El libro La nación inventada, firmado por los burgaleses Arsenio e Ignacio Escolar, y con bastante éxito en las librerías, quiere ser un relato veraz de la historia de Castilla. Frente a la versión autojustificativa, y, por lo visto, completamente sesgada de la cronística castellana o, si se quiere, castellanista -o incluso españolista-, de Castilla (que arrancaría con Lucas de Tuy, Jiménez de Rada o el propio Alfonso X a la cabeza, como versión “oficial”, de la historiografía dominante, “aún hoy”, dicen los Escolar), esta “historia diferente de Castilla” busca ofrecer una versión en la que los grandes mitos fundacionales en los que se basa la nación castellana se ven reducidos a eso, a puros mitos falsarios, que convierten a Castilla en una “nación inventada”, y a España en el “no va más” del artificio al ser considerada un epifenómeno de la propia Castilla.
El caso es que el relato a dos manos de los Escolar, e inspirados (aunque sin conseguirlo, según ellos mismos admiten), en el registro narrativo del periodista italiano Indro Montanelli (con sus ya clásicos Historia de Roma e Historia de los griegos), es un relato ágil, pero sólido (remite constantemente a las fuentes) y bien trabado (entre el ensayo y el reportaje, dicen los autores), demasiado denso, en efecto, para asimilarlo a la Montanelli, pero sin resultar nada pesado (sin notas, etc.) para leerse del tirón, y satisfacer, creemos con eficacia, esa voluntad divulgativa con el que ha sido escrito.
Ahora bien, lo que caracteriza a la obra es ese enfoque “ilustrado”, digamos “progresista” (se dice llamar a sí mismo), que busca la destrucción, por descreimiento, de los mitos fundacionales de la nación castellana y, de rebote, por derivación, se supone también de la española (dando por sentado aquello de que “Castilla hizo a España”) y, de este modo, significar su falta de consistencia como nación: la Historia “oficial” de Castilla es un “relato” inventado, mítico, para justificar su dominio, su voluntad de poder, pero que nada tiene que ver con la historia real...
Y es aquí en donde, creemos, está el sesgo, tendencioso, de la obra, y que se pone de manifiesto a través del amarillismo de su título: la “nación inventada”, como si ello fuera un distintivo que caracterizase a Castilla y el hecho de ser “inventada” la distinguiese de cualquier otra “nación”; como si hubiera naciones genuinas (acaso Galicia, Cataluña, País Vasco), y no “inventadas” (cosa que los autores saben, y así lo hacen notar a veces, pero, siguen manteniendo el sesgo en el título).
En este sentido, la obra está salpicada de observaciones que dejan ver esas coordenadas, o líneas de fuerza, que marcan su orientación tendenciosa, estableciendo siempre un doble rasero entre la, al parecer, autenticidad de otras construcciones políticas y nacionales, y la “levedad del ser” castellano, basada en una mentira secular.
Los énfasis aquí son claves: “el inveraz relato de Alfonso X sobre los orígenes castellanos”, dicen los autores en referencia a la Primera Crónica General, “no es una fuente documental, sino un inmenso charco lleno de lodo”, se supone que por lo fantasioso de su versión.
Respecto a la Reconquista, “si es que tal cosa existió alguna vez”, y a Santiago como patrón ligado a ella, dicen los autores, “cuesta encontrar en la historia de España un falso mito más repetido y evidente que el de la tumba de Santiago el mayor”. Y continúan, por si no quedara claro, “alrededor de tan obvio disparate se ha construido, durante siglos, toda una serie de artificiales evidencias destinadas a probar una leyenda que solo se sostiene desde un punto de vista místico”.
Hablan como si fuera algo exclusivo de Castilla, y por tanto de España, tener una leyenda como base fundacional, como si desde Grecia, Roma hasta cualquier nación actual no remitiese su origen al siempre vago y nebuloso in illo tempore legendario.
En esta obra, en esta “otra historia de Castilla”, se supone verdadera, se viene a denunciar la impostura del relato oficial como invento ad hoc, que no resiste al análisis histórico y que sólo sirve como justificación del dominio político, para poner el dedo en la llaga acerca del castillo de naipes que, en realidad, representa España.
En definitiva, todo un mediterráneo el que nos descubren los Escolar acerca de las funciones prácticas del mito, pero para terminar pasándose de frenada “hipercrítica”, en la línea posmoderna, convirtiendo a Castilla, y a España, en un mero entretejido de textos ficticios, sin realidad histórica. Con el agua sucia ideológica del mito del origen, han arrojado a la niña Castilla.