Más allá del PIB
Los avances de la tecnología digital y de la IA generan una brecha creciente entre la estadística y la realidad económica.
Tiempos atrás, la medición de situación socioeconómica se realizaba tan sólo a través de estadísticas demográficas o catastrales. Desde entonces, las estadísticas se han perfeccionado para medir mejor la evolución de la economía y el nivel de desarrollo, siendo el Producto Interior Bruto el indicador más utilizado. Tanto el mundo de la economía como la opinión pública en general tienen presente su evolución para tomar decisiones y juzgar el progreso, estancamiento o retroceso de la sociedad.
Permite además realizar comparaciones internacionales, y en el ámbito de la Unión Europea se usa para la definición y seguimiento de la política económica y monetaria -por ejemplo, en la concesión de ayudas financieras a las regiones, o en el cálculo de la aportación de cada país al presupuesto de la Unión Europea.
Tras la pandemia, y el parón sin precedentes de las economías de todo el planeta, los organismos productores de estadística tuvieron dificultades para elaborar los indicadores. Principalmente por la imposibilidad de usar los instrumentos estadísticos que marcaban las tendencias hasta entonces.
De hecho, el año pasado asistimos a revisiones significativas de las cuentas nacionales de diversos países, incluyendo las que elabora el INE. Estas revisiones forman parte de los procesos estadísticos habituales en las economías desarrolladas, pero en la recuperación pos-Covid fueron aún mas necesarias. En mayor o menor medida, todas las revisiones revelaron que el PIB creció más de lo estimado inicialmente.
En España tomando múltiples indicadores administrativos y registrales sobre las rentas, el gasto o la producción que elaboran diferentes organismos oficiales, como la Agencia Tributaria, el Banco de España o el propio INE, se puede concluir que la recuperación económica en 2021 fue mucho más fuerte que lo proyectado inicialmente.
La recuperación económica en 2021 fue mucho más fuerte que lo proyectado inicialmente
A raíz de estas revisiones, se ha abierto un debate más general acerca de cómo mejorar los indicadores que miden la evolución de nuestra economía. Esta discusión tiene consecuencias sociales y políticas porque si se subestima el crecimiento de la economía, la carga de la deuda pública con relación al PIB estará incorrectamente medida -al sobrevalorarse- con consecuencias negativas para el cumplimiento de los objetivos de déficit y deuda marcados en las reglas fiscales de la UE, y para la visión de los inversores exteriores.
Lo mismo ocurriría con la presión fiscal que aparentemente sería superior a la real. La evolución de la recaudación fiscal en nuestro país ha sido muy parecida al resto de la UE tras la pandemia, pero, la presión fiscal que resulta de dividir estas cifras por el PIB, se muestra muy diferente: mientras que los países de la UE incrementaron levemente su carga fiscal -del 40,8 al 41,5% del PIB-, España lo hizo a un ritmo aparentemente asombroso -del 35,2 al 38,8 del PIB– en solo dos años.
El riesgo de infravalorar el PIB ha cobrado más relevancia en la era del Big Data y la Inteligencia Artificial. Las encuestas como fuente de datos para generar indicadores fueron diseñadas para la era industrial, y no se adaptan con la misma eficiencia a economías dominadas por los servicios y a la digitalización. Además, ante la continua reducción de la tasa de respuestas de algunas encuestas y las oportunidades que brinda la era digital, es cada vez más evidente la necesidad de usar en tiempo real fuentes de información administrativas -por ejemplo, los datos de afiliación a la Seguridad Social– o registrales como la Agencia Tributaria o los Registros Mercantiles.
Por otra parte, el PIB como aproximación al valor de la actividad económica que se desarrolla en el mercado, debe adaptarse al avance de la digitalización y su impacto sobre la producción y el consumo. Una cuestión clave es cómo reflejar la mejora cualitativa de los bienes y servicios producidos, así como sus prestaciones como consecuencia de las tecnologías digitales. Por ejemplo, los modelos actuales de automóviles incorporan muchas mejoras tecnológicas, tanto en la motorización como en los múltiples servicios que incorporan de conectividad y navegación digitales. Los productos son mejores por su mayor calidad, y las estadísticas pueden no reflejar correctamente ese cambio tecnológico, infravalorando el PIB. Automáticamente, si se infravalora el crecimiento del producto también se minora el crecimiento de la productividad del trabajo, dado que este indicador es un cociente entre la producción y el empleo o las horas trabajadas.
La producción digital y la economía colaborativa que surge a través de plataformas digitales para proveer bienes y servicios entre particulares -como BlaBlaCar, Airbnb,…- sugieren ampliar el perímetro del PIB más allá de la valoración de la producción de mercado. De momento, se incorpora el valor de una parte de la actividad que no se vende en el mercado, como es la producción pública y la prestación de servicios de alojamiento por parte de las viviendas que son propiedad de particulares.
Si se infravalora el crecimiento del producto también se minora el crecimiento de la productividad del trabajo
En cualquier caso, el PIB no es una aproximación satisfactoria al bienestar porque no considera el valor de las actividades productivas o de ocio que se desarrollan en el ámbito de los hogares, y que también generan valor para las personas; no refleja las desigualdades económicas, cuyo impacto sobre el bienestar es indiscutible; ni tiene en cuenta las externalidades negativas por el uso de recursos naturales limitados y su amenaza para la sostenibilidad de los niveles de vida alcanzados.
De ahí el interés por profundizar en indicadores de bienestar más amplios, y en desarrollar cuentas satélites como la de la producción en los hogares, la de la producción digital o la del ocio, que permitan complementar la información de las cuentas nacionales.
En definitiva, avanzar en indicadores que midan el valor del tiempo dedicado tanto al trabajo remunerado como al no remunerado o al ocio. Ello permitirá, además, incorporar la perspectiva de género, y también de edad, en la medición del crecimiento y el bienestar, al ser las mujeres las que todavía asumen en mayor medida las tareas domésticas y de cuidados.
*** Mónica Melle Hernández es consejera de la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid y Profesora de Economía de la UCM.