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Quién lo iba a decir. Hace tan sólo un mes, el pasado 3 de febrero, Pablo Casado se veía ya en la Moncloa. Gracias a los juegos tras el telón que guarda la política, y a dos diputados de UPN dispuestos a romper la disciplina de voto, iba a conseguir tumbar la reforma laboral de Pedro Sánchez, la medida estrella del Gobierno. Iba a empujar al Ejecutivo a sus horas más bajas y, de paso, cargarse parte de las aspiraciones de Yolanda Díaz, madrina de la norma. Era un plan, aunque controvertido por las formas, maestro en cuanto a los fines.
Iba a hacer todo eso. Iba, en pasado. Entonces, alguien del PP se equivocó de botón y la reforma laboral salió adelante. Días después, el guirigay perjudicó las aspiraciones del Partido Popular en las elecciones de Castilla y León; mató a su rival más débil (Ciudadanos) para dar alas al más fuerte (Vox). Con el liderazgo de Casado más que discutido, Isabel Díaz Ayuso filtró a la prensa que había sido supuestamente espiada por Génova. Lo que se desató después ha dejado al líder popular fuera del partido y con el epitafio ya escrito. De la puerta grande a la enfermería, ya sin solución.
Lo anterior, todo el mundo lo sabe. En lo que pocos reparan es que este mes negro en la historia del PP transcurre, de manera casi matemática, por las carnes de Alberto Casero (1978), el diputado que se equivocó en la votación. "No es sólo entre los periodistas, también algunos compañeros de partido le echan la culpa de todo lo que ha sucedido", reconoce una fuente cercana a Casero. "Yo creo que sólo ha sido protagonista del momento, pero sí es verdad que toda la convulsión política surge con su voto erróneo. Hay quien piensa que lo hizo a propósito. Quién sabe, sólo él y su conciencia", añade.
Aunque desconocido para la mayoría lo cierto es que Casero, todavía secretario de Organización del PP, ha sido uno de los grandes protagonistas de todo esto. Veamos. Fue él quien acabó posibilitando la reforma laboral de Sánchez, votando mal hasta en cuatro ocasiones ese mismo 3 de febrero. Después, él, que había jugado un papel destacado en la pasada campaña electoral de Castilla y León, fue desterrado por Alfonso Fernández Mañueco, que le achacaba el bajón en las encuestas y no le quería cerca en las fotos. Él, además, es uno más de esa hornada de Nuevas Generaciones del partido -igual que Casado, Teodoro García Egea, Ángel Carromero o Isabel Díaz Ayuso- que han protagonizado la lucha fratricida cuyos escombros no se han retirado aún de Génova 13 y que casi rompen a la formación.
Cuando saltó la polémica sobre si Ayuso había beneficiado a su hermano con contratos de la Comunidad de Madrid, muchas miradas volvieron de nuevo a Alberto Casero. Porque Génova se excusó diciendo que, ante una posible corrupción, el imperativo era el de investigar. Pero los más ayusistas recordaron que, mientras Casero era alcalde de Trujillo (Cáceres), dejó una serie de facturas sin pagar y sin respetar los trámites administrativos, algo que esta semana ha aterrizado en el Tribunal Supremo por un posible delito de prevaricación continuada. ¿Por qué Casado y Egea no vieron punibles las presuntas tropelías de Casero y sí la paja en el ojo de Ayuso?
Ahora que el PP va encabezado hacia ese nuevo liderazgo encarnado por el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, EL ESPAÑOL | Porfolio recorre las veredas de esta crisis en el partido en la que todos los caminos conducen a Alberto Casero.
Sólo político
Alberto Casero nació el 15 de noviembre de 1978 en Trujillo (Cáceres) en el seno de una familia humilde. Sus padres, Cecilio y Carmen, trabajaban de encargados en la finca ganadera de El Tozuelo, según ya contó EL ESPAÑOL. Ahí vivía la familia al completo, junto a su hermana mayor, también llamada Carmen, que en la actualidad trabaja como administrativa en el Registro de la Propiedad de Cáceres. Cuando Casero cumplió siete años, se mudaron de vuelta a su localidad natal, a un modesto piso cerca del centro, y él empezó a ir al colegio de monjas Sagrado Corazón en el municipio.
La vocación familiar por el campo nunca le llegó ni le sedujo, al menos en la vertiente profesional. En cambio, Casero decidió irse a Cáceres y se matriculó en la Universidad de Extremadura, en el grado de Ciencias Políticas. Cursó tres años, aunque acabó abandonando y se decantó finalmente por Derecho. Nunca llegó a ejercer. Y es que tenía otras aspiraciones. Por las tardes, en vez de ir a tomar algo con los compañeros de clase y jugar al mus, empezó a frecuentar casi a diario la sede del Partido Popular en la ciudad y decidió meterse en las Nuevas Generaciones del partido. Corrían los años 90.
"Aquella fue una época divertidísima", reconoce con una sonrisa en la cara una amiga de toda la vida de Alberto Casero, que entró en Nuevas Generaciones (NN.GG.) a la vez que él. "Gracias a ello, ibas de viaje a todos lados. A todas las campañas, a reuniones con afiliados… fue una buena época y quedamos muchos aún de amigos", reconoce. "Casero empezó a moverse ahí. La gente se fijó en él. A fin de cuentas, estás ayudando a los alcaldes, a los cargos provinciales… vas conociendo a todos", añade.
Algunos cargos
Alberto Casero. Ha sido concejal del Ayuntamiento de Trujillo, donde llegó a alcalde (2011-2019). Ha pasado por la Asamblea de Extremadura como diputado (2003-2011), por el Senado (2011-2015) y ha sido diputado en el Congreso (desde 2019 hasta la actualidad). Dentro del PP ha liderado las Nuevas Generaciones en Cáceres y aún es secretario de Organización.
Esa buena posición que acabó consiguiendo dio sus resultados en 2001, cuando se puso a liderar las Nuevas Generaciones en Cáceres y empezó a dar sus primeros pasos hacia la política ya más en serio. Fue en esa época en la que conoció a Pablo Casado, que había seguido una trayectoria similar yéndose de su Palencia natal a Madrid y convirtiéndose en el chico de oro del PP. Casado llegó a la presidencia de Nuevas Generaciones en 2005 con una Esperanza Aguirre que marcaba el espíritu, a la vez que Casero ya lo era en Cáceres.
Padrino de un hijo
Ambos acabaron haciendo migas y vieron que también se parecían en las ideas. Se convirtieron en amigos, íntimos, cuentan desde el entorno del extremeño. Casero no sólo fue a la boda de Casado en 2009, en la que alucinó con que fuera por todo lo alto, plagada de lujos, sino que varias fuentes confirman que además suele decir que es padrino de uno de los hijos del líder del PP y le manda regalos de vez en cuando a su presunto ahijado.
"Casero ha contado muchas veces que Pablo le ofreció ser secretario general de Nuevas Generaciones cuando él era presidente. Lo que pasa es que lo rechazó para seguir como diputado extremeño", relata una fuente del PP de Extremadura. Y la amiga de Casero confirma: "Recuerdo una reunión en el restaurante Riofrío, ahí en la Plaza de Colón, bajando por la calle Génova, en la que se debatió muy ampliamente esa posibilidad. Querían quitar al que estaba en el puesto".
Aunque rechazó la oferta, Casero nunca se alejó de Casado y le encargó hacer en Extremadura la campaña de 2018, en las primarias en las que el ahora líder del PP se enfrentó contra Soraya Sáenz de Santamaría y contra Dolores de Cospedal, que acabaron deportadas, para suceder a Mariano Rajoy. No era un encargo fácil, ya que en tierras extremeñas se decantaban más por Cospedal, pero Casero sacó pecho, se puso a recoger avales para su amigo, y fue adelante. En ese momento, ya supo que si su amigo llegaba a lo más alto, le llevaría de la mano. Y así fue: cuando el de Palencia fue elegido presidente del Partido Popular, nombró a Alberto Casero secretario de Organización de la formación.
Por esas cosas que tiene la vida, ese restaurante Riofrío donde se curtieron en sus primeras escaramuzas internas es, hoy, donde se ubican Habanera y Peyote San, dos de los locales más cool del Madrid gentrificado. Sirven como metáfora de que lo que fue, ya no es. Aunque sigan volando puñales como entonces.
Porque, si hay algo que sirve de denominador común entre los protagonistas de la actual crisis del PP, es que todos ellos salieron de las Nuevas Generaciones. Son la nueva hornada de dirigentes del partido que, sin haber trabajado en otra cosa, encontraron en la política una forma de pasar los días. Ahí comenzaron a comprender que el PP era el lugar en el que empezaba y acababa su vida. Y si antes jugaban con petardos como si fuera un juego de niños, sus escaramuzas ahora se han convertido en una bomba que casi hace que la sede en Génova vuele por los aires.
La maldición de NN.GG.
De esas Nuevas Generaciones salen Pablo Casado y Alberto Casero, sí, pero también todos los demás protagonistas de esta crisis. Teodoro García Egea fue vicesecretario en Murcia. Isabel Díaz Ayuso se encargó de la comunicación de los cuadros juveniles bajo el mando de Casado. Ángel Carromero también entró, aunque más tarde, bajo el ala del todavía presidente del PP. Durante aquellos años se curtieron haciendo oposición al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, movilizando la calle y siendo especialmente duros frente a las políticas de excarcelación de etarras; ya se iban a Vitoria a dar la batalla, que organizaban una acampada frente al Ministerio del Interior.
"Eso une mucho. Nosotros todavía tenemos un grupo de WhatsApp todos juntos", cuenta la amiga de Casero. Grupo en el que el protagonista de esta historia está presente como uno más. Y lo mismo pasó con todos aquellos que ahora tienen las espadas en alto. De hecho, hasta que se empezaron a embarrar en rivalidades internas, todavía se hacían reuniones de antiguos cuadros provenientes de las Nuevas Generaciones, y gente como Ayuso y Carromero compartían confidencias en la noche.
Así, hasta que todo se estropeó y empezaron las luchas internas. "Casero siempre ha mencionado que Pablo le preguntaba cómo veía la situación, como secretario de Organización que aún es, y que él siempre le respondía que los afiliados entendían que hay una gran rivalidad entre el presidente y el secretario general (Egea). Hombre, de todos es sabido que Teodoro creó un ejército de afines provenientes de Nuevas Generaciones para dar el paso él cuando cayera Casado. Casero siempre pensó que Teodoro nunca llegaría a ministro, que él quería quedarse en Génova con el partido", relatan fuentes del PP extremeño.
Pero la cuadrilla de Nuevas Generaciones no se ha quedado en esas tiranteces y ha estallado por todos los lados posibles. La relación de Ayuso y Casado se estropeó por las aspiraciones de la lideresa madrileña y los recelos de Génova. En la ecuación aparece también Carromero como el infiltrado de Génova en el Ayuntamiento de Madrid, dimitiendo finalmente la semana pasada para no perjudicar al alcalde, José Luis Martínez Almeida, y las mismas fuentes aseguran que la intención de Carromero era hacerse con el puesto de secretario de Organización que sigue ostentando Casero.
Esta generación de políticos venidos de las Nuevas Generaciones ha conseguido, a través de rivalidades de poder inauditas en el Partido Popular, volar por los aires todo lo que había construido. La regeneración prometida tras la era de Rajoy ha quedado reducida a un grupo de niños que se desenvuelve mal en la "política para adultos", tomando prestadas las palabras del expresidente popular.
Ahora, Teodoro García Egea y Ángel Carromero han dimitido, poniendo fin a la vida política que siempre habían cosechado. En unas similares se encuentra Pablo Casado, cuyo liderazgo está finiquitado. Será el primer presidente del PP que no llega a la Moncloa desde Manuel Fraga. La Fiscalía Anticorrupción ha abierto diligencias de investigación contra los contratos que la Comunidad de Madrid adjudicó a la empresa vinculada con el hermano de la presidenta autonómica, y la vida política de Alberto Casero también se ha acabado. Si acaso sigue de diputado, nunca llegará a ser ministro, su gran aspiración y hecho que todos daban por sentado, porque el proyecto que protagonizó ha terminado antes de llegar a cuajar siquiera.
"Casero ahora ya tiene que salir, lo sabe", relata una persona cercana del partido. "La verdad es que su futuro político es difícil e incierto. No creo que le valga la política regional porque, desde que está en Madrid, no ha vuelto a tener presencia en Extremadura, a pesar de que es diputado por Cáceres. Ha venido a actos contados, como mucho 10, desde que tomó posesión. Tampoco ha hecho iniciativas por su tierra en el Congreso… la verdad es que los extremeños están muy descontentos con él", añade, como apesadumbrado por estar dictando un obituario.
En taxi de Trujillo a Madrid
Es una mañana nublada pero calurosa la de este miércoles en Trujillo. Frente a lo vacío que se muestra el pueblo, con 10.000 habitantes que no pasean por ninguna calle, aparece la Plaza Mayor como baluarte poblacional. Ahí, con una plaza de toros portátil montada en el medio, más de un centenar de estudiantes inundan todos los recovecos. Entre los gritos y el pilla pilla molestan a una mesa de guiris que flipan, sentados en una terraza, cuando buscan en Google y descubren que la morcilla es "a sausage of curdled blood with rice", una salchicha de sangre cuajada con arroz. El valiente, por hacer la gracia, se la pide y acaba dejando casi todo el plato. Este es el lugar que Alberto Casero gobernó como alcalde entre 2011 y 2019.
Durante su primera legislatura se hizo con el cariño del pueblo y revalidó en las siguientes elecciones municipales. Sin embargo, sus últimos cuatro años están plagados de polémicas. "Fue un buen alcalde y buena persona. Ayudó a todos los que pudo, aunque ya era senador. Pero en la segunda legislatura le criticaron por estar más pendiente de Madrid que de Trujillo y hubo mucha desorganización, a la par que él no es una persona especialmente organizada", comenta un compañero de partido. "Yo creo que en la primera estaba más controlado por el PP, en la segunda ya no hubo control", apuntala otra fuente municipal.
Fuentes cercanas a Alberto Casero recuerdan esa segunda legislatura como la época en la que empezó a hacer cosas difíciles de explicar a la ciudadanía. Como no tiene carné de conducir, cogía taxis de ida y vuelta a lugares tan lejanos como Madrid o Murcia, todo a costa del erario público. "Hay un par de taxistas aquí, amigos de él, que hacían el agosto con eso", reconoce una de esas fuentes. Y hay más: "Lo mismo se iba a Sudamérica de viaje porque había hermanado Trujillo con una ciudad de ahí, que se iba a China para participar en una convención de pueblos por la paz. Son cosas con las que acababa dando la imagen de que el que quería viajar era él", añade.
Durante esa época llevó a cabo contratos que ahora le enfrentan a un posible delito de prevaricación continuada. Esta semana, la jueza de Trujillo que ha investigado el asunto ha pedido al Tribunal Supremo -órgano competente porque Casero es aforado- que abra una causa penal por ese presunto delito. Según defiende, el secretario de organización del PP, durante su etapa como alcalde, firmó varios contratos omitiendo los requisitos esenciales de contratación pública. No siguió los procedimientos administrativos, no intervinieron los órganos competentes, no hubo publicidad y la adjudicación fue a dedo.
Personas conocedoras del asunto, que han pedido permanecer en el anonimato, aseguran a EL ESPAÑOL | Porfolio que todo estalló cuando empezaron a llegar facturas pasadas al Ayuntamiento. El consistorio, ya gobernado por el PSOE, se negó a pagar esos importes porque no había constancia alguna de que se hubieran respetado los procesos administrativos, obligatorios aunque los contratos fueran menores y no hiciera falta salir a concurso. Ante la negativa del actual Ayuntamiento a abonar los servicios supuestamente prestados, todo acababa en la Justicia, donde la Fiscalía vio un patrón digno de estudiar.
385 euros en el banco
Hay varios casos llamativos, según relatan estas fuentes. Por ejemplo, una factura de 15.000 euros por una asesoría de turismo que se tradujo en un informe de cinco folios. También está la contratación por duplicado de la publicidad de la Feria del Queso, que ya había sido otorgada por otro lado, ya que no depende del Ayuntamiento de Trujillo sino de otra institución regional. Sin embargo, la más sorprendente es la factura de 18.000 euros presentada por un psicólogo, amigo personal de Alberto Casero, que fue contratado para dar charlas sobre violencia de género y no hay constancia alguna de que esas charlas existieran.
Nadie, ni la oposición, cree que Alberto Casero se llevara comisiones de aquello. Al fin y al cabo, en su Declaración de Bienes y Rentas entregada al Congreso de los Diputados asegura tener sólo 385 euros en cuentas corrientes. Sin embargo, temen que se pudiera tratar de una red de favores personales aprovechando el cargo. Esta revista se ha puesto en contacto con el actual gobierno local, que ha rechazado hacer declaraciones. "No consideramos necesario hacer sangre de esto", aseguran. También se ha intentado contactar con Alberto Casero, que ha rechazado la propuesta.
"Esos casos ya se solucionaron y no tienen trascendencia", se defienden desde el PP extremeño. "La Justicia obligó al Ayuntamiento actual a pagar esas facturas. Si no fueran legales, no habría sido así", añaden. "Alberto está tranquilo con esto, porque es un tema que salió por lo que salió, pero no tiene recorrido", comenta un amigo. Pero lo cierto es que aún queda que el Tribunal Supremo diga la última palabra.
Con esto encima de la mesa, muchos se volvieron bizcos mirando a Génova y a Alberto Casero, a la vez, cuando estalló lo de Isabel Díaz Ayuso y los contratos otorgados por la Comunidad de Madrid a su hermano. El principal argumento de Pablo Casado para salir indemne de la polémica es que era su obligación investigar si se creía que en el PP se estaba haciendo algo ilegal. En lo mismo incidió Teodoro García Egea durante su entrevista de despedida frente a la periodista Ana Pastor.
El hasta ese momento secretario general del partido, esbozó en prime time nocturno que Rajoy había sido desalojado por una mala gestión de la corrupción y que ellos tenían que enmendarlo. Se preguntó Egea, de manera retórica y en repetidas ocasiones, que si ante un posible delito de corrupción entre sus gobernantes, el partido debía investigarlo, preguntar, o si debía guardarlo en un cajón. La respuesta era sencilla: investigar, por supuesto.
Pero los más cercanos a Ayuso, además de varios diputados del Congreso, tardaron poco en reaccionar. ¿Si el imperativo era ese, por qué con Alberto Casero no se dijo nada y con Ayuso se fue a por todas? se preguntaron muchos. ¿No sería que la investigación es por rivalidades políticas y a Casero no se le toca porque es de la guardia pretoriana de Casado? Quién sabe.
Y pulsó el botón 'nuclear'
Hasta el pasado 3 de febrero, fecha de la que ahora se va a cumplir un mes, Alberto Casero era uno más. Sí es cierto que había llegado a un puesto de relevancia en Génova y que es conocido en la política extremeña, pero aún así seguía siendo un gran desconocido para el público general. Ese día dejó de serlo. Pablo Casado tenía preparado un golpe de gracia que iba a tumbar la reforma laboral del PSOE, iba a cortar las alas a las aspiraciones de Yolanda Díaz, y se veía ya en la Moncloa. Pero Alberto Casero se equivocó.
Eran las 17.45 de la tarde cuando votó. En ese momento, Casero se encontraba en su domicilio de Madrid, ubicado cerca de la Plaza de Colón, bajando la calle Génova, donde se había instalado casi definitivamente. Según cuentan sus amigos, ya apenas va a Trujillo y, cuando lo hace, es únicamente para ver a sus padres. Como tenía gastroenteritis, lo comunicó al partido y pidió votar de manera telemática desde su piso.
Ese día había que votar 17 cuestiones distintas y él erró en varias ocasiones. Votó a favor de una reforma del Código Penal para castigar a los que se manifiestan frente a las clínicas en las que se practica el aborto, en contra a las directrices de su partido. Votó contra otra moción del propio PP. Votó en contra de la tramitación de la reforma laboral como proyecto de ley, algo en lo que su partido estaba a favor. Y, finalmente, votó a favor de la reforma laboral. El PP había conseguido un margen muy escaso para tumbar el proyecto, por sólo un voto, pero el fallo de Casero acabó salvando la norma de Pedro Sánchez. Erró tanto que por el PP está corriendo el rumor de que no estaba con gastroenteritis, sino indispuesto por otras razones; y que ni siquiera votó él, sino otra persona en su nombre, de lo mareado que estaba.
"Algunos compañeros de partido le echan la culpa de todo lo que ha sucedido"
"Tras el suceso se encontraba destruido", relata un amigo que habló con él ese día. "Dijo que era lo que tocaba y que había que aguantar", añade. "Me siento fatal. No es un buen día para mí. Estoy dolido por la situación, pero entero", le escribió por WhatsApp a otra amiga. Lo que vino después es la crisis del PP que todos conocen. Pero, analicémosla desde la perspectiva de Alberto Casero.
El error del extremeño provocó en el Congreso de los Diputados, ese mismo día, un guirigay bochornoso por parte del PP que no quiso asumir el error. A pesar de que Casero había confirmado telemáticamente el sentido de su voto, aseguraron que se trataba de un fallo informático y el partido recurrió días después en amparo ante el Tribunal Constitucional. La reputación de esos políticos venidos de Nuevas Generaciones quedó absolutamente tocada, y el desprestigio fue rampante.
Hasta ese momento, Casero había jugado un papel fundamental en la campaña electoral para las elecciones de Castilla y León que se celebraron el pasado 13 de febrero. "Se mostró en muchos actos, porque conoce perfectamente a Alfonso Fernández Mañueco, y le acompañó en gran parte de la campaña", relatan desde el PP extremeño. "Después del error, Mañueco no le quería ver por ahí. El PP cayó 10 puntos en intención de voto esa semana por todo lo que estaba pasando, y Mañueco echaba la culpa a Casero", añaden. Y el resto de la historia ya se sabe.
Así, en un mes, la cuadrilla de amigos de Nuevas Generaciones al frente del PP nacional puso fin a su vida política. Ahora llega Alberto Núñez Feijóo a instaurar esa "política para adultos" que hace no mucho reclamaba Mariano Rajoy como una especie de premonición. ¿Y qué va a pasar con Alberto Casero? Que caerá, igual que sus compañeros. Lo sabe. ¡Y pensar que si no se hubiera equivocado, Pablo Casado se lo habría llevado seguramente a la Moncloa! Se le atribuye a Lenin aquello de que, en política, una semana cabe en un día, incluso un mes.