La ampliación de Barajas, o cómo no predicar con el ejemplo
Regla número uno de resolución de problemas: no empeores la situación. ¿Sencillo, no? Pues parece que en España no lo tenemos claro.
Con su beneplácito a la inversión de 2.400 millones de euros para ampliar el aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas, el Gobierno español se pega un tiro en el pie, alejándose de sus objetivos climáticos.
Volar es la manera más rápida de calentar el planeta, y, con sus emisiones y ruido, la aviación también impacta la salud de las poblaciones más cercanas a los aeropuertos.
Por otro lado, el sector aéreo es uno de los más difíciles de descarbonizar. La electrificación sólo se podría aplicar a vuelos muy cortos, y los combustibles alternativos, conocidos como “SAF” (Sustainable Aviation Fuels) apenas están arrancando, y no van a estar disponibles en cantidades importantes hasta dentro de al menos una década.
Por eso, la aviación es considerada una de las ovejas negras de la acción climática, y está obligada a reducir su impacto ambiental lo máximo posible para seguir conectando el mundo sin dañarlo y tener así un futuro verdaderamente sostenible.
La aviación es considerada una de las ovejas negras de la acción climática
Tristemente, con la ampliación Barajas, el Gobierno español y AENA reman en la dirección opuesta: más vuelos, aviones más grandes, y en definitiva más emisiones y ruido, con el impacto económico y social que eso supone. En el año 2030, las emisiones de CO2de los vuelos con salida y llegada en aeródromo madrileño podrían ser un 35% superiores a las de 2019. ¿Cómo puede ser eso “sostenible”?
No sólo es un absurdo ambiental: ampliar un aeropuerto puede ser una pésima decisión económica. Es posible que el tráfico aéreo siga creciendo a nivel mundial, impulsado por los países en desarrollo, pero apostar por un crecimiento desmesurado de la aviación en Europa es, como mínimo, frívolo y contraproducente. Además, entraña un riesgo de activos varados si las previsiones de crecimiento del tráfico no se cumplen. Las empresas están reduciendo su volumen de viajes corporativos, y España, en números récord de llegadas de turistas, se arriesga a matar a la gallina de los huevos de oro si el cambio climático nos convierte en un destino cada vez menos atractivo.
Ejemplo de ello es la emergencia por sequía declarada en Cataluña. No ha hecho falta llegar al verano, se ha producido en el mes de enero de 2024. Ampliar aeropuertos significa atraer a más viajeros y oportunidades de negocio en el corto plazo, pero también supone seguir aumentando la presión sobre poblaciones ya de por sí muy castigadas por los efectos del cambio climático y del turismo de masas.
El apoyo del Gobierno español a la expansión también ignora la decisión del Banco Europeo de Inversiones de no financiar la ampliación de aeropuertos, la cual muestra que este tipo de proyectos no tienen cabida en la Europa del siglo XXI.
Otro ejemplo reciente muestra que sí es posible que un aeropuerto tome en consideración los problemas climáticos en sus planes futuros. El mes pasado, el aeropuerto de Schiphol en Amsterdam, uno de los mayores de Europa, admitió que una disminución del tráfico aéreo y una tasación adecuada del sector - beneficiado durante décadas de exenciones fiscales injustas - serán necesarias para cumplir con los objetivos climáticos del país. Un informe explica que se necesitaría una reducción del 30% de las emisiones de CO2 del aeropuerto para 2030 con respecto a 2019.
¿Cómo podría AENA aprovechar mejor estos fondos?
Los 2.400 millones de euros que se pretenden invertir en la ampliación provienen de beneficios operativos de AENA, empresa con participación pública en un 51% pero con autonomía de gestión. Por eso, sería difícil disponer de esos fondos, total o parcialmente, para otros fines no relacionados con el sector aéreo.
Así pues, ¿cómo se podrían usar estos fondos de una manera alineada con los objetivos ambientales de la aviación?
Por ejemplo, invirtiendo en producción y distribución de combustibles sostenibles de aviación, en particular de combustibles sintéticos, para hacer de los aeropuertos de AENA un ejemplo de sostenibilidad a nivel europeo y mundial.
O financiando investigación y desarrollo para preparar los aeropuertos para la llegada de aviones eléctricos y de hidrógeno, sin emisiones de carbono y que podrían reducir los niveles de ruido y contaminación del aire alrededor del aeropuerto.
O, por qué no, acelerar la electrificación de las operaciones de tierra, para reducir la contaminación local y mejorar la salud de los trabajadores de sus aeropuertos.
El apoyo del Gobierno español a la expansión también ignora la decisión del Banco Europeo de Inversiones de no financiar la ampliación de aeropuertos
En resumen, invirtiendo en proteger el clima y el medioambiente, no en destruirlo.
Es incoherente y muy decepcionante que España muestre liderazgo climático en la COP de Dubái, y que luego en casa adopte medidas dañinas para el medioambiente, la salud y el sector turístico. Ampliar el aeropuerto de Barajas es un sinsentido ambiental y económico. Es seguir apostando por un modelo de crecimiento cortoplacista y desfasado, que ignora los desafíos ambientales del siglo XXI.
Necesitamos una aviación más verde, no más aviación. El Gobierno español y AENA, con su capacidad financiera para ejecutar grandes proyectos, tienen la oportunidad de liderar con el ejemplo, invirtiendo en iniciativas estratégicas que aseguren el desarrollo económico de nuestro país sin comprometer nuestro futuro.
*** Carlos López de la Osa, sustainable aviation manager en Transport & Environment.