Es llamativo el tipo de análisis que se está realizando, por parte de algunos periodistas, y que después asumen los líderes de algunos partidos en sus discursos (llevándolos ulteriormente a la tribuna parlamentaria), acerca, sobre todo, de las cifras de mortandad que la pandemia está generando.
Datos y cifras que se ofrecen, de una manera o de otra, bailando al son de criterios ya preestablecidos (previos al análisis), y que en buena medida vuelven el análisis epidemiológico superfluo. Y es que ocurre que lo que se hace con esos datos es, no tanto describir lo que realmente sucede, o puede suceder, sobre el desarrollo de la pandemia, cuanto confirmar lo que ya se cree saber de antemano (en función de intereses que nada tienen que ver con las curvas y los picos estadísticos epidemiológicos).
Pues bien, hay un criterio que nadie maneja, a este nivel más o menos divulgativo de análisis (ignoro a nivel de los grandes especialistas), y que parece importante tratándose de un virus. Y es el derivado de un hecho fundamental y casi trivial por evidente, a saber, que tanto la población como el virus se desplazan, ambos viajan.
En España, y también en el resto de países, en el momento en que se produce la propagación del coronavirus -cuyos hitos todavía son inciertos-, hay población flotante, entrando y saliendo de los países. De hecho, Francia, España, EEUU, China, Italia (por ese orden con cifras de 2019) son los países más visitados del mundo, produciéndose entre ellos un intercambio de flujo de población también muy importante (no solo turística, claro, también laboral, negocios, etc). Y ocurre que, precisamente, los países más turísticos son los más afectados, con ciertas anomalías que se podrían explicar, quizás, a nivel local.
Parece haber una correspondencia grande, ignoro si causal, entre la propagación epidémica del virus y el flujo de población, siendo la epidemia menos virulenta en aquellos lugares en los que hay menos movimiento (así la India o Indonesia, por ejemplo, cercanas al foco inicial, sorprendentemente apenas se han visto afectadas, comparado con los países occidentales, a pesar de tratarse del segundo y del cuarto país, respectivamente, en número de habitantes del mundo).
Ocurre pues, si tenemos en cuenta estos movimientos de población, que, entre otras cosas, cuando se extiende el virus no hay en España 47 millones de personas exactamente, que es la población total, digamos, en foto fija, sino que había más (aún sin ser temporada turística alta). En concreto en el mes de febrero de 2019 visitaron España 4,5 millones de turistas, siendo previsible que en este febrero de 2020 la cifra de visitantes haya sido parecida (habría que analizar sus días de estancia media, su movilidad, etc.).
Así pues, criterios que se barajan estáticamente en las estadísticas, como el de la densidad de población, el de fallecimientos cada cien mil habitantes, etc., no son criterios nada fiables, o están distorsionados, si no se atiende a esta dinámica de los movimientos de población.
Por ejemplo, España es el país del mundo con la proporción más alta, junto con Grecia, de turista/habitante, y con una de las tasas de intensidad turística más altas (7,3 pernoctaciones por habitante). Un turista, además, el que viene a España, cuya movilidad puede variar en función de si su destino son las playas (con poca movilidad interna) o si es turismo cultural (que se desplaza más por el interior del país buscando la riqueza patrimonial).
Sea como fuera, las cifras de la pandemia, en cualquier caso, no son sólidas a nivel global, no están consolidadas en ningún sitio, ni en España ni en cualquier otro país, y el gobierno, tanto Sánchez como Illa y Simón, así lo está advirtiendo diariamente.
No son cifras dadas como totales de fallecidos, contagiados, recuperados, etc., absolutos, sino cifras útiles, que se ciñen a los casos diagnosticados, operativas, manejables estadísticamente, para tratar de controlar la evolución de la pandemia, y poder tomar decisiones prácticas al respecto (desconfinamiento, desescalada, etc.). Decisiones fundamentales para poder abordar, a su vez, la llamada reconstrucción social y económica, tras el parón en seco del país.
Se opera, pues, con casos diagnosticados porque de otra manera las cifras serían incontrolables, ingobernables estadísticamente, y entonces no habría manera de poder salir con garantías (y en ese sentido la cifra de infectados activos es clave).
Pero a algunos estas sutilezas, el sólo hecho de llamar la atención sobre ellas, les parecen ya caer en complicidad con el gobierno (a estos niveles de sectarismo hemos llegado), de tal modo que, si estas pesquisas pudieran favorecer a la coalición de gobierno, se niegan a estudiar la influencia de los movimientos de la población (esta fue la actitud de Pablo Casado el otro día, cuando Sánchez apuntó al turismo como factor importante de la expansión de la epidemia), cuando es muy plausible, si el virus viaja -y lo hace-, que lo haga a lomos de estos flujos de población en movimiento.