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La noche del 10 al 11 de abril de 2017, Pablo Escribá apenas había dormido. Ese día, previo a la Semana Santa de aquel año, la empresa de la que es principal accionista, entonces llamada Lipopharma, se presentaba a una competitiva financiación de la Unión Europea, el programa Horizon 2020. Aspiraba a conseguir dinero para llevar a cabo un ensayo clínico y probar en un número sustancial de pacientes si el principio activo que había patentado más de una década antes mejoraba la supervivencia de uno de los tipos de cáncer más crueles y con menos opciones terapéuticas: el glioma maligno, un tumor cerebral afortunadamente poco frecuente.
El 11 de abril, recuerda Escribá más de cuatro años después, llegó a las instalaciones en Parc Bit -un parque tecnológico cercano a la Universidad de las Islas Baleares (UIB) donde era catedrático, para "terminar de subir la documentación necesaria" para conseguir ganar esa especie de concurso. La Unión Europea tenía 65 millones de euros que podía destinar a la investigación de nuevas terapias de enfermedades raras. El pastel se lo repartirían entre 11 afortunados de todo el continente; se habían presentado 668 candidatos.
Esa misma tarde, el catedrático Escribá -que entonces ejercía como profesor en la UIB y sólo participaba en la empresa que había creado años antes como investigador y accionista- viajaba a Valencia a ver a su madre, "que era mayor". Pero antes pasaría por casa y, como siempre, después de aparcar, se tomaría un café en su bar habitual.
Allí, tras servirle lo de siempre, el camarero -también el de siempre- le espetó una frase sin duda inusual: "Pensé que estarías en la cárcel", le soltó. De fondo, la televisión y un programa matinal de Antena 3. En pantalla, la fotografía de Pablo Escribá, según las noticias alguien que había estafado a decenas de enfermos vendiendo un "falso medicamento" a pacientes de cáncer desesperados.
#FraudeMédicoEP Primicia. Les mostramos las caras de los científicos detenidos por la estafa del Minerval. Prometían curar el cáncer pic.twitter.com/BnYmrniwII
— Espejo Público (@EspejoPublico) April 12, 2017
Noviembre de 2021. Pablo Escribá acude a las instalaciones de su empresa para hablar con EL ESPAÑOL | Porfolio. Llega algo tarde, por un resfriado que ha estado a punto de dejarle en la cama y lanza un ruego que sabe que no será escuchado: "Preferiría no recordar aquello". Cuatro años después de aquella Semana Santa fatídica, Lipopharma se llama Laminar y lo que no sólo los medios de comunicación sino, más importante, la Policía Nacional denominó "falso medicamento" acaba de conseguir el estatus de "orphan drug" por la todopoderosa FDA, el organismo que regula fármacos y alimentos en EEUU. Entonces se llamaba Minerval, hoy LAM561.
"Medicamento huérfano es una mala traducción", cuenta días después por teléfono a esta revista el también catedrático de la UIB Xavier Busquets: "Sería más adecuado 'fármaco para enfermedades raras'; las que se conocen como huérfanas porque, al afectar a un número pequeño de personas, apenas se benefician de la investigación de las grandes empresas farmacéuticas".
El fármaco ha conseguido el estatus de 'orphan drug' por parte de la FDA, el organismo regulador de medicamentos en EEUU.
Es una gran noticia para la pequeña biotecnológica, pero no la única en este otoño. En la cuarta ronda de financiación crowdfunding lanzada para inversores, acaba de conseguir un millón y medio de euros. Más de 500 personas y empresas han expresado su confianza apoyando económicamente el proyecto. El objetivo: que su fármaco Lam561 llegue a aprobarse y sea una nueva opción terapéutica para los afectados por glioma. Dos ensayos clínicos simultáneos -que se suman a tres ya concluidos- están probándolo actualmente en pacientes de zona EMA, en un ensayo clínico de fase II/III (la penúltima antes de la aprobación) en el que participarán 180 afectados por glioblastoma primario y multiforme.
El comunicado que en abril de 2017 sacó la Policía Nacional y que llevaba por título Detenidas cinco personas que estafaron más de 600.000 euros con la venta de un falso medicamento para curar el cáncer presentaba errores de base. El más grave, no se trataba de un falso fármaco, como el tiempo ha demostrado, pero como ya se sabía también en aquel momento. El segundo, ni Escribá ni las otras cuatro personas que mencionan -una de ellas Busquets- fueron detenidos, sino llamados a declarar.
"Cuando llegué a casa, mi mujer me dijo que no me fuera a Valencia, pero yo quise ir, fue la última vez que vi a mi madre, que murió pocos meses después. Allí, en su casa, vimos juntos los telediarios, pero ella nunca dudó de mí", recuerda Escribá.
La denuncia de la oncóloga
Explicar lo que pasó aquel 2017 no es sencillo. Lo que la policía declaró en su comunicado sí tenía algo de verdad y detrás había una denuncia oficial, cursada por la oncóloga Josefa Terrassa, oncóloga del Hospital Universitario Son Espases. Este medio ha intentado ponerse en contacto con ella sin éxito para recabar su visión de la historia cuatro años después. En su día, sí fue tajante al hablar con EL ESPAÑOL: "Lo que sí sé es que he buscado toda la información necesaria para valorar que este producto, porque ni siquiera lo puedo llamar fármaco, no sirve para esto; para esto no hay absolutamente nada".
Terrassa contó también entonces que diez años antes de la denuncia ya escuchó hablar del producto en una sesión clínica en su hospital y pensó que lo que entonces estaba en las fases más básicas de la investigación no tenía ningún futuro. Por esta razón, se alarmó cuando llegaron a su consulta pacientes que lo estaban tomando. ¿Cómo podía ser que tomaran un medicamento que ni siquiera había llegado a las fases más avanzadas de investigación clínica? Lo peor y lo que se supone que alarmó a las autoridades, era que esos enfermos habían tomado el fármaco pagando, no en el contexto de ningún ensayo clínico.
Para entender este embrollo hay que retroceder todavía más en el tiempo y en el espacio. En concreto, a 1998, cuando un recién doctorado Escribá acudió a un congreso de su especialidad en Chester (Reino Unido) y se encontró en un catálogo en la revista Cal Biochem unos análogos del ácido hidroxilado, unas moléculas que le resultaron interesantes para investigar, por su potencial anticancerígeno y, sobre todo, poco tóxico. Empezó la investigación en 1999 en líneas celulares y ésta llegó a humanos en 2012, cinco años antes del escándalo Minerval.
Entre medias, la Universidad en la que Escribá ha desarrollado gran parte de su carrera profesional -estuvo varios años en EEUU- adquirió la patente de las moléculas que el investigador había identificado como prometedoras en aquel catálogo. Una de ellas, 2-OHOA, fue bautizada por el científico como Minerval, una licencia poética de su descubridor, ya que a los medicamentos no se les suele poner nombre hasta que están autorizados como tales.
Pero este principio activo, que todavía no está aprobado como medicamento y tampoco lo estaba por lo tanto entonces, sí estaba autorizado por las autoridades sanitarias europeas como nutracéutico o complemento alimenticio.
Complemento alimenticio
El director de Operaciones Clínicas de Laminar, Adrian McNichol, lo explica con una analogía. "Es como si alguien estudiara el aceite de oliva como medicamento; aunque tendría que pasar por todas las fases de investigación de un fármaco, eso no impediría que la gente siguiera consumiéndolo como alimento".
De hecho, otros grupos de investigación estudian la molécula como nutracéutico en otras indicaciones que la que tienen ellos patentada. Investigadores españoles, sin ir más lejos, publicaron recientemente en ratones que la suplementación con 2-OHOA mejoraba la salud de ratones obesos.
Llegada a los pacientes
Así, años antes de que el caso llegara a las autoridades, varios pacientes de cáncer de Baleares empiezan a escuchar que investigadores de su comunidad han localizado una molécula prometedora que están estudiando como fármaco y se enteran de que el principio activo de ese medicamento se puede adquirir como nutracéutico y que la mejor manera de hacerlo es a través de los propios investigadores, al menos hasta 2016, cuando una empresa ya extinta -Bega Pharmaceuticals- empezó a comercializarlo directamente.
Según la versión de Escribá, le empezaron a llegar peticiones para probar el principio activo en su versión "complemento alimenticio", un producto que no se podía adquirir en los supermercados, ya que sólo se vendía para investigación. "Eran peticiones desesperadas, a menudo para pacientes a los que les habían dado semanas de vida", enfatiza. Su colega Xavier Busquets, también catedrático en la UIB y participante activo en las investigaciones de la molécula, también las recibió. En muchos casos, según señala, de médicos locales que lo pedían para sus pacientes.
"Eran peticiones desesperadas, a menudo para pacientes a los que le habían dado semanas de vida"
Ante esas peticiones, hubo dos tipos de reacciones. Xavier Busquets explica a esta revista que él les derivaba a los hospitales que participaban en el ensayo clínico que estaba entonces en marcha. Escribá, por su parte, les ayudaba a conseguir el nutracéutico. Es algo que no negó entonces y no niega hoy y que no es ilegal.
Él, recuerda ahora tal y como declaró en el juicio, siempre les explicaba la realidad: que no estaba aprobado como medicamento y que la decisión final era suya. "Yo nunca se lo ofrecí a nadie, sólo atendí a quienes me buscaron", afirma.
El juez de instrucción 9 de Palma, Enrique Morell, desestimó el caso en septiembre de ese mismo año, aunque la Fiscalía recurrió el auto de sobreseimiento. Ya no eran cinco los acusados, sino uno: Pablo Escribá. El caso se archivó definitivamente un año después de su inicio, en abril de 2018.
Ese año fue un infierno para el catedrático. "Recibía correos electrónicos que me deseaban la muerte por cáncer a mí y a mi familia y otros llamándome sinvergüenza; de los pacientes, eso sí, sólo agradecimiento y cariño, como también de mi departamento en la universidad", recuerda.
Desde el primer momento, el investigador mantuvo su discurso: lo único que había hecho era intentar ayudar a pacientes desesperados. "¿Qué hubieras hecho tú?", dice en forma de pregunta retórica. Y duda antes de contestar si lo volvería a hacer hoy en día: "Ya los pacientes no me buscan", escapa.
Pero, ¿se puede adquirir el nutracéutico a día de hoy, alguna empresa lo comercializa? "Hasta hace un mes sé que una lo hacía, pero prefieren no decirlo". "A mí nadie me ha vuelto a contactar", reitera.
La UIB decidió suspender de forma cautelar la docencia de Escribá y de Busquets durante el primer cuatrimestre del curso 2017-2018. Ambos profesores recuerdan esa etapa como una pesadilla. Sin embargo, Busquets -el que les decía "no" a los pacientes que se le acercaban- no sólo no guarda rencor a Escribá, sino que afirma con rotundidad: "Estoy seguro de que lo hacía 100% para ayudar". Él es uno de los pequeños accionistas de Laminar, de la que posee un 1,5%.
Carmen Balaña, oncóloga e investigadora del Instituto Catalán de Oncología, asesoró a Lipopharma en el diseño de su ensayo clínico IB -previo al actual y que demostró la seguridad del fármaco en un grupo reducido de pacientes- y presentó sus resultados en un reciente congreso europeo de cáncer. Aunque cree que Laminar sigue una "línea de investigación científicamente perfecta", explica a EL ESPAÑOL | Porfolio que cree que "en las primeras fases hubo escape de información al público de manera demasiado precoz". ¿Respecto a la situación actual? "Lo hicieron bien, la empresa se podía haber hundido", añade.
La pesadilla no ha terminado del todo para Escribá. Aunque que el dinero de los pacientes era enviado a la compañía que fabricaba el nutracéutico y cubría exactamente su coste, la Consejería de Salud de las Islas Baleares inició en enero de 2019 un expediente administrativo por presunta "venta de un fármaco no autorizado" por la AEMPS, que concluyó con una sanción de 600.000 euros para Escribá que éste ha recurrido. Su argumento: él no vendió nada, sino que fue intermediario sin ánimo de lucro en la compra-venta de un complemento alimenticio autorizado. La Consejería ha declinado comentar el caso para este medio
Las buenas noticias
Mientras Busquets, Escribá y las otras tres personas acusadas inicialmente eran señaladas por los medios de comunicación como estafadores que vendían "agua con aceite a enfermos de cáncer desahuciados", el fármaco a partir del 2-OHOA seguía su camino para convertirse en una opción real -sí, como medicamento- para los pacientes de uno de los tumores más letales.
En septiembre de ese mismo (2017)-y después, eso sí, de una auditoría- la Unión Europea concedía nada menos que seis millones de euros a Lipopharma para poner en marcha un ensayo clínico en fase II/III. Un trabajo que está en marcha en la actualidad y en el que participan varios hospitales punteros españoles y europeos, como el Gustave Roussy de Rennes (Francia) o el Hospital Vall d'Hebron en Barcelona.
Sin embargo, el escándalo también afectó negativamente a la compañía. Escribá, que disfruta desde este año de una excedencia parcial en la UIB -sólo da algunas clases- y es el actual CEO de Laminar, explica a EL ESPAÑOL | Porfolio que un inversor estadounidense iba a aportar a la empresa 20 millones de dólares cuando saltó el escándalo y se echó para atrás.
Pero se sobrepusieron a ese traspiés y han ido llegando las buenas noticias económicas -aunque aun necesitan alrededor de 25 millones de euros- y la designación de la FDA como medicamento para enfermedades raras, que supone, según nos explican, poder alargar la patente en el caso de que el fármaco se apruebe y, sobre todo, un asesoramiento para que este proceso y los ensayos previos vayan más rápido.
La empresa cambio de nombre para dejar atrás los malos momentos y el Minerval dejó también de llamarse así. Ahora todavía no tiene nombre comercial -porque aún no se ha comercializado- pero sí uno que usan en los ensayos clínicos, LAM561.
En un pequeño estante que hay nada más entrar en sus modestas instalaciones, llama la atención la presencia de una campana. "¿Para qué es?", preguntamos. Y no dudan un minuto en contestar: "La tocamos cuando hay buenas noticias, la última vez ayer [cuando se cerró la última ronda de financiación por crowdfunding]".
Actualmente queda parte del equipo que estaba entonces. Un ejemplo es el de la directora de I+D, Paula Fernández, que reconoce que en aquellos tiempos temió por su futuro laboral y le indignó escuchar, sobre todo, cómo denominaban al producto que había estudiado horas en el laboratorio "falso medicamento".
Pero también hay gente nueva y entusiasta, como el director de Operaciones Clínicas McNichol, que en 2017 era investigador en el Hospital de La Princesa de Madrid y que recuerda que asistió a las noticias sobre la empresa con un "sesgo de negatividad". "Lo esperable es pensar que se ha hecho algo mal si se lee esto", señala.
Cuando dos años después del escándalo un headhunter se puso en contacto con él para entrar a formar parte de Laminar tuvo dudas. "Hubo varias reuniones donde pedí que se clarificara lo que había pasado", recuerda. Pero lo que escuchó le convenció.
También se incorporó con posterioridad al escándalo el actual director financiero (CFO) de la biotecnológica, David Roberto que nos explica la situación de la empresa en números, con más de 1.000 pequeños inversores que han aportado entre 1.000 y 10.000 euros y algunos -los menos- que han donado hasta más de 100.000. "Mucha gente confía en nosotros", comenta.
"Siempre es un proyecto de riesgo, aunque Pablo es muy optimista, pero sólo somos 20 personas. Eso sí, la mitad son doctores, se confía en este proyecto", señala el CFO. Algo más cauteloso, como buen científico, Busquets comenta por teléfono los contras a los que se puede enfrentar: "La nuestro, aunque la primero de su clase, es una terapia de algún modo convencional y ahora está habiendo muchos avances en inmunoterapia y otras terapias más personalizadas. Yo le doy al menos un 50% de probabilidades de éxito", dice.
Entre los consejeros externos de Laminar hay apellidos que llaman la atención, como Matutes. La empresa familiar del exministro de Exteriores Abel Matutes es una de las participantes en la biotecnológica balear y su sobrino Manuel está en su consejo de administración. También ocupa un sillón ahí el exministro de Sanidad Bernat Soria.
La empresa -que tiene un valor de 67 millones de euros- va bien, pero a su fármaco estrella le queda camino por recorrer. Antes de ser una opción real para los pacientes de glioma -que llevan desde 2005 con el mismo protocolo terapéutico, que les suele conseguir una media de supervivencia no superior a 15 meses-, tiene que concluir el ensayo clínico europeo actual y demostrar que añadir el medicamento -que se administra por vía oral en unos polvos que se diluyen en agua y se han de tomar tres veces al día- es mejor para los enfermos que tomar el placebo con el que se está comparando. En Laminar creen que esto podría suceder en dos o tres años.
Cuando eso ocurra, si es que pasa, Escribá ha prometido a su equipo -él dice que en broma, pero ellos no parecen verlo igual- que se disfrazará de fallera. Lo que es seguro es que la campana volverá a sonar en las instalaciones de Laminar.