El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Despacho Oval.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Despacho Oval. Evelyn Hockstein Reuters

EEUU

Ni en 24 horas ni en dos meses: Trump fracasa en su intento de llevar la paz a Ucrania y se topa con una nueva guerra en Gaza

Ni el ruso se compromete al alto el fuego que Rubio negoció con Zelenski, ni Netanyahu respeta el alto el fuego que cerró Biden con la ayuda de Witkoff.

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En su discurso de investidura del 20 de enero, Donald Trump dejó claro que quería ser recordado como “un pacificador”. La tregua alcanzada entre Israel y Hamás el fin de semana anterior estaba tan reciente que Trump no dudó en atribuirse el éxito gracias a las presiones que su enviado especial, Steve Witkoff, había ejercido sobre ambas partes. Biden escuchaba a pocos metros entre la perplejidad y el enfado.

La afirmación iba en la línea de lo declarado en campaña y en precampaña. “Acabaré con la guerra de Ucrania en 24 horas”, repitió el multimillonario varias veces, por imposible que eso fuera. Presumió de buen trato con Vladimir Putin y humilló por el camino a Zelenski. Desligó a Estados Unidos de sus aliados europeos y estuvo a punto de colisionar con el gobierno de Tel-Aviv por su empeño en pactar la liberación de los rehenes estadounidenses directamente con los terroristas. Todo ello, para muy poco. Casi nada.

Dos meses después de su investidura como presidente, Trump sigue sin dar con la tecla en Ucrania. Ha propuesto inversiones en minerales, acuerdos comerciales con Rusia, ha amenazado con aranceles, con más sanciones, con la retirada de la ayuda… Ha mandado a la zona a Marco Rubio, a Mike Waltz, al propio Steve Witkoff tras la caída en desgracia del general Kellogg por su postura proucraniana… y sigue sin haber alto el fuego a la vista. A lo que se ve, apaciguar a una potencia imperialista no es tan fácil como construir un hotel o un casino.

El “optimismo con cautela” que se lleva varios días predicando desde la Casa Blanca se vino abajo este martes tras la llamada entre Putin y Trump. Las dos horas y media de conversación parecían presagiar grandes acuerdos y decisiones definitivas, pero al final todo ha quedado en agua de borrajas: Putin no acepta el alto el fuego total e incondicional que Rubio acordó con Ucrania y lo limita a las infraestructuras energéticas. Es un brindis al sol porque Ucrania no va a aceptar algo así. Y tampoco debería Estados Unidos, pues no se acerca en absoluto a su planteamiento de pacificación. No es más que un remiendo para no dejar mal a Trump sin tener que ceder nada a cambio.

Trump sigue confiando en Putin

De hecho, en lugar de condenar la poca disposición de Putin para llegar a un acuerdo, como sin duda habría hecho con Volodimir Zelenski, el presidente estadounidense presumió en su red social, Truth, del gran éxito de las negociaciones. Calificó de buena noticia el posible cese de bombardeos sobre fuentes energéticas cuando ni es una propuesta suya ni responde al mensaje machacón de “evitar que miles de soldados mueran cada semana”, según cifras que ni él mismo conoce, pero no se cansa de repetir.

En cualquier otro universo, eso sería un fracaso. Ni siquiera un fracaso propio: Trump podría achacárselo a Putin y obrar en consecuencia, pero, obviamente, no se atreve. Sabe de sobra que Putin no cede, nunca, y que cuando lo hace es porque ya ha planeado cómo y cuándo saltarse el acuerdo. Sin embargo, sigue chocándose con el muro ruso y presionando al gobierno ucraniano, que tardó solo unas horas en aceptar todas sus propuestas en Jeda (Arabia Saudí).

Desde el Kremlin, se lleva tiempo repitiendo que un alto el fuego solo beneficiaría a su enemigo -está por ver si eso es cierto- y en la llamada telefónica, Putin insistió en que solo lo aceptaría si toda la ayuda occidental parara inmediatamente. Eso es algo que Trump no puede prometerle, porque no depende por completo de él. Ya retiró en su momento la ayuda militar y de inteligencia, en principio, solo para objetivos ofensivos y no para la defensa propia, pero poco más puede hacer: tiene al resto de la OTAN en su contra.

Trump sigue pensando que puede hacer esto solo, pero es poco probable. Necesita mantener un frente común con sus aliados occidentales y darse cuenta de que, si quiere la paz, no puede confiar en un hombre como Putin ni elogiarlo continuamente. Mientras hable solo por boca de Estados Unidos, los acuerdos tendrán un alcance limitado y en ningún caso satisfarán las necesidades mínimas de Ucrania, con lo que la guerra está condenada a eternizarse.

Vuelve la guerra en Gaza

El fracaso negociador llegó a las pocas horas del ataque masivo de Israel sobre posiciones de Hamás en Gaza. La ruptura del alto el fuego se ha presentado en Tel-Aviv como un “ataque preventivo” ante una supuesta ofensiva que estarían preparando los terroristas, aunque no se ha dado ningún dato concreto que valide esa tesis. Las imágenes de campamentos de refugiados asolados por las bombas y el fuego han estremecido de nuevo al mundo y especialmente a los familiares de los rehenes que quedan aún en manos de Hamás y la Yihad Islámica, que temen seriamente por la vida de sus seres queridos.

Aunque la Casa Blanca admitió que tenía conocimiento de la operación, lo cierto es que supone otro fracaso diplomático: Trump iba a llevar la paz a Gaza como la iba a llevar a Ucrania. Los rehenes iban a ser liberados antes incluso de su toma de posesión. Los árabes iban a permitir que la Franja se convirtiera en un remedo de “La Riviera” francesa, con apartamentos de lujo y hamacas en la playa mirando al Mediterráneo. Nada de eso se ha cumplido, como era de esperar, y da la impresión de que la guerra vuelve a la casilla número uno.

Con la salvedad de que, esta vez, Trump no puede decir que esta es la guerra de Biden ni puede asegurar que con él como presidente no habría sucedido jamás. Este nuevo conflicto surge bajo la vigilancia exclusiva de su administración. Tal vez ha confiado en Netanyahu más de lo que debería. Les pasa a casi todos los presidentes estadounidenses, él mismo incluido en su primer mandato. Tal vez, simplemente, todo sea una huida hacia adelante: Trump ha intentado abarcar mucho desde el principio y a la vez apretar con fuerza. Y todo a la vez, ya se sabe, es imposible.