España ha perdido el humor. Desde que llegaron Pablo Iglesias e Iván Redondo a la cosa pública, lo que campa a sus anchas es el retestinamiento y el odio. Vean, si no, las caras del último 8-M y entenderán este estado intelectual donde el señalamiento está a la orden del día.
Hasél no sonríe cuando le queman las callen en su nombre, y lo hace una gallofa que va de los menas a los CDR, de los antisistema a toda una generación que necesita por decreto una mili en Chafarinas. Pienso en esto cuando los vídeos de Chiquito de la Calzada, según dice el móvil, pueden herir sensibilidades.
La juventud ya no es creadora, sino odiadora. Hay un odio que se puede cortar con navajas cachicuernas, nos han lobotomizado a beneficio de inventario y de ahí que sea poco lo que nos pasa. Cada día es un 18 de julio, y no sabemos por qué extraña razón sigue amaneciendo en Celtiberia.
España está sombría, y lo mismo que los simpáticos camisas pardas de Hasél están los que se han metido con Andrea Levy y su dolencia. Porque no hay ética si hay tuiter, y duele que una catalana que está haciendo (con el tito Pepito Almeida y con Ayuso) una ciudad libre y culta pese a la Covid sea señalada y vejada por tuiteros hidrogenados y rijosos.
A Dios gracias, Madrid es una ciudad de lectores atildados de Chaves Nogales y de monologuistas de Cádiz que llenan la Gran Vía. La vida cultural, en fin, que estos peperos sin hemerotecas han mantenido frente a viento y marea, frente a los comprados del sanchismo que cada día son más y con más inquina.
Levy llegó a Madrid y empezó a frecuentar librerías y saraos, mordiéndose el labio en algo que, los que hemos estudiado algo de Psicología, sabemos que revela inteligencia social y capacidad de observación. Y Levy, pese a los odiadores, va y viene con libros de ñoños galaicos o con libelos feministas que son parte de la vida cultural de aquí, de este Madrid pandémico y cachondo que describimos cuando nos dejan.
Uno no va a pedir garrote y prensa para los odiadores de Levy, porque son los mismos que al arribafirmante le han deseado la muerte y quizá le robaran la bicicleta e intentaran acertarle con un adoquín el día de autos. Pero conviene saber que estamos en plena guerra cultural, que sospecho por sistema de los fans de C. Tangana y que a Levy hay que recomendarle lo que nos decimos los nietos del Benemérito Instituto: paso corto, vista larga y mala leche.