No me gustan los escraches.
No me gusta la violencia.
No me gustan los insultos.
Llamadme rara.
Me da igual de dónde vengan y quién los perpetre. Y me siento incapaz de justificarlos. De ninguna manera. Cada “pero”, detrás de una explicación o justificación, me parece perverso: No soy racista PERO, no soy machista PERO, no soy homófobo PERO, te quiero PERO, maté a tu madre PERO.
No me gustan los “pero”. Detrás de cada “pero” hay una excusa peregrina, una figura retórica pretendidamente exculpatoria, un encaje de bolillos que lo único que hace es esconder, vestido de domingo y con lazos, un prejuicio, un fanatismo, un odio o un rencor. Te dejo PERO. Mira, Déjame sin más. No me líes.
El escrache -llamémosle de momento “escrache”- a Monedero en un bar de Cádiz me parece una actuación deleznable. No puedo justificarlo o excusarlo de ninguna manera. Ni siquiera agarrándome a que él provocara o entrara al trapo. Ni siquiera al hecho de que ellos lo hayan hecho y defendido antes.
Nadie merece ese trato. Ni Monedero, ni Rajoy, ni Esperanza Aguirre, ni Sánchez, ni Villacís, ni Pepito el de los palotes. Nadie. Independientemente de su ideología o proyección pública o política.
Nadie debería ser vilipendiado, violenta e incómodamente, en un espacio público por pensar libremente y traducir esa libertad de pensamiento a palabras, a expresión, siempre que se enmarque en los límites que marca claramente la ley. Al margen de que estemos más o menos de acuerdo. Es fundamental respetar que el otro, el contrario, pueda expresarse libremente. Exactamente igual que nosotros. Es primordial.
Vivimos en un Estado de derecho que ya articula las herramientas necesarias para que se pueda discrepar y argumentar a la contra, disentir, defender nuestros derechos y nuestra integridad si sentimos que es violada. Que marca claramente los límites de la libertad de expresión.
Estoy absolutamente de acuerdo con Monedero, eso es cierto, en que nunca se ha tratado a ninguna formación política en España como se ha tratado a Podemos (Unidas Podemos, corregidme si me equivoco. Como cambia con cada causa justa, yo ya no sé si se llama Unidas Podemos, Unidas Verdes Podemos o Unidas Pobres Verdes y Tristes Podemos). No se ha tratado a ningún partido político en España como a ellos, es así, que lo peor que les ha pasado es un gritito en un garito.
Al Partido Popular se les asesinó, entre otros, a Miguel Ángel Blanco, o a Alberto Jiménez-Becerril. Al PSOE, a Francisco Tomás y Valiente o Fernando Buesa. ¿Es comparable con una trifulca tabernaria?
Yo creo que las familias de Gregorio Ordóñez, de Enrique Casas o de Fernando Múgica, por poner un ejemplo -desde aquí pido disculpas por aludir indirectamente a mi querido José María Múgica, espero que me entienda y me perdone- firmarían ahora mismo por que a sus familiares les hubieran vituperado en un bar en lugar de ejecutar fría y despiadadamente. Cambiarían sin pensarlo, aunque tú no lo creas, Juan Carlos, el empujón borrachuzo por el asalto mortal imprevisto. La vergüencita e incomodo momentáneo por la muerte. Por el adiós sin remisión. Mira, no compares, Juan Carlos. Por decoro. Por respeto.
Yo creo que a Podemos (Unidas Podemos, Verdes Podemos, La Causa Justa De Moda Que Sea Podemos) lo que le pasa es que se le está tratando exactamente como se trata a todos los las formaciones políticas. Incluso mejor. Y eso es lo que no entiende. Que no se les trate de manera especial. Diferente. Mejor.
Porque ellos lo valen. Pese a que su propio número uno pidiese hace nada que normalizásemos el insulto. Como si el insulto y la crítica fueran equivalentes. Vaya tela.
Llevamos mal no ser la más guapa en la fiesta de graduación, Pablo. Pero no es nuestra culpa, joder. Es solo que no eres muy guapa, que digamos.