Belkis Malpa y su hija, migrantes venezolanas que viven en el campamento frente a la iglesia de la Soledad, el 27 de febrero en Ciudad de México.

Belkis Malpa y su hija, migrantes venezolanas que viven en el campamento frente a la iglesia de la Soledad, el 27 de febrero en Ciudad de México. Jorge Vaquero

EEUU

Hablan los migrantes varados en México por la política migratoria de Trump: "No cruzo seis países para quedarme aquí"

Miles de personas que viven en la calle en Ciudad de México se debaten sobre si seguir hacia un "futuro mejor" o volver como deportados a su país.

Más información: El Congreso de EEUU aprueba una ley para detener a migrantes indocumentados que cometan delitos no violentos

Ciudad de México
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La venezolana Belkis Malpa está sentada a las puertas de su "casa". El hogar es una estructura de madera recubierta de lona plástica amarilla. Dentro solo hay un colchón y un fogón de gas. La mujer de 43 años y su hija de 12 son parte de un campamento de 200 migrantes que viven en chabolas a las afueras de la iglesia de la Soledad, en el centro de Ciudad de México. Lo que era un lugar de paso se ha convertido en permanente para muchas personas que vieron frustradas sus opciones de llegar a Estados Unidos.

Malpa tenía una fecha guardada en el calendario. El 30 de enero. Ese día le tocaba  ser entrevistada en la ciudad fronteriza de Tijuana con los agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos. La consiguió a través del CBP One, una aplicación móvil que desarrolló la Administración del anterior presidente, Joe Biden, para que los migrantes esperaran en México su solicitud para entrar legalmente a Estados Unidos.

Trump desconectó CBP One el mismo día en el que tomó posesión, el pasado el 20 de enero. "Ya teníamos los vuelos y lo perdimos todo. Íbamos a Tijuana. Eran unos 6500 pesos (unos 305 euros)", explica la venezolana.

Ella, su hija y su marido querían dejar atrás Venezuela. "Trabajaba con el Estado [de Nicolás Maduro] y me obligaban a ir a las marchas de apoyo al Gobierno. También la situación económica nos obligó a irnos", explica la mujer sobre algunos de los argumentos que iba a esgrimir en la cita con los agentes del ICE para solicitar asilo.

Ahora su marido trabaja "de lo que sea" en Ciudad de México y ella vende panes dulces en el campamento. La idea es ganar un dinero que aún no saben en qué gastarán. La primera opción es esperar a que Trump modere las políticas migratorias. En ese caso Malpa y su familia irán en dirección a Estados Unidos. Si eso no pasa, pedirán en México la deportación a Caracas.

Migrantes haitianas lavan la ropa en el campamento migrante.

Migrantes haitianas lavan la ropa en el campamento migrante. Jorge Vaquero

En uno de los pasillos del campamento, Fernando David Bustillo mira fijamente el móvil. "El venezolano tiene un lema: 'Todo lo podemos'", explica este hombre de 35 años. Su nacionalidad es la más común entre los migrantes irregulares en México.

Las autoridades mexicanas detuvieron en 266.846 ocasiones a personas procedentes del país sudamericano (algunos pudieron ser capturados más de una vez) en todo 2024, según las estadísticas del Instituto Nacional de Migración (INM) de México. Los venezolanos también componen tres cuartas partes del campamento. El resto son de Haití, un país sin Gobierno asolado por pandillas criminales que han provocado un éxodo masivo de la población.

Uno de los tramos más duros para todos los migrantes que llegan a México por Centroamérica suele ser el tapón del Darién, la espesa selva que separa Colombia y Panamá. "Pasamos seis días allí. El Darién siempre fue fuerte. Vimos gente secuestrada", recuerda Bustillo.

Un viaje tan duro, para Bustillo, no puede ser en vano. "Yo no cruzo seis países para quedarme aquí", afirma tras haber recorrido miles de kilómetros a través de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México. La otra razón que le obliga a seguir son los más de 3.000 dólares que el migrante se ha gastado para intentar llegar a la frontera.

Bustillo plantea irse a Canadá tras el cierre de Estados Unidos. "La meta entonces es seguir para Canadá, pero hay que craneársela [pensar]. Con poco presupuesto, con el pedo que tiene allá Trump, que no nos quiere dejar pasar. Es un malvado", se lamenta.

Menos detenciones en la frontera

En la aduana de Estados Unidos, las detenciones de migrantes irregulares han bajado a mínimos, según la Administración de Trump. El Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) comunicó que el sábado 22 de febrero los agentes migratorios "sólo" detuvieron a 200 personas en el límite entre ambos países, una cifra ínfima en comparación con las más de 8.000 capturas diarias que se produjeron en diciembre de 2023.

La coordinadora de Agenda Migrante y doctora en sociología política y políticas públicas, Eunice Rendón, afirma que la llegada de migrantes había descendido considerablemente en los últimos meses del Gobierno de Biden. 

Un migrante haitiano consulta su teléfono con la iglesia de la Soledad de fondo.

Un migrante haitiano consulta su teléfono con la iglesia de la Soledad de fondo. Jorge Vaquero

"Ha disminuido la llegada de migrantes, pero un poquito antes de Trump. Creo que también la eliminación del CBP One hace que mucha gente que venía para su cita ahora esté viendo qué va a pasar", resume Rendón. "Incluso los propios traficantes [de personas] están reconfigurándose", añade.

Trump ve el descenso de las llegadas como una victoria de su Administración y de su fuerte discurso antiinmigración, a pesar de que exigió a los agentes del ICE hasta 1.500 detenciones al día. "A Donald Trump en este momento no le preocupa el tema de la migración porque sabe que hay una reducción de llegadas importante desde hace meses", explica la experta.

El punto de mira del presidente estadounidense está puesto en este momento en las personas sin regularizar que están dentro de su país. Los agentes migratorios llevan a cabo redadas para devolver a migrantes irregulares a sus países de origen o, incluso, enviarlos a la cárcel de Guantánamo. Y también a México. Desde el 20 de enero, cuando Trump asumió la presidencia, Estados Unidos ha enviado 11.000 deportados a su vecino del sur.

En la frontera, los agentes estadounidenses devuelven a los migrantes a México casi de inmediato, según Anderson Daniels. El venezolano de 27 años había cruzado a Texas a través de la localidad fronteriza de Piedras Negras, en el Estado mexicano de Coahuila, cuando las autoridades estadounidenses lo detuvieron.

"Duré tres días preso en la cárcel de migración que tienen allá. Salí esposado como si fuera el Chapo Guzmán", dice, comparándose con Joaquín Guzmán Loera, el sanguinario capo que fue líder del Cartel de Sinaloa y que ahora se encuentra preso en Estados Unidos.

Desde el estrecho colchón en el que Daniels está sentado junto a su amiga Maira Marín explica que muchos de sus conocidos no quieren que los "cacen" y piensan en salir de Estados Unidos. "Tengo amigos en San Diego que se vienen para la Ciudad de México", expone Anderson. 

El migrante siempre lleva el sufrimiento por dentro, da igual el país en el que esté, en palabras de Anderson. "Lo que pasa es que al migrante nunca le gusta decir la verdad. Tú puedes dormir mil veces en una acera y tu familia te pregunta. '¿Cómo estás?' Y uno responde bien", confiesa.

Él y su amiga, al igual que Bustillo, sopesan intentarlo en Canadá. "Prefiero matarme yo afuera y mandarle dinero a mi mamá y a mi familia para que coman", dice orgulloso el venezolano.

Anderson Daniels y Maira Marín en una de las casetas del campamento migrante.

Anderson Daniels y Maira Marín en una de las casetas del campamento migrante. Jorge Vaquero

El paso del migrante en México es una espiral de violencia perpetrada por los grupos criminales. Y también por las autoridades migratorias. "Somos ganancias para ellos. Tanto para el cartel como para la migración. Para todo hay una trampa", dice Marín, de 26 años, mientras mira a Anderson y se ríe irónicamente.

Esa risa vuelve a salir cuando cuenta que tenía cita del CBP One para el pasado 27 de enero. Al igual que Malpa, la llegada de Trump al poder frustró sus planes tras meses de camino para llegar a Ciudad de México y esperar la reunión con las autoridades migratorias estadounidenses. 

Las condiciones de los viajes incluyen numerosas vejaciones: grandes caminatas después de que el coyote (persona, normalmente del crimen organizado, a la que pagan para ser transportados) los deje tirados en medio de la carretera, horas a pie por la selva o el desierto, pagos inesperados en controles vehiculares del crimen o de la autoridad migratoria y secuestros.

En el campamento la vida no es mucho mejor. Los que tienen suerte viven en las casetas prefabricadas de madera; los que no, en una tienda de campaña. La cocina suele ser un fogón de metal o cemento sobre el que se pone el caldero, que los migrantes calientan con carbón. En los márgenes del campamento, la basura se amontona en grandes montañas de las que comen algunos pájaros y perros callejeros.

La jefa de Gobierno de Ciudad de México, Clara Brugada, prometió el pasado diciembre reubicar en albergues a los más de 3.000 migrantes que viven en las calles de la capital mexicana. Hasta el momento, el campamento de La Soledad no ha visto disminuido su población.

"En Ciudad de México hay campamentos que no terminan de quitarse. Y esos son focos rojos. Porque ya no solo son campamentos de migrantes. Hay mexicanos viviendo ahí, se cobran unos a otros, venden droga. Son lugares que están poco cuidados y pueden ser bombas con el tiempo", explica Rendón.

México, el muro de Estados Unidos

"México tiene que tomar cartas en el asunto. No solamente funcionar bajo la presión de Estados Unidos y como un muro para los migrantes", explica Eunice Rendón. Bajo el mandato de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), México reforzó la militarización de las fronteras para evitar el paso de migrantes, después de que Trump, en su primer periodo como presidente (2016-2020), amenazara a su vecino del sur con aranceles del 5% si seguían llegando extranjeros indocumentados a su territorio.

La situación se repite entre la actual presidenta de México, Claudia Sheinbaum, del mismo partido que López Obrador, y su homólogo estadounidense. Trump amenazó en enero con tasar con un 25 % a los productos mexicanos. La mandataria consiguió posponer la medida un mes tras anunciar el pasado 3 de febrero que enviaría a 10.000 agentes de la Guardia Nacional mexicana a la frontera, aunque esta vez por motivos distintos a la migración.

Trump echa la culpa al Gobierno de Sheinbaum de no combatir a los carteles mexicanos que llevan ilegalmente el fentanilo hacia Estados Unidos, donde esta droga mata a más de 70.000 personas cada año.

Montaña de ropa en los alrededores del campamento migrante.

Montaña de ropa en los alrededores del campamento migrante. Jorge Vaquero

A pesar de que la seguridad está ahora en el centro del tablero, Rendón ve inevitable que la migración vuelva a ser motivo de negociaciones entre Estados Unidos y México. "Trump usa la migración por dos motivos: uno para su audiencia. Para decir: 'Ya no vienen, pero porque yo los frené'; y por otro lado, como una herramienta de negociación y de presión a México", explica la experta.

"México tiene que llevar a cabo una política de integración. Dar visados temporales para que los migrantes puedan rentar una casa y transitar libremente", añade la experta. A falta de los primeros datos de llegada de migrantes a México en enero, que a 2 de marzo aún no han sido publicados por el INM, desde Sudamérica y Centroamérica siguen llegando personas que huyen de situaciones vulnerables y que buscan un "futuro mejor" en Estados Unidos.

"¿Nunca has llegado a ese extremo de comerte un plátano solo en todo el día? Tampoco se puede estudiar, no hay medicinas. El que se enfermaba se moría. ¿Tú piensas que yo en Venezuela voy a trabajar por tres dólares la quincena?", sentencia desesperanzado Daniels.