La incomprensible parálisis que afecta a la contrarreforma del 'sí es sí' es ya la mayor crisis a la que se ha enfrentado el Gobierno de coalición.
Hasta ahora, las dos almas mal avenidas de la coyunda rubricada con el pacto del abrazo de 2019 se las habían apañado para lidiar con sus encontronazos. Y para acabar llegando siempre a soluciones de compromiso en las que ora cedían los socialistas, ora claudicaban los morados.
Pero PSOE y Podemos han abandonado todo recato y ya no se molestan en velar sus riñas, para indignación de los españoles y regocijo de la oposición. De hecho, tal y como informó EL ESPAÑOL, los socialistas asumen que Montero y las suyas seguirán elevando la tensión por la cercanía de la contienda electoral.
El grueso de los análisis se ha centrado en el descalabro del precario equilibrio con el que hasta ahora la coalición se había mantenido a flote. Pero menos atención se ha dedicado a la extensión de la fractura al conjunto de los socios de Sánchez.
Porque la escisión a costa de la ley con la factura técnica más calamitosa que se recuerda no ha afectado sólo a la coalición de Gobierno. También ha dividido al bloque de investidura que Sánchez transformó en bloque de legislatura con la triple votación del pasado 24 de noviembre.
El PSOE buscó infructuosamente hasta el pasado miércoles el apoyo de ERC y EH Bildu para corregir el desaguisado del Ministerio de Igualdad. Como en un lacerante divorcio, se colocó a los hijos de Frankenstein en la encrucijada de elegir entre papá y mamá.
Los independentistas vascos y catalanes dijeron que sólo respaldarían al PSOE si llegaba a un acuerdo con Podemos. Y como finalmente no hubiera separación amistosa entre los progenitores gestantes, republicanos y bildutarras se decantaron por los podemitas, más afines.
Con la negativa de los sostenes periféricos del "bloque de poder" (Pablo Iglesias dixit) a la tramitación urgente de la reforma, Sánchez ha recibido una sonora bofetada de realidad a cargo de Podemos. Una que evidencia su soledad en el hemiciclo.
Porque ha quedado de manifiesto que es Podemos la correa de transmisión que había permitido sellar la alianza entre un PSOE desapegado emocionalmente del pacto constitucional y un separatismo decidido a canjear sus votos por jugosas prebendas. Un correaje que no se ha aflojado por el hecho de que Sánchez diera entrada a las instituciones al populismo.
Ahora, Podemos está haciendo valer su baza de ligadura de un Frankenstein que ha escapado definitivamente al control de su creador. Al quite, presidente. Tú no sólo estás en mis manos. También dependes de mi intercesión para llegar a entenderte con el ala oeste de la Cámara Baja.
En definitiva, la crisis nos ha recordado el papel de pivote y de catalizador que desde el principio jugaron los morados para vencer los ya endebles reparos de Sánchez. El empuje frentista, antipluralista y más simpático a la idea de una España plurinacional de la izquierda populista explica, en gran medida, el imparable protagonismo en la gobernabilidad que la minoría secesionista ha adquirido durante el mandato de Sánchez.
El abandono del presidente a manos de ERC y Bildu a la mínima de cambio revela, en fin, que los socios "preferentes" del PSOE lo son en realidad de Podemos.
[Editorial: Sánchez navega ya a merced de ERC, Podemos y Bildu]
Poco queda de aquel entusiasmo con el que Sánchez creyó inmunizar su geometría parlamentaria al aprobar los Presupuestos. Moncloa pretendió garantizarse un plácido final de legislatura con un suicida acelerón a finales de año, pensando que así darían carpetazo a los asuntos más escabrosos.
Pero con los terribles efectos de la ley del 'sí es sí' ha vuelto a salir a la superficie el chapapote de la discordia en el bloque de legislatura. A lo que se suma la escenificación y la instigación consciente de las desavenencias que la proximidad del 28-M sugiere como mejor estrategia.
En palabras de Ignacio Varela, "en todas las coaliciones políticas hay un momento en que los aliados resultan ser a la vez adversarios electorales inminentes, y la segunda condición se va imponiendo progresivamente a la primera hasta que las urnas emiten dictamen y comienza una nueva partida con nuevas cartas".
En el caso del PSOE, la fórmula elegida para comenzar a marcar perfil propio frente a sus disputadores de caladero ha sido, como ha sintetizado Ferran Caballero, "una (pre)campaña contra Irene Montero".
Los socialistas están aprovechando el cerrilismo de Igualdad, que sigue defendiendo contra el viento de la oposición y la marea de la opinión pública su ley, para exonerarse de cualquier culpa.
Aunque la ley es responsabilidad del Gobierno de coalición, las urgencias electorales de Sánchez le hacen ahora "salir en defensa de la cordura" y presentarse como el miembro adulto del Ejecutivo. "Pretende vender como logro y solución de problemas ajenos lo que es únicamente cálculo cínico y partidista para sacar rédito de sus propias y gravísimas responsabilidades".
Por su parte, Podemos está desmarcándose del PSOE acusando a sus socios de aspirar a una regresión al "Código Penal de La Manada" y cargando contra todas las iniciativas conjuntas que consideran que el ala socialista, por sus escrúpulos hacia los empresarios, los tenedores, la OTAN o los cazadores han degradado en normas mediopensionistas y aburguesadas.
Habrá que ver si el tensionamiento electoralista de la coalición no desborda el punto de no retorno que impidiese resucitar el bloque de legislatura en una eventual nueva victoria del PSOE. Quedan casi cien días para los comicios municipales y autonómicos. Y en este largo viaje hacia la noche electoral, la impermeabilidad de las relaciones de fuerzas apuntaladas por el sectarismo coaligado de PSOE y Podemos ha dejado a Sánchez sin margen de maniobra.
Porque, quemados los barcos de un entendimiento con el PP, el presidente se ha condenado a una reedición de su Frankenstein como única suma alternativa. Sólo le queda la huida hacia delante.