento que también influya en la dirección del barco, en este caso acercándole a la peligrosa costa de la recesión económica.
Ni bancos centrales ni gobiernos pueden perder de vista ese tiempo de reacción que necesitan las decisiones económicas (monetarias o fiscales), y deben iniciar la maniobra de viraje con el tiempo necesario, antes de chocar contra el iceberg y hundir el barco.