El monolito vasco
El autor reflexiona sobre la inutilidad del sufrimiento creado por los etarras: no han alcanzado sus objetivos y la mayoría han pasado por la cárcel o están en ella.
Cita el periodista David Rieff en su libro Elogio del olvido a un escritor norirlandés que propuso 1) honrar la historia de su país con un monumento a la amnesia y 2) olvidar inmediatamente después dónde lo habían construido. Lástima que el de la amnesia sea un lujo que sólo se pueden permitir aquellos que tienen los colmillos manchados de sangre. Léase los vascos que mataron pero también esos aproximadamente 300.000 paisanos que masticaron con toda la parsimonia moral posible sus kokotxas mientras los etarras despedazaban niños a sólo unos metros de sus sociedades gastronómicas. ¿De qué otra manera podrían soportarse a sí mismos si no fuera por la amnesia?
“Hay un momento de Trece entre mil, la película de Iñaki Arteta, en que un guardia civil habla de un asunto realmente interesante. Los antecedentes de este hombre, y el argumento de autoridad que de ellos se desprende, llaman la atención. Una mañana entró en su coche con sus gemelos de dos años, arrancó, dio un par de vueltas y el coche estalló. Vivo, aunque con los tímpanos reventados, salió corriendo hacia la parte de atrás donde estaban los niños. Uno estaba bien, Álex, me parece que se llamaba. El otro, sin embargo, estaba partido en varios trozos. El padre explica ante la cámara que era ciertamente difícil recoger los trozos, que se le resbalaban, y pone en este detalle una atención fría y técnica, muy convincente. Sin duda, uno de los problemas de que despedacen a tu hijito es esa característica jabonosa de los trozos. ¿Cómo cogerlos, eh?” (Arcadi Espada).
El único monumento que merecería la historia del País Vasco de los últimos cincuenta años es un monolito en forma de Almax. El que nos ha hecho falta a los españoles para soportar fotos como esta y el que le ha hecho falta a esos 300.000 vascos para digerir, mientras se sucedían los atentados, las mencionadas kokotxas.
Si los japoneses han podido perdonar es porque no se autoengañaron respecto a su espiral de demencia criminal
Las víctimas, sin embargo, no pueden permitirse el lujo de la amnesia. La mayoría de ellas porque están muertas y eso sería mucho pedirle a un cadáver. El resto, porque supondría traicionar la memoria de sus padres, madres e hijos asesinados y añadir el insulto del olvido a la injuria del crimen.
[Hay que recordar que si los japoneses han podido perdonar Hiroshima es porque, a diferencia de los vascos, no se autoengañaron respecto a la espiral de demencia criminal a la que les arrastraron Hirohito y su primer ministro Hideki Tojo durante la II Guerra Mundial. Quizá los ciudadanos japoneses no se merecían dos bombas atómicas. Los generales del ejército, los miembros de la Kempeitai y los del Taisei Yokusankai se merecían una docena y suerte tuvieron de que sólo les cayeran dos. Pero España no fue el Japón de la II Guerra Mundial ni siquiera durante los peores años del franquismo o de los GAL. Una bomba atómica se puede perdonar. Un atentado terrorista, jamás.]
Dice también David Rieff que al final de cualquier conflicto hay que escoger entre paz y justicia. Y añade que en el País Vasco la paz es más importante que la justicia. La frase del hijo de Susan Sontag sería impecable aplicada al caso japonés o al de la antigua Yugoslavia. Es decir al de una guerra convencional. Pero es inaplicable a ETA, única “beligerante” en un “conflicto” en el que uno de los “bandos” ha puesto las balas y el otro sólo los muertos y la ley.
Escribo “beligerante”, “conflicto” y “bandos” entre comillas porque ETA nunca ha sido un bando beligerante en un conflicto sino sólo una asociación de delincuentes.
El principal responsable del blanqueamiento del nacionalismo vasco, el caldo de cultivo de ETA, está siendo el PSE
Sorprendentemente, el principal responsable del blanqueamiento del nacionalismo vasco, el caldo de cultivo de ETA, no está siendo la izquierda radical vasca, ni la burguesía vasca de cocineros y banqueros de Neguri, esa que ha tenido en sus manos y desde el primer día la posibilidad de acabar con ETA de un plumazo, sino el Partido Socialista de Euskadi. Un PSE sin el cual las tradicionales llamadas al diálogo y la negociación serían sólo un concurso de posturas entre vascos y para vascos. Un pintoresquismo local, como el aurresku. E igual de interesante.
Que el PSE, a fin de cuentas la delegación regional de un partido que se pretende nacional, haya adoptado el discurso nacionalista vasco como propio es señal de que la justicia, la libertad y la igualdad puntúan bajo en su escala de prioridades. Pronto (al tiempo) defenderán también la inclusión en nuestros códigos civiles y penales de lo que ellos denominarán “una interpretación moderada” del islam. Hay veces en las que es mejor callar y parecer un hipócrita que hablar y despejar todas las dudas.
Lo de Podemos es otra cosa bastante más banal. El partido de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero ha llegado tarde a la tradicional alianza histórica de los partidos comunistas con los terrorismos que les caen ideológicamente cerca. Su admiración por uno de los cabecillas de la banda y por los linchadores de Alsasua sólo se explica por el sentimiento de culpa provocado por esa tardanza. “No pudimos estar ahí en los momentos álgidos del conflicto pero os recibiremos como artífices de la paz y aplaudiremos a vuestros familiares en el Congreso como jamás aplaudimos a las víctimas”. De Podemos, un partido de adolescentes de buena cuna fascinados por una violencia que no han vivido jamás en primera persona, poco más puede esperarse.
Si algo hay que reprocharle a los españoles es su simpatía por los vascos y su desprecio por los catalanes
A la kale borroka etarra, por cierto, cabe endosarle también la responsabilidad estética de jersey de punto grueso de esa izquierda regresiva encarnada en okupas, escracheros, quemacontainers, justicieros sociales, quinceemes y demás infantilismos ideológicos residuales del 36. Pocas veces la fealdad intelectual ha encajado tan perfectamente con el desprecio por la estética de sus portavoces. Lo dice todo que sea la capucha, una prenda cuya única virtud es la de cubrir la cabeza del portador para que no pueda escapar de ella ni una sola idea inteligente, el logo oficioso de su ideología.
Que la entrega de las armas era una obra de teatro entre paisanos y para consumo interno vasco es una obviedad. Como dijo Montano, fue un espectáculo digno de Gila. Si ese es todo el arsenal que le quedaba a ETA o sólo la mitad, si la banda ha ocultado parte de su armamento y escondido toneladas de explosivos, es en realidad secundario. Lo verdaderamente importante es, como dice Pilar Rodríguez Losantos, la indiferencia con la que la pantomima fue recibida hace 48 horas por todos los españoles. 120 armas o 1.200, tres toneladas o treinta o ninguna, fueron irrelevantes frente al Madrid-Atlético de Madrid del sábado por la tarde. Y esa es la prueba de la intrascendencia actual de ETA.
[Si algo hay que reprocharle a los españoles de los últimos cincuenta años es su simpatía por los vascos y su desprecio por los catalanes. Herencia, por supuesto, de esa visión romántica del vasco como luchador proletario contra el franquismo y de los catalanes como burgueses egoístas e insolidarios de morro fino. Una mentira que no ha sido capaz de desmontar ni la evidencia de que la única burguesía que ha gozado de extraordinarios privilegios fiscales en este país ha sido la vasca ni la de que los catalanes no han matado a nadie como sí lo han hecho, a dos carrillos, los vascos. Lo cual deja una segunda conclusión inquietante. Un madrileño, un andaluz o un gallego prefieren pagarle las Fantas a un nacionalista vasco que contemporiza con el terrorismo, es decir con el principal heredero ideológico del caciquismo rentista y católico español, que a un burgués catalán cuya mayor amenaza es la de que te ponga a trabajar con la barbilla levantada. Aunque también demuestra -no voy a mencionar sólo lo malo- el fracaso de ETA a la hora de asumir la representación de lo vasco y de apoderarse de los principales símbolos culturales del vasquismo.]
Lo que queda hoy de ETA son dos o tres generaciones de vascos que le regalaron la mitad de su vida a las cárceles de España
Aniquilada e infiltrada hasta el tuétano por la Guardia Civil, encarcelada casi al 100%, habiendo alcanzado el 0% de sus objetivos políticos y “auditada” por unos “artesanos de la paz” churriguerescos. Eso es lo que queda hoy de ETA. Dos o tres generaciones de vascos que le regalaron la mitad de su vida, la buena, a las cárceles de España. El único país del que van a tener jamás un DNI y al que cada año van a tener que rendir no ya las armas sino su declaración de la renta.
Y eso, tras fracasar en todo aquello que se propusieron. Ni la Baader-Meinhof, paradigma del terrorista comunista más esperpéntico y gratuito, naufragó tan miserablemente como lo ha hecho el terrorismo socialista y nacionalista vasco. Que nadie dude de que en breve los terroristas de ETA serán material de chiste para los Cassandra de turno. Están a un tris de convertirse en el Carrero Blanco del siglo XXI. Qué justicia tan poética.
Quedan 300 asesinatos por resolver y cuyos culpables no han sido condenados por ellos (aunque sí por otros crímenes). Esa es la verdadera “entrega de armas” que debería reclamársele a ETA. Ellos, a cambio de esa confesión, deberían recibir lo mejor que puede ofertarles una democracia: quimioterapia penal y fría indiferencia. Que es el tratamiento que se reserva a los cánceres y a los delincuentes.
Lo del perdón, si acaso, que se lo pidan a dios.
*** Cristian Campos es periodista.