Resulta imposible desvincular la decisión de Pedro Sánchez de aparecer junto a su esposa en el mitin de ayer en Benalmádena con su segunda carta a la ciudadanía, publicada justo un día antes. Sánchez mantiene su desafío al Estado de derecho, dejando a las claras su voluntad de convertir la votación del 9-J en un nuevo plebiscito contra "la ultraderecha", que según su relato trata de destruirle a través de su mujer. Una ultraderecha que, a su juicio, abarca a la oposición política, a los medios críticos y a los jueces independientes.

En realidad, Sánchez puede clamar y dolerse cuanto quiera. Pero la honradez —y la apariencia de honradez de la mujer del César no depende de las urnas.

Es evidente que el presidente del Gobierno pretende una legitimación de la conducta de su esposa por parte de los votantes. Es absurdo. Existen conductas que conviene señalar como inapropiadas incluso cuando no resultan delictivas, pues esta última consideración sólo corresponde a los jueces en una democracia. Cualquier español comprende que los límites de la honradez no son los límites del Código Penal. Tampoco los del recuento de votos.

En lugar de tratar de legitimar las acciones de Begoña Gómez, Sánchez debería aclararlas en una rueda de prensa accesible a los principales medios. El pueblo español merece explicaciones sobre las cartas de recomendación y los favores solicitados a varias empresas. También sobre el software desarrollado por tres grandes compañías de manera gratuita para la Complutense, y por el hecho que la beneficiaria lo registrase después a su nombre. A esto cabe añadir la novedad aportada hoy jueves por EL ESPAÑOL. Ese software utiliza el contenido que pagó la universidad con el logo y el mail de la empresa de Gómez. ¿Con qué propósito? Y otra novedad: la irrupción nocturna de la Guardia Civil en las oficinas de Red.es, a petición de la Fiscalía europea, para llevarse expedientes y comunicaciones relativas a las adjudicaciones concedidas a Carlos Barrabés, promotor de Gómez, durante la pandemia.

Lo más grave es que Sánchez atribuya maliciosamente una intencionalidad política a unas investigaciones judiciales que tendrán que seguir su curso, sin que las presiones del poder político condicionen su trabajo. Pero cuando se está en un hoyo, como le sucede al ecosistema político de España, el primer paso para salir es dejar de cavar. Por eso también es criticable que el Partido Popular, saltándose la presunción de inocencia de la investigada, esté pidiendo la dimisión del presidente.

No es que España sea una isla de perversiones en las sociedades occidentales. La degradación democrática es uno de los males de nuestro tiempo. El peor ejemplo lo ofrece Donald Trump en Estados Unidos. La situación legal del expresidente y candidato republicano no se parece en nada a la de Sánchez. Mientras Trump acumula casi un centenar de causas civiles y penales abiertas, y por algunas de ellas ya ha sido condenado, el presidente español sólo tiene a su esposa citada a declarar tras la apertura de unas diligencias previas y a un estrecho colaborador como José Luis Ábalos bajo sospecha.

Lo que tienen en común uno y otro son los métodos. Los dos calientan a sus bases sosteniendo que las investigaciones judiciales responden a una conspiración de sus adversarios políticos. Y si Trump acusa al Estado de "fascista", Sánchez arremete contra la "fachosfera". Ambos son hijos de la misma decadencia populista. Ambos convierten lo personal en colectivo. Ambos levantan las trincheras de la izquierda y la derecha para disculpar cualquier error, exceso o delito de su equipo. El pretexto siempre es el mismo. Todo será peor si gobierna el contrario.

La espiral es contagiosa y no lleva a buen puerto. De momento se agota la campaña de las europeas sin menciones a las leyes más controvertidas del Gobierno y, lo que es peor, sin tiempo para las propuestas de unos candidatos y otros en una época decisiva para la supervivencia del proyecto original de la Unión Europea. Sánchez ha convertido las elecciones en un plebiscito sobre la pulcritud de su esposa. Pero es indudable que las urnas están pensadas para cometidos más importantes.