Parece inimaginable que entre las bucólicas praderas verdes que rodean el pequeño concejo de Sotres, en Asturias, se libre una batalla por la supervivencia, pero entre las Moñas, Peña Castil, el Naranjo de Bulnes y el sinfín de riscos y picachos que resguardan y acunan el Parque Nacional de los Picos de Europa yace un cementerio a tumba abierta; un osario formado por los restos de miles de ovejas, cabras, vacas, yeguas, mastines y lobos que han perecido en una cruenta guerra trófica y cinegética. Los primeros han sido presa fácil de las dentelladas de los cánidos; los últimos, los lobos, víctimas de las balas y los venenos de unos ganaderos enfurecidos por la pérdida de reses. La merma de cabezas de ganado los impele a tomarse la justicia por su mano en casi toda la comunidad autónoma y a recuperar la figura, hoy ya extinta, del viejo alimañero. El enfrentamiento, hoy más activo que nunca, ha devenido en una batalla sin cuartel contra el animal y contra una administración que el mundo rural considera ineficiente, injusta y "limosnera".
El epítome de la trifulca se dio en Ponga el pasado 28 de abril, cuando dos cabezas decapitadas de lobos aparecieron en la sede del ayuntamiento mientras el presidente autonómico asturiano, el socialista Adrián Barbón, iba a reunirse en Consejo de Gobierno en la capital pongueta, San Juan de Beleño. ¿Quién los mató? Nadie lo sabe. "Y mejor no saberlo", susurran en los pueblos aledaños. El mensaje, empero, no pudo ser más claro: el lobo es uno de los grandes enemigos de los ganaderos en la cordillera cantábrica y algunos, pocos pero activos, están dispuestos a cruzar cualquier línea roja si no se toman medidas urgentes para mantenerlo a raya, aunque hacerlo suponga enfrentarse a multas de hasta 2 millones de euros y dos años de prisión. Entre los vecinos de los pueblos colindantes se comenta como un perverso chascarrillo que "matar a tiros a un guarda del parque nacional saldría más barato que disparar a un lobo".
El mundo rural y el urbano parecen haberse sumido en una irreconciliable contienda en la que todas las partes se mantienen enrocadas en sus reclamos. Una situación de tensión latente que ha llegado hasta a enturbiar la campaña electoral del 28 de mayo en la región. La alcaldesa de Ponga, Marta Alonso, del PSOE, ha recibido amenazas de muerte. "No te preocupes, que iremos un grupo de personas y habrá asesinatos, pero no de lobos". Fueron las palabras que le espetó una mujer en una llamada telefónica a su número privado. La edil, que denunció los hechos en el cuartel de la Guardia Civil de Cangas de Onís, señaló que lo inquietante de aquella amenaza es que no provenía de ganaderos despechados, los mismos que, se especula, pudieron colocar las cabezas en la escalinata del ayuntamiento para llamar la atención, sino de "personas cercanas al pensamiento ecologista".
El razonamiento detrás de la intimidación es sencilla: Alonso, al igual que tantos otros paisanos que llevan el territorio en su sangre, se desmarcó del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico y reclamó que el lobo fuera eliminado del Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE), en el que entró en 2021. De retirarse su protección total, las administraciones locales podrían volver a regular su población de forma legal. Es decir, lo que piden los ganaderos es que Asturias, Cantabria, Galicia, Castilla y León y cualquier otra comunidad autónoma pueda tener la potestad, a través de sus gobiernos autonómicos, de controlar las poblaciones de lobos, tal y como se hacía hasta 2021.
"Debemos entender que en Asturias, en el campo en general, existe una verdadera guerra entre el mundo rural y el pensamiento urbanita dominante", sentencia Xuan Valladares, portavoz de Asturias Ganadera y doctor en Ecología Humana, uno de los máximos representantes del movimiento que reivindica la caza del lobo. "Lo primero que hay que hacer es sacarlo del LESPRE. Después, entender que en la ecuación para controlar la especie no hay más remedio que eliminar algunos. El buenismo no vale. El único equilibrio posible entre dos depredadores es a hostias".
Hasta la inclusión del lobo en el listado de especies protegidas, cada comunidad autónoma tenía un protocolo distinto para mantener controlada su proliferación. Aquellas en la que existía una escasez del animal, como Ávila, tenían prohibido su caza. Generalmente no se podía matar al animal en los territorios al sur del Duero. Al norte, no obstante, dada su continuidad poblacional, era permisible abatirlo. En Castilla y León, por ejemplo, figuraba como 'fauna cinegética' y las consejerías publicaban unos cupos anuales de caza.
"En el caso de Asturias teníamos una catalogación especial: no figuraba como especie cinegética pero sí existía un Plan de Gestión del Lobo a través del cual se mantenía a la especie controlada para tener a los ganaderos contentos. No funcionaba demasiado bien, porque los controles eran ineficientes y se actuaba tarde, pero al menos ese plan hizo que en las zonas de mayor incompatibilidad, como esta parte del Cuera, fuese considerada 'libre de lobos'". Sin embargo, en 2021 el MITECO aprobó una propuesta de la Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico (ASCEL) en la que pedía la inclusión de todas las poblaciones del Canis lupus presentes en España en la categoría de especies "vulnerables".
El experimento de los 'indios'
Valladares maneja los datos y las fechas con sorprendente habilidad. Es un tipo peculiar. Luce un enorme sombrero de cuero marrón bajo el cual brillan unos inteligentes ojos azules. Su pelo y barba blancas le otorgan una actitud de sabia solemnidad. Este conservacionista, ganadero y doctor por la Universidad Autónoma de Madrid, que también fue uno de los protagonistas del documental de Álex Galán Salvajes. El cuento del lobo, llegó a promover en los albores de Podemos un Círculo de Agroganadería con productores rurales como participantes, pero fue frenado por otros círculos urbanos, desde donde se impuso decidir por el campo desde la ciudad.
Sin embargo, a pesar de ser conservacionista y de haber comenzado su andadura como ganadero con los principios académicos del conservacionismo urbano, hoy se ha erigido en el máximo azote del lobo. "Cuando vives en el monte eres fauna del lugar", responde al preguntarle por esta ambivalencia. "Queremos que nos traten así. Yo soy una persona con sensibilidad, pero llevo el territorio en la sangre. Donde hay lobo, hay que darle caña, porque así va a buscarse la vida a otro lado".
El miembro de Asturias Ganadera pone como ejemplo de "dar cera" un experimento ilegal que varios ganaderos están llevando a cabo en un concejo asturiano, pero lo cuenta con la condición de que este diario no revele ni el lugar ni los nombres de los implicados, a los que EL ESPAÑOL | Porfolio ha tenido acceso. "En estos montes la gente no se ha desempoderado. La guardería local está medio ganada y medio amedrentada", explica una fuente anónima.
A estos ganaderos se los conoce popularmente como 'indios', en referencia a los indígenas americanos, por el ímpetu con el que defienden sus tierras. Si bien los antiguos indios se defendían de la expansión de los colonizadores blancos, los 'indios astures' contemporáneos tratan de evitar que las ciudades les digan lo que tienen que hacer. Ellos saben que en su territorio hay tres manadas de lobos, pero nunca suben a exterminarlos. Conviven con ellos, manteniendo relación tensa, pero cordial. Sin embargo, de vez en cuando, alguno de los animales decide romper la tregua y bajar de las cotas altas para devorar al ganado y matar o espantar a algunas de las reses.
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"Al mínimo que hay un daño, se les dice a los guardas que se marchen, y esa misma noche se va al monte a disparar al primer lobo que aparece. Los animales, al ser un castigo inmediato, asocian el haber bajado a la braña con ser penalizados. Los controles, cuando son inmediatos, funcionan. Es menos importante castigar al que lo hizo como que el resto de lobos del entorno sean conscientes de las represalias. Ellos saben lo que ocurre. Son listos. Y las otras manadas son conscientes de que otros mataron allí y fueron penalizados. Si actúas inmediatamente, las manadas asocian el ataque con el miedo a represalias, y entonces se distancia el tiempo en el que atacan".
"Imagínate que hay una cuarta manada", continúa. "Esta no cabe en los montes, porque los lobos son territoriales. Necesariamente, se van a arrimar a zonas más humanizadas. Pero allí no caben porque su dieta es el ganado. ¿Qué hacemos? ¿Les tiramos bolitas de plástico? Podemos jugar a eso de las bolitas con las otras tres manadas para mantenerlas a raya, pero no en este caso. Esa cuarta manada no cabe en estos montes". El experimento, polémico, ilegal, potencialmente denunciable en caso de que las autoridades encuentren a los implicados, dicen, está funcionando.
La clave de esta iniciativa, argumenta Valladares, está en la inmediatez. "Mi solución, y puede que sea muy bestia, es que se empodere a la gente. Nos tratan como a niños. ¿Por qué debe actuar la guardería? ¿Qué problema habría si los cazadores locales entrasen en la fórmula? Sé que esas cosas repugnan a las sensibilidades que dominan actualmente, pero sería lo más eficaz".
Cuántos lobos hay... y qué valor tienen
El problema actual parte de que las cifras oficiales de lobos en España datan de 2014, un retraso de diez años que no ha hecho sino incrementar la tensión entre los ganaderos y los ecologistas, que se acusan mutuamente de inflar o desinflar las cifras a gusto de su argumentario. En todo el país habría, según los datos de entonces, entre 1.500 y 2.000 ejemplares de lobo divididos en, al menos, 300 manadas.
Son muchos menos que los 400 ejemplares, que no manadas, que sumaba Suecia el año pasado, y que llevaron al gobierno del liberal-conservador Ulf Kristersson a dar la orden de abatir 75 lobos para evitar daños en la economía ganadera, o los poco más de 900 que tenía Francia, de los cuales 174 –el 19%– fueron cazados por orden del ministerio de Transición Ambiental y Agricultura de Emmanuel Macron con el mismo objetivo. Hoy, según las estadísticas más comedidas, la cifra de manadas de lobos podría ascender a 400 en España. Teniendo en cuenta que cada una tiene entre 5 y 8 lobos, podríamos hablar de entre 2.000 y 3.000 ejemplares, aunque algunas asociaciones ganaderas ofrecen cifras mucho más infladas.
De lo que sí hay estadísticas, aunque parciales, es de los ataques. En 2019 se habrían producido 22.617 incidentes con lobos en España, de los cuales 18.000, más de un 80%, fueron sólo en Asturias, Cantabria, Castilla y León y Galicia. En 2022, después de que el lobo fuese introducido en el LESPRE, sólo en Cantabria hubo 2.436 animales muertos por ataques de lobo, más de 1.000 respecto a 2022 y 1.500 extra en comparación con 2020, el último año en el que se permitió el control selectivo del lobo. En Castilla y León se batió por primera vez el récord de bajas de ganado por ataques de lobo, llegando a 5.000. Sin embargo, en Asturias, a pesar de la crítica de los ganaderos, el año pasado bajaron las reses asesinadas.
"Tenemos un problema fundamental, que es la ausencia de datos sobre la realidad a la que nos enfrentamos", confesó el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, durante su visita a Asturias en febrero de este año. Y, según Luis Suárez, coordinador de conservación de la oenegé WWF, ese es uno de los grandes puntos de fricción. No hay un conteo ni de las manadas reales de lobos ni de los daños totales.
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"El último censo nacional es muy controvertido, porque ni siquiera fue un censo nacional, sino la suma de los trabajos hechos por las diferentes comunidades autónomas en distintos momentos y con una metodología que se ajustó después", explica Suárez. "No tenemos un dato actualizado, y además es difícil censar lobos. La metodología más precisa es a través de detectar las manadas y hacer una estimación, pero dar una cifra hoy sería aventurarse demasiado", reconoce.
Suárez comprende la frustración de los paisanos asturianos. Es consciente de que el hartazgo del campo ha llevado a muchos ganaderos a meter en el mismo saco a todas las organizaciones conservacionistas, pero pide que se les escuche. "Hay gente muy agraviada que piensa que no se les toma en cuenta. Falta diálogo; sentarnos todos en la mesa a escuchar y debatir. Es un tema que se polariza y se politiza con intencionalidad. El mundo rural tiene una sensación de abandono. Se enfrenta a trabas económicas y burocráticas y lo del lobo ha sido la guinda del pastel".
No obstante, Suárez defiende que la solución no pasa por controlar la población de cánidos. "No es tan fácil como simplemente matarlos y acabar con el problema. En los últimos años se los cazaba en toda España y los problemas seguían ahí". El experto recuerda que las cabezas que aparecieron en el ayuntamiento de Ponga no han sido las únicas: ya en años previos a la inclusión del lobo en el LESPRE aparecieron restos de lobos colgados de señales de tráfico e incluso cuerpos decapitados en el interior de los coches de los guardas de los parques nacionales.
"Existe una presión enorme por parte de un sector que cree que la violencia es la única vía, y practica entonces una suerte de chantaje. 'O aceptáis que matemos lobos o lo vamos a hacer igualmente de forma ilegal'. Y, por ahí, no podemos pasar. Hay una normativa que respetar, a la que se ha llegado a través de un proceso legal. Quien no está de acuerdo ya lo ha recurrido a los tribunales, y estos decidirán. El chantaje y la violencia no son aceptables. El problema no se resuelve matando lobos, sino apostando por la ganadería extensiva, una gestión de la convivencia y una compensación justa de los daños".
Existen dos posibles soluciones al conflicto, pero ninguna convence a los agonistas que disputan esta contienda. La primera, ofrecida por las asociaciones ecologistas, consiste en aumentar la inversión por parte de las administraciones: destinar más millones en la prevención de daños y mejorar, de forma exponencial, las ayudas que se dan a los ganaderos que pierden reses por ataques de lobos. Vallados fijos o móviles, cercados eléctricos, contratar a pastores tradicionales, aumentar la presencia de mastines, molestar a los lobos a través de ruidos: son algunas de las numerosas propuestas lanzadas por asociaciones como WWF.
Sin embargo, Valladares considera que estas medidas pueden ser útiles parcialmente en orografías como la castellanoleonesa, siempre combinada con los controles. Después, hay zonas con una elevadísima incompatibilidad, como la cara norte de Picos de Europa, donde no hay alternativas tróficas para los lobos, el terreno es demasiado escarpado para que los perros controlen al ganado y las nieblas son frecuentes.
"Cada monte es un mundo, pero en el conjunto es inevitable entender que los controles letales son imprescindibles. Las medidas que proponen para la compatibilización en las ganaderías estantes-extensivas son adecuadas. Perfecto. Pero ¿qué vas a hacer en las 6.000 hectáreas de El Cuera? En nuestros montes no vale. El pastoreo es, y ha sido, siempre una ciencia"
P.– Una de las principales propuestas consiste en aumentar el número de mastines. ¿Es una solución?
VALLADARES.– Que a una cultura milenaria nos vengan a decir cómo se usa un mastín... nos resulta ofensivo. Si sigue habiendo ataques es porque no funciona. El relieve que tenemos hace que el mastín no tenga visibilidad. Cada 100 metros hay un agujero. Un rebaño está desperdigado y no hay visibilidad. Segundo factor: hablamos de que muchas veces tenemos rebaños pequeños, y el número de mastines es proporcional al número de reses. Si tienes 200 ovejas y un mastín y hay una manada de lobos... se comen al mastín. Necesitas 5 mastines. Pero ¿cómo vas a mantener cinco animales para 200 ovejas, si te cuesta más alimentarlos que lo que te queda para comer?
P.– Desde que el lobo está en el LESPRE es lógico pensar que sus manadas se duplicarán. ¿Esto tiene alguna utilidad o sólo es contraproducente?
SUÁREZ.– La ecología nos da la respuesta. Los predadores nunca van a tener un número infinito, porque se regulan por la propia disponibilidad de alimento que tienen en el medio. La naturaleza es estable y lineal. Hay momentos de crecimiento y de decrecimiento. En algunas zonas hay manadas de lobo con tanta densidad que empiezan a tener problemas de salud. Y sobre su valor en los ecosistemas... claro que lo tiene. Lo principal que hace es regular a los ungulados salvajes (ciervos, corzos, jabalíes); regular enfermedades que puedan tener las poblaciones salvajes, porque muchas veces matan animales enfermos. También vas a tener menos animales salvajes que compitan por los pastos de las zonas de montaña.
P.– Da la sensación de que hay cierto enrocamiento en la postura ganadera. ¿No hay forma de compatibilizar ambas ideas?
VALLADARES.– Creo que es lícito, como conservacionista, buscar cómo compatibilizarlo al máximo, pero siempre va a depender de la zona. La convivencia es imposible en zonas tan ganaderas. Hay 200 corzos, y una manada de lobos no puede basar su dieta en únicamente en animales salvajes, así que va a ir siempre a los domésticos. Hay zonas de Asturias donde los ecosistemas permiten que haya lobos y ganado. Perfecto. Que así sea. Puede estar protegido en las zonas en las que cabe, aunque sea un marrón para los ganaderos. Pero en el norte de los Picos de Europa, como en El Cuera, echamos 10.000 animales al monte, y la convivencia es imposible.
P.– El principal reclamo del campo es que se paguen las compensaciones por las pérdidas a tiempo. Y que las sumas sean dignas, no mera 'limosna'.
SUÁREZ.– Efectivamente. Una de las cosas que siempre hemos defendido, y en la que damos la razón a los ganaderos, es en que no se debe tener en cuenta sólo el valor de tasación de un animal, sino el lucro cesante, la inversión que se ha hecho en calidad, como la mejora genética de la raza, o el potencial que tiene de reproducción. La compensación debe ser justa y rápida. Pero, insisto: hay que invertir en prevención. Si el ganadero tiene un número de pérdidas al año, estas deben estar bien compensadas.
Pirómanos, lobicidas, catetos, asesinos
Más allá de los As Bestas particulares que se pergeñan y cocinan a fuego lento en el hermético mundo rural, lo cierto es que la proliferación de lobos en el norte de España está suponiendo un calvario para muchos negocios y familias ganaderas. No es el único problema, pero sí la guinda de un pastel envenenado cuyos pérfidos ingredientes se suman y multiplican desde hace décadas:
La despoblación rural; los precios bajos a los que pagan su carne y su leche; las políticas agrarias comunes; los cuestionables criterios que se siguen para certificar que los animales han muerto por dentelladas de lobo; la extrema burocracia a la que les somete una administración oficinesca para recibir ayudas mal y tarde; o, peor aún, los efectos que causa sobre su territorio un cambio climático que se gesta, precisamente, en las grandes ciudades. Y, lo que más les duele, sostienen todas las fuentes consultadas, es que sobre ellos pese al estigma de que son unos "pirómanos, lobicidas, catetos, salvajes y asesinos", en parte por culpa de la mala prensa.
Jessica López, presidenta de la Denominación de Origen Protegida (DOP) Cabrales y responsable de la Quesería Main, en Sotres, es rotunda: "Muchos vienen de la ciudad y nos dicen que pongamos más medidas. Mastines, vallados, que esté 24 horas pegada a las cabras. Yo las tengo hasta geolocalizadas y controladas por una app. Pero también tengo que hacer el queso, llevarlo a las cuevas, algunas de las cuales están a hora y media en mulo y con mochilas; ir al médico, a comprar y, básicamente, tener algo de tiempo para vivir. Lo que más me enfada es que jamás he visto aquí a una asociación ecologista. Los invito a venir y a convivir una semana con nosotros".
Ella ha perdido numerosas reses. Gran parte de su negocio se sostiene sobre los beneficios que le dan a él y a su marido la leche de sus 70 cabras. Pero en los últimos años ha perdido más de treinta por ataques de lobo. Si cada ejemplar puede darle dos litros de leche al día durante siete meses, y uno de sus deliciosos quesos necesita, por lo menos, cinco litros, el rendimiento de una cabra suma miles de euros anuales sólo en la producción de queso.
Eso sin contar que las cabras pueden venderse para consumo humano –el famoso cabrito de los Picos de Europa– o para la cría y reproducción. Su valor potencial es incalculable, pero la compensación por daños si las mata un lobo es de sólo ochenta euros. "Y luego hay valores que no se calculan: el estrés, los abortos o que se les corta la leche. Ochenta euros son limosna. Por eso en mi vida he cobrado subvenciones. Me niego. Tampoco declaro ya mis bajas por animales muertos".
Sotres y Tresviso están afectadas por la presencia de lobos, pero también Llanes, la zona norte del Cuera y hasta las zonas limítrofes con el mar y Oviedo, en muchas de las cuales, históricamente, no había presencia del can. "Ahora los tenemos aquí. Crían en estas montañas. En primavera los lobeznos tienen que comer y las madres cazan a diario. Lo que más comen son ovejas y cabras, pero ahora también terneros. Han matado yeguas, mastines y caballos, que son como mascotas. ¿Sabes lo que duele perder a un animal que has criado durante tantos años? La última vez que nos atacaron tuvimos ocho bajas. Se comieron una cabra y dejaron las otras siete para los buitres. Si yo mañana encuentro a uno de mis perros destripados... lo primero que quiero hacer es coger el rifle. Vendería mis cabras y me marcharía".
Además, Jessica López recuerda que la alcaldesa socialista de Ponga, Marta Alonso, no ha sido la única en recibir amenazas del sector animalista por su postura en torno al lobo. La popular quesera sotriana también se ha enfrentado a intimidaciones que han cruzado todas las líneas éticas, lo que incluye un amenazante 'os vamos a matar'. "Hemos puesto denuncias contra algunos grupos ecologistas que nos han criminalizado. La última, contra Podemos Asturias, que elaboró una pancarta en la que decían que el queso cabrales y el gamoneu estaban hechos con sangre de lobo".
Kaelia Cotera, una popular ganadera de Tresviso, quien gestiona junto a su marido, Abel, la ganadería Cambureru, también ha recibido todo tipo de presiones de los animalistas radicales. "Tratan de boicotear nuestros productos, nuestros quesos y nuestras carnes. Recibes mensajes privados insultándote, diciéndote que ojalá se mueran tus hijos; escriben malas reseñas en tu restaurante para hundirte el negocio. Hacen piña, ponen tu nombre, capturas con tu rostro y con tu negocio y te señalan. Es un acoso sistemático".
Cotera asegura que parte del problema radica no sólo en el lobo, sino en la propia política, que instrumentaliza las necesidades de la gente de campo y no cumple sus promesas electorales. "Ahora mismo la idea clave de los partidos políticos es 'la gestión del lobo'. ¿Por qué no lo han hecho en su momento? ¿Por qué cuatro años después, en elecciones, sí que les interesa hablar de ello? Ninguno, absolutamente ninguno, da igual el color, ha hecho nada en este tiempo. Pero ahora se acuerdan porque saben que pueden sacar beneficios del dolor de los ganaderos".
Ella reconoce a EL ESPAÑOL | Porfolio que algunos de sus compañeros, como aquellos que decapitaron a los lobos y los lanzaron en la escalinata del ayuntamiento de Ponga, o incluso los 'indios' que se toman la justicia por su mano, muchas veces hacen un flaco favor a su causa. "Hay gente que es mejor que no hable porque sube el pan. La han liado muy gorda. Y luego también hay ecologistas extremistas. Lo que pasa es que sólo escuchamos los extremos. El centro no le interesa a nadie. O eres un asesino o un animalista radical. Pero también estaba Félix Rodríguez de la Fuente, que siempre aseguró que donde había ganadería no podía haber lobos".
[Odile, la Hija de Félix Rodríguez de la Fuente, en Defensa de los Ganaderos: "No Estáis Solos"]
La solución, sugiere, no pasa por armar a los ganaderos, ni mucho menos por erradicar al lobo. Ni siquiera, como sostiene Valladares, "darse hostias" contra el animal. Lo único que quieren la mayoría de habitantes de los Picos de Europa es que se controle al lobo a través de las administraciones. Que los propios guardas del parque natural y de las zonas más afectadas de Asturias y Cantabria puedan reducir las poblaciones del cánido cuando estas afectan a los negocios locales. O que, a lo sumo, las compensaciones sean verdaderamente ejemplares. La pelota está en el tejado de los políticos.
Las leyendas populares hablan de niños que fueron al cobertizo y desaparecieron sin dejar rastro, hombres que pastoreaban a sus cabras y cuyos huesos fueron encontrados años después; ojos que acechan en la niebla y provocan los lamentos desesperados de los perros; aullidos que se amplifican con el eco del sonido que reverbera entre los macizos en las noches de invierno.
Puede que en estos relatos se mezcle ficción y realidad, pero lo cierto es que los ganaderos asturianos se sienten amenazados y desamparados, humillados y ofendidos, lo que ha despertado su frustración, su rabia y su ira. Gota a gota, el vaso está a punto de colmar. Y más allá de que sus propuestas puedan parecer radicales a ojos de las ciudades, si el Gobierno y las administraciones locales no escuchan sus reclamos y ofrecen soluciones inmediatas, las cosas, advierten, "se van a poner muy feas".